
En honor de la almohada que espera
El desafío de recuperar el descanso
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El humano es una criatura contradictoria. Habla de sus sueños, pone énfasis en ellos, alienta a otros a cumplir los propios pero trata de dormir lo menos posible. Vive, sobre todo el humano occidental, en una cultura que considera el sueño como una pérdida de tiempo que lo aleja de dos actividades principales: producir y consumir. Pero al mismo tiempo produce y consume cantidades extraordinarias de psicofármacos que le permitan dormir, porque ha perdido la costumbre y habilidad para hacerlo de un modo natural. ¿Cómo no perderla en un mundo de ciudades iluminadas durante toda la noche, en un planeta donde las personas permanecen conectadas a redes virtuales y artefactos tangibles durante las 24 horas, donde hay shoppings y comercios abiertos a lo largo de las horas que la naturaleza dispuso y ofrece para el descanso?
La vida entera, en todas sus manifestaciones, fluye mediante un movimiento pendular que podría resumirse como acción y reposo. O retiro y contacto. Así respiramos: inhalación y exhalación. Así funciona nuestro corazón: sístole y diástole. Así transcurren las estaciones: frío y calor. Así se alternan la oscuridad de la noche y la luz del día. Nuestro organismo está diseñado para funcionar según ese ritmo. La glándula pineal regula el funcionamiento orgánico a través del ciclo día-noche. Ubicada en el centro del cerebro, apenas percibe la luz natural, organiza la minuta diaria de cada órgano y prepara al cuerpo para desempeñarse según la cadencia de la naturaleza.
Cuando estos ritmos se alteran (intensa actividad nocturna, escasez de sueño) otras glándulas entran en acción. Las suprarrenales, encargadas de producir el cortisol conque se enfrenta el estrés. Y basta con someterlas a un estrés continuo, ininterrumpido para que tanto ellas, como otras tantas glándulas a las que a su vez administran, se descalabren.
En su ensayo 24/7, John Crary despliega el inquietante panorama de un mundo que se empeña en eliminar las horas perdidas del sueño para convertirse en una gigantesca factoría o en un descomunal shopping que jamás cierra sus puertas. El sueño es intimidad, recuerda Crary, es un viaje al interior de uno mismo, ese lugar cada vez más desconocido y menos frecuentado. Nadie deja de vivir mientras duerme. Al contrario, Roger Zelazny (1937-1995), cuyas Crónicas de Ámbar descollaron en la literatura fantástica del siglo XX al narrar el enfrentamiento entre el orden y el caos, advertía: "De todas las cosas que un hombre puede hacer, el dormir es probablemente lo que salvaguarda más su salud mental. Permite poner paréntesis a cada día. Si uno ha hecho algo ridículo o doloroso hoy, se siente irritado si alguien se lo menciona el mismo día. Pero si ocurrió el día anterior, entonces uno se limita a agitar la cabeza o se echa a reír, según las circunstancias. Ya que uno ha cruzado la nada o el sueño hasta otra isla en el Tiempo."
Dormir permite vivir en más de una dimensión. Para que eso ocurra el sueño tiene que ser parte natural de la vida y no un hecho ocasional, producto de una fatiga terminal. Cuando duerme el cuerpo la conciencia no se ausenta. Pero sí lo hace cuando permanecer despierto es una suerte de compulsión. En su ensayo Crary señala que Occidente es hoy un territorio habitado, cada vez más, por cuerpos artificialmente despiertos con conciencias dormidas. Es que la conciencia entendida como mirador del mundo, de los otros y de uno mismo, como espacio de indagación y comprensión de la vida, sufre y agoniza cuando es permanentemente acallada y opacada por luces y ruidos que no cesan. Y la almohada la espera en vano.
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