En épocas de “vacaciones instagrameables”, el Sur se impone
El año 2010 fue inmejorable para Villa La Angostura. La nieve, aunque había tardado en llegar aquel invierno, cubrió sin dificultades las laderas del cerro Bayo y su centro de esquí boutique atrajo a cientos de esquiadores que no podían practicar su deporte favorito en la vecina Bariloche, donde las escasas nevadas no cubrían del todo las pedregosas pistas del Catedral. La temporada de verano también había sido sobresaliente y, además de recibir a los turistas norteamericanos y argentinos atraídos cada noviembre por la pesca con mosca, llamaba la atención de las marcas, que la elegían para sus acciones. Incluso acogió una edición de la célebre "fiesta de blanco", repleta de famosos, que una marca líder de espumante organizó por años en Punta del Este.
Desde el Correntoso hasta Puerto Manzano la villa crecía sin perder encanto, pero en 2011 sobrevino la tragedia: la erupción del volcán Puyehue en territorio chileno, a pocos kilómetros de distancia, cubrió todo de cenizas provocando un desastre económico y ambiental que tuvo en la cancelación de vuelos, que se prolongó semanas, apenas uno de sus capítulos más graves. La que empezaba a ser considerada la "Punta del Este argentina" debió olvidarse del glamour y concentrarse en una recuperación que llevó años.
Este verano, devaluación del peso mediante, La Angostura y otros sitios de la Patagonia muestran otra vez su mejor cara, colmados de turistas extranjeros y especialmente argentinos que acostumbraban pasar sus eneros en la ahora prohibitiva Punta del Este o en otras playas de la costa uruguaya. Basta un recorrido por Instagram para comprobarlo: lagos y montañas compiten en majestuosidad con los atardeceres en las playas del Este.
Pero en realidad con quien el sur está compitiendo saludablemente esta temporada no es con Uruguay, sino con la costa argentina. El premio es quién se queda con los veraneantes obligados a reconsiderar este verano el turismo interno y, aunque la alternativa obvia a las playas del Este parecieran ser las playas bonaerenses, miles han optado por la belleza de los lagos andinos. Y esto tiene varios porqués.
La Patagonia tiene rincones de belleza naturales únicos en el mundo. Sus paisajes soñados podrían rivalizar con algunas playas paradisíacas de Brasil, pero, reconozcámoslo, no de la costa argentina. En épocas de "turismo instagrameable" no es detalle menor. La gastronomía patagónica es otro atractivo. A sus platos emblemáticos que el clima amable permite disfrutar en cualquier época del año se le suma una oferta gourmet de primer nivel. Restaurantes como Tinto Bistró –de Martín Zorreguieta, hermano de la reina Máxima de Holanda– o Las Balsas, uno de los ocho establecimientos Relais & Chateaux de la Argentina, son ejemplos difíciles de encontrarles parangón en las playas bonaerenses.
La costa argentina tiene sus virtudes, claro. Y una de ellas es su capacidad de atraer turistas de todos los presupuestos. Pero quienes están acostumbrados a las vacaciones más exclusivas, y tienen el poder adquisitivo para buscarlas, cuentan con pocas opciones, lo que en ocasiones eleva en demasía los precios donde esas opciones sí se dan (Cariló, Mar de las Pampas), incluso para esos bolsillos que no solo son grandes, sino también exigentes.
Finalmente, la paz. Difícil encontrarla en rutas atestadas, en playas colmadas y en restaurantes donde siempre hay que hacer cola. Aun en temporadas exitosas como esta para la Patagonia, será improbable encontrar un panorama similar. Quien busca desconexión, olvidar los atascamientos de tránsito o las hordas de adolescentes, encontrará en el sur su lugar en el mundo… O, al menos, su lugar en la Argentina que le permita olvidar que este año el mundo quedó demasiado lejos.