Maxi Marangós se radicó en España hace poco más de tres años y ya es una personalidad en Málaga
Tiene 46 años y una historia de película: fue arquero de River Plate, su papá se codeaba con Alberto Olmedo y él conoció a su mujer gracias a Marcelo Tinelli. Se llama Maxi Marangós, vive hace 5 años en Málaga y allí, en medio de la pandemia, creó una empresa sólida. De familia de inmigrantes, él mismo decidió irse de la Argentina, preocupado por la inseguridad. En España, arrancó con una barbería y ahora tiene 7 restaurantes propios y más de 11 abiertos por su grupo, que suma 185 empleados y se dedica a asesoramiento gastronómico. Por su carisma, se hizo tan famoso en la Costa del Sol que ya salió en la tapa del diario local y hasta el embajador argentino almorzó en uno de sus restaurantes.
-¿Cómo empezó todo esto?
-En el año 99, con cuatro amigos, inauguré el restaurante Jackie O en Las Cañitas. Ahí empecé, mi familia no tenía nada que ver con la gastronomía, yo tenía 23 años. Me hice cargo del restaurante y después llegué a tener siete restaurantes en Argentina, de los cuales dos estaban en Mendoza. Ahí le pegué derecho, arduamente, sin tener ni un fin de semana libre, 18 años ininterrumpidos.
-¿A qué se dedicaban tus padres?
-Mis viejos tenían una vinoteca, eran los dueños de Savoy, la bodega del mundo. Con la crisis del 2001 la empresa quebró, mi viejo quedó en la calle. Perdió todo y terminó alquilando un departamento de tres ambientes en Caballito. Pasó de viajar en limousine por Nueva York y Londres, a no tener nada. Yo ya había abierto mis restaurantes, dos años antes.
-¿Trabajabas con tu papá en Savoy?
-Sí, a los 15 años empecé a trabajar en su empresa. Estaba en la parte de logística: recepción de mercadería, descarga de los camiones, repartos de los regalos de fin de año… Me encargaba mucho del personal. ¡Me encantaba! Es el día de hoy que no lo puedo superar, me hubiese gustado mucho seguir con la empresa de mi padre.
-¿Tenías un sueldo ahí?
-Sí, sueldo de hijo.
-¿Tu papá te educó como hijo de millonario?
-Mirá, cuando terminé el colegio, en el año 93, yo quería jugar en River. Y jugué en River en la cuarta división, era arquero. Pero mi viejo, con la cultura del trabajo, me dio la llave del negocio y me dijo: “Abrís y cerrás el negocio. Se abre a las 8.30 y se cierra a las 9 de la noche”. Así lo tuve que hacer de lunes a sábado. Yo estaba muy contento jugando en River pero no podía hacer las dos cosas, porque terminaba muerto. Mi papá me preguntó cómo iba a mantener mis salidas, a mis novias, mi auto… Entonces tuve que elegir y me dediqué a laburar.
-¿Dejaste el fútbol?
-Sí, lo dejé y me puse a trabajar con mi viejo. No estudié ninguna carrera universitaria. Lo único que hice, cuando abrí Jackie O, fue la carrera de gastronómico en la escuela del Gato Dumas. A partir de ahí el local creció y pude abrir siete restaurantes más. Era una máquina de trabajar.
-¿Tus padres eran inmigrantes?
-Mi abuelo era inmigrante. Llegó a la Argentina desde Grecia, se escapó de la guerra. Siempre contaba que en el barco viajó con Aristóteles Onassis. En Buenos Aires, se puso a vender garrapiñadas en la calle, sobre la calle Corrientes. De a poco fue creciendo, se puso a una bombonería a la que llamó Savoy y en el año 1979 mis viejos hicieron groso el negocio.
-¿Tu mamá también trabajaba en Savoy?
-Mi vieja laburó codo a codo con mi viejo, sí. Era la que armaba todas las vidrieras y los regalos empresarios.
-¿Vive?
-Sí, se llama Mónica. Mi viejo murió de cáncer de pulmón.
-¿Por qué le pusieron Savoy?
-Porque fue la única palabra que mi abuelo entendió cuando bajó del barco. Leyó ese cartel en algún lado y le sonó familiar. Le quedó y le puso así a su empresa.
-¿Tu familia estaba relacionada a la comunidad griega en la Argentina?
-Sí, mi viejo fue presidente de la colectividad helénica de Palermo. Tenía un programa de radio que se llama “De Grecia con amor” y un diario.
-De alguna manera repetís esa historia de tu papá con tu mujer ya que también trabajan juntos. ¿Cómo la conociste?
-Cuando mi viejo se fundió, yo ya tenía un restaurante, pero no andaba bien y fui a buscar laburo. Y como mi viejo hacía publicidad con Tinelli, yo conocía a Claudio Salomone, que me venía a vender publicidad. La primera publicidad que vendió Salomone para Tinelli en el programa de radio El exprimidor fue la de Savoy. Entonces a él recurrí para buscar trabajo, fue la primera puerta que fui a tocar. Me recibió espectacular y me dio laburo, en una agencia. El día que me reuní, estaba en la oficina, me estaban diciendo que tenía que vender al Oso Arturo, que iba a cobrar a comisión… Mucho no me copaba la idea, me quería ir… y en eso entra Carolina, que trabajaba ahí como diseñadora gráfica. Me encantó y aunque mucho no me gustaba el trabajo, me quedé.
-¿Enseguida empezaron a salir?
-No, no. Los dos estábamos con alguien, tuvimos que separarnos y, bueno, ahí arrancamos. Nos casamos al mes, tuvimos mellizos. Y ella dejó lo suyo y empezó a trabajar conmigo en mis locales. Se encargaba de la decoración, de los menúes, de las páginas web… Me dio una gran mano para poder crecer.
-¿En qué situación estaban cuando decidieron emigrar?
-Era el año 2018, teníamos todos los restaurantes abiertos, estábamos muy bien económicamente. Pero yo soy un tipo muy temeroso, la inseguridad me carcomía la cabeza. Estuvimos a punto de irnos a vivir a Mendoza en el 2012. Finalmente, no nos fuimos. Y en el 2017, Caro me mandó una nota de un diario que decía “Málaga, una de las diez mejores ciudades del mundo para vivir”. Me preguntó: “¿Nos vamos?”. Y yo le respondí: “Nos vamos”. Esa tarde agarré mi pasaporte griego, vencido en el año 1986, y me fui a la embajada. No sabía ni una palabra de griego, pero cuando dije “Marangós” bajó el embajador a recibirme. Le pedí renovar el pasaporte. Y en 15 días me lo dieron. Eso fue por mi viejo, que por los griegos dejó la vida.
-¿Se fueron enseguida?
-Viajamos primero a conocer Málaga, sin los chicos. Y nos volvimos a Argentina con un departamento alquilado por un año, con los chicos anotados en el colegio y en el club de fútbol Puerto Malagueño. Les llevamos toda la ropa para que se entusiasmaran y les dijimos que estaban fichados. Tenían 11 años y se quisieron mudar al instante. A los cuatro meses nos vinimos.
-¿Qué hiciste con tus locales?
-Les dije que me iba a vivir a España y los fui cerrando. Pagué todas las indemnizaciones, le pagué a todos los proveedores, pagué los alquileres y me fui a la mierda.
-¿Te fuiste con la idea de abrir restaurantes?
-No, mi idea era tomarme un año sabático, pero no aguanté. A los tres meses abrimos una barbería, después un restaurante, una peluquería femenina, otro restaurante y ahí nos agarró la pandemia.
-Tuvieron que cerrar todo.
-Sí. Fue una reconversión. Lo primero que cerré fue la barbería y la transformé en un take away. Como mucha gente me llamaba desde Buenos Aires para saber qué pasaba en Europa, estaba todo el día con el celular en la mano. Entonces, mis hijos -que ya estaban hartos- me dijeron que me haga una cuenta de Instagram. Yo no sabía ni qué era, no tengo computadora, anoto todo en una libretita. Ellos me dijeron “hacé videos y contá todo ahí, así no perdés tiempo”. Me explicaron que para ser groso tenía que tener más de cien mil seguidores. Y como para mí nada es imposible, me lo propuse. Hoy tengo más de 120 mil en mi cuenta @emprenderenlacostadelsol.
-¿Cuál era la idea de la cuenta?
-Ayudar, contar lo que estaba pasando, lo del covid… En Argentina hubo un cráneo que dijo que el coronavirus era un resfrío y yo veía que acá la cosa era seria. Entonces, quería transmitir eso. Después, la cuenta creció y mucha gente me empezó a escribir para venirse a España, para abrir restaurantes, peluquerías.
-¿Cómo sobreviviste vos en la pandemia?
-Yo pensé “si esto es el fin del mundo, nos vamos a morir y la plata no va a importar; y si no, hay que pensar en un plan para el futuro”. Y salí a comprar locales que la gente estaba vendiendo a muy bajo precio. Locales cerrados que no sabía cuándo iba a poder abrir. Gasté una parte importante de mis ahorros, pero si salía bien, iba a tener un montón de negocios por un precio bajísimo.
-Y salió bien.
-Sí. Y ahí vi otro negocio que era el de acompañar a quienes querían venir a emprender acá. Puse mis conocimientos a ese servicio y armé una empresa. Hoy el Grupo Marangós tiene 185 empleados y lleva abiertos 24 restaurantes. Entregamos todo funcionando, llave en mano, listo para trabajar. Y ahora también nos estamos dedicando a consultas migratorias y al rubro inmobiliario, con gente que quiere invertir en la Costa del Sol, en propiedades. No hace falta saber de gastronomía, porque el asesoramiento es completo. Sí hace falta tener ganas de trabajar.
-Te hiciste muy conocido en Málaga, hasta tuviste contacto con el alcalde.
-¡Sí! Salí en la tapa del Málaga hoy, en la Revista Forbes… ¡La gente me reconoce por la calle! Hasta el embajador argentino, Ricardo Alfonsín, vino a almorzar a mi restaurante. Ahora quiero dar el salto, hacer charlas Ted, comunicar, tener un programa de radio. También tengo el proyecto de abrir una facultad del Grupo Marangós, serían diferentes áreas relacionadas con la gastronomía. Lo estoy charlando con el director de una universidad. Y como ya tengo un equipo en el que puedo delegar el trabajo de los restaurantes, tengo ganas de expandirme y disfrutar con mi familia. Puse mucho el lomo, me fue bien, quiero disfrutar un poco.
-¿Es Málaga una de las mejores ciudades del mundo para vivir, como decía la nota que te mostró tu esposa?
-¡Claro que sí! Por la amabilidad de su gente, por la seguridad, porque no hay tráfico, por tener mar y playas. Nuestros mellis de 15 años se mueven absolutamente solos por todos lados de día y de noche. La conexión a todo el mundo por su aeropuerto internacional es brillante y además contamos con una gran comunidad de argentinos, lo que nos facilitó las cosas a la hora de hacernos amigos. No lo dudaría ni un segundo, Málaga es “el” lugar.
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