"Este será su hogar durante las próximas dos semanas", nos dijo con su sonrisa kiwi Colin, de la empresa de alquiler de motorhomes neozelandesa, cuando nos trepamos, en Wellington, a lo que sería por 14 días nuestro vehículo-casa, con cocina, cuarto y baño incluidos. El tiempo ideal, pensábamos. Ni demasiado como para disolver la armonía familiar con hijos de 22, 19 y 16 años, ni poco como para quedarnos con las ganas. Llevábamos viajando ya una semana por la isla norte de Nueva Zelanda en auto y casas de huéspedes, la modalidad clásica, y la ansiedad de subirnos a la motorhome y viajar como lo hacen los locales nos devoraba.
Colin le puso unas energías inauditas a las decenas de preguntas de principiantes acerca del funcionamiento del vehículo. Al lado, la familia con la que compartiríamos el viaje tomaba nota, concentradísimos en las indicaciones. Son tantas que abruman, y uno siente que va a hacer todo mal. Rescaté mentalmente las más importantes: poner trabas en puertas, armarios y heladera al circular, cerrar la tapa de vidrio de las hornallas, subir la escalera externa, cerrar ventanas rebatibles y la garrafa de gas cuando se maneja. El tablero electrónico sobre la puerta de entrada controla todas las luces, funciones internas y los niveles de depósitos de agua. Recargar agua potable y la batería cada tres días, y vaciar los tanques de aguas residuales del lavatorio, pileta de lavar e inodoro en los lugares autorizados. Momento de risas y miradas entre la joven tripulación: ese sería sin dudas un punto de conflicto.
Dos horas más tarde estábamos con el equipaje acomodado, listos para arrancar hacia la terminal del ferry Interislander que cruza en un poco más de tres horas el Estrecho de Cook, de la isla norte hacia la isla sur de Nueva Zelanda atravesando los fiordos llamados Marlborough Sounds, uno de los paseos en ferry más lindos del mundo.
En diciembre, enero y febrero las temperaturas son más altas y hay más horas de sol. Los días son largos y soleados y las noches suaves y agradables. En enero, el sol sale cerca de las 6,30 y se pone como a las 9 de la noche.
¿Por qué irse al otro extremo del mundo si la Argentina tiene grandes paisajes?, había indagado con insistencia al planear el viaje. Y todos repetían lo mismo: el país entero tiene sólo 1.600 kilómetros del extremo norte al sur, tiene playa, montaña, fiordos, glaciares, ríos, lagos y volcanes, viñedos y grandes extensiones de colinas verdes al alcance de los caminos. El verano coincide con nuestras vacaciones, la temperatura es ideal. Las rutas están impecables, y está todo preparado para recibir campervans y todo tipo de vehículos adaptados como vivienda. Hay campings de lujo y más discretos y la vida en la motorhome es bien fácil.
No es raro despertar al borde de un río repleto de pozones de agua dulce donde nadar mientras uno se despabila. Desayunás rodeado de selva y al mediodía estás en una playa que poco tiene que envidiarle a las más bellas de Brasil. De noche te vas a dormir con el arrullo del mar y, si querés, lo prolongás un día más para hacer alguna caminata por las bahías despobladas al borde del océano. Si no, partís hacia la otra costa, que es más salvaje y rústica. De ahí visitás esas curiosas formaciones rocosas dentro de otro Parque Nacional, te vas a pasar la tarde a un lago, dormís y al día siguiente caminás la senda hacia los glaciares. No es cuento: como ejemplo, tres de nuestros días entre el río Pelorus, el Abel Tasman National Park, la costa oeste, el Dolomite Point del Paparoa National Park, el glaciar Franz Joseph y el lago Matheson transcurrieron así. Todo con la casa a cuestas, aprovisionados de cenas, almuerzos y desayunos, y con la aplicación de campings instalada en el celular.
LA LOGÍSTICA
Éramos diez: dos familias de cinco miembros cada una, distribuidos en dos motorhomes del tipo 6 Berth, categoría que describe cuántas personas pueden dormir en el vehículo y la cantidad de cinturones de seguridad. La 6 Berth Motorhome tiene todas las comodidades: baño con lavatorio y ducha, heladera con freezer, alacenas para la comida y pequeños armarios para guardar la ropa, cajoneras para cubiertos, vajilla y ollas, pileta y canilla para lavar los platos con agua fría y caliente, anafe a gas y grill. Además, pava, cafetera y tostadora. Ventilador portátil, calefacción y aire acondicionado.
Por sobre el conductor y su acompañante hay una cama de plaza y media o dos plazas, a la que se sube por una escalera desmontable. En la caja del vehículo, el sector living se transforma de noche en dormitorio múltiple: una cama doble abajo, y otra que disimulada en el techo se baja cual cucheta y donde duermen dos más. Sábanas, almohadas, acolchados mullidos hacen a la comodidad total. Mosquiteros, blackouts y cortinas garantizan oscuridad, y alguna ventana abierta a medias para no sofocar. No contratamos el wi-fi que nos ofrecieron: en su defecto, veladores individuales permitían leer mientras los otros dormían. Todos redescrubrimos el placer de la lectura, y desconectados de las redes nos conectamos también como familia.
A la hora de elegir una motorhome tener en cuenta si el aire acondicionado refresca sólo el espacio de los pasajeros o si tiene un sistema integral y refresca toda la unidad, lo que hace aún con el motor apagado.
En esa máquina de 7 metros de largo por 2,2 de ancho cabíamos todos con nuestras pertenencias: un bolso plegable de 12 kilos por miembro de la familia, que vacíos, fueron a parar al depósito externo de la motorhome junto al escobillón, pala, mangueras, mesita plegable y sillas de campamento que usamos cada día. Poco espacio para convivir, y demasiado para trasladarse por rutas, calles y en especial, estacionar. La sensación es la de estar sobre un camión. El mundo se ve desde arriba y las rutas se sienten angostas. Ni hablar de los estacionamientos. Aunque las ciudades estén preparadas para las motorhomes, estacionar llevó a veces varias maniobras y más de uno dando indicaciones desde abajo. Agradecimos la cámara con micrófono instalada en la parte exterior trasera de nuestro camión.
Tras dos días de viaje hubo que poner reglas más claras, pues ya teníamos el hogar completamente desordenado, con mucha, muchísima cosa suelta, y arena y tierra en cada rincón. Todos abajo para ordenar y limpiar. A partir de ahí estuvo claro que después de lavar, secar y guardar los platos del desayuno, se desarmaban o plegaban las camas, se ventilaba la casa, se guardaba absolutamente todo en su lugar, se desalojaba la motorhome y se barría por completo. Esta última tarea recayó en el de 16. De ser posible, cocinábamos de noche en las fantásticas cocinas de los campings, y se lavaba allí también, labor que se repartió entre adultos y los dos hijos mayores. El baño del vehículo se usó más bien en emergencias y de noche, y la ducha se tomó siempre en los baños comunitarios. No dejar cosas tiradas y sueltas ayudó al orden general: todo sujeto e invisible dentro de los armarios fue una regla primordial para evitar los proyectiles en la caja de la motorhome al circular. Más de una vez fallamos y lo que se abrió en curvas fuertes fue la heladera que derramó su contenido en el "living".
Pronto entramos en ritmo. Un día típico podía comenzar cerca de las 8,30 - se despertaba uno, nos despertábamos todos-, desayuno consistente, limpieza general mientras decidíamos el itinerario del día y el destino probable para hacer noche. Viajamos en temporada alta -enero-, con lo cual fue imprescindible reservar camping cada día. Consultamos las aplicaciones Rankersy Campermate para ver disponibilidad y reseñas de usuarios de campings. Hecha la reserva el mismo día, no nos restringió ningún plan. Siempre disfrutamos de la libertad que nos brindó viajar con la casa a cuestas. Siendo 10 personas, lográbamos poner las motorhomes en movimiento recién cerca de las 10,30 para encarar los 200 kilómetros que recorríamos a diario. Pasábamos el día visitando y viajando –de almuerzo picnic o alguna comida sencilla de preparar-, para llegar recién cerca de las ocho de la noche al siguiente campamento, en el minuto en que cerraban la administración. Ya conectados a la fuente de electricidad, cena tarde para la costumbre local, duchas, cartas, lectura, escritura y a la cama.
El día que visitamos Milford Sound partimos de Te Anau a las 10 de la mañana. El Milford Road, que lleva de un punto a otro internándose en el maravilloso Fiordland National Park tiene cientos de puntos de interés y hubo que elegir dónde parar: lagos, cascadas, caminatas, valles, cadenas de montañas, túneles, vistas, miradores. Fotos y más fotos. De las dos horas y media estimadas hasta el mar tardamos cuatro. La navegación que zigzaguea por el fiordo partió a las tres de la tarde. Son imponentes los picos de 2000 metros de altura que caen verticales al mar, con altas cascadas de agua. Pasamos la tarde en el fiordo y emprendimos la vuelta como a las seis, y al campamento cerca de Te Anau llegamos casi de noche, todavía con algo de luz para hacer patito al borde del lago mientras decidíamos qué cena nos esperaba en la motorhome.
Aunque hay poco tráfico, las distancias son siempre engañosas, ya que de tan sinuosos, nunca 100 kilómetros se hacen en una hora. Pocas regiones del país son planas, todo lo contrario, y en eso reside su encanto. Tan angostos y de una mano se ponen a veces los caminos de montaña, que un semáforo te indica si es tu turno para pasar. Los puentes de una mano también obligan a estar atentos. Los pasajeros jóvenes sin embargo se quejaron más de una vez por la obligación de circular sujetos con menos visual. Hubo que frenar para calmar mareos.
Con volante a la derecha, se maneja a la inglesa, por la izquierda, y la velocidad máxima en vehículos del tamaño del nuestro es de 90 km/h. Poco acostumbrados a manejar al revés, optamos por una motorhome con caja automática para no tener que hacer los cambios manualmente y concentrarnos en el camino. Y aunque se trata de un viaje de paisajes, cada tanto se visita también una ciudad. En Queenstown por ejemplo, lo más práctico fue estacionar la motorhome en el primer parking disponible y ponerse a caminar.
Las idas al supermercado fueron una costumbre que se repitió al menos cada dos o tres días. Con heladera y alacena pequeñas, hubo que improvisar. Comprábamos para varios desayunos, dos almuerzos y dos cenas. Al tercer día vuelta a empezar. Siempre hubo unos fideos y salsa salvadores en caso de que nos agarrara la noche y la heladera vacía en algún lugar alejado. Arroz con verduras, fajitas, pollo a la plancha, alguna hamburguesa o pescado en la cocina comunitaria de los campamentos, salpicones y las ensaladas fueron los más populares. Por costo y practicidad, pocas veces comimos afuera.
CLÁSICA VACACIÓN
"Let´s go camping", dicen los neozelandeses, y salen en grupo a los numerosos campamentos distribuidos por todo el país. Algunos se instalan un par de semanas durante el período de vacaciones en el mismo lugar–que va de fin de diciembre a fin de febrero, concentrados en el mes de enero-, o recorren. Si es camping fijo se llevan todo. Todo es todo. Vimos campamentos con proveeduría atiborrados de motorhomes, camionetas y casas rodantes, campervans, traffics adaptadas, lanchas, botes, motos de agua y trailers con los que transportan su parafernalia. Zona de juegos infantiles, escenario para espectáculos y mucho asfalto dentro del camp. Familias, amigos, primos, todos en comunidad se instalan con carpas, toldos y sobretechos, sommier y colchón, heladera, microondas, sofás, alfombras, mesas y sillas, parrilla portátil, bicis, giraball, macetas, floreros, decoración y placards desmontables.
Sin desearlo, caímos una noche en uno de estos campamentos. Lo que en principio consideramos un error, terminó siendo una experiencia sociológica. Nos divirtió ver de cerca –bien cerca- cómo vacacionan los locales, de qué hablan, cómo se relacionan. Cocinamos junto a ellos en las enormes cocinas comunitarias, cantamos cumpleaños feliz, vimos abuelas enseñando a nietos de 5 años a cocinar, grupos grandes de adolescentes turnándose por lavar. Sentimos lo amables y sonrientes que son y cómo se respetan. "Please consider other campers, quiet by 10:30 p.m", decían los carteles en los espacios comunes ("Tenga en cuenta a otros campamentistas, guarde silencio desde las 10:30 pm"). E increíblemente, a esa hora no volaba una mosca.
Decidimos alternar campings bucólicos, instalados en un entorno natural con menos servicios como algunos de los estatales DOC (Department of Conservation) Campsites en áreas de conservación –servicios limitados, baños tal vez sin ducha, y sin cocina, donde uno se registra por su cuenta y deja el pago en un buzón-, con los Holiday Parks- en sus distintas versiones- que por un precio mayor, ofrecen conexión a la red eléctrica, agua y excelentes cocinas, duchas y una administración adonde despejar dudas. También lavarropas y secarropas donde cada tanto, hacer algún lavado. Eso sí, el esfuerzo estuvo en elegir los menos populosos, esos donde la gente pasa solo una o dos noches camino a otro destino. Compartimos nuestra estadía ahí con turistas de todas las nacionalidades.
A la hora de acampar, está prohibido frenar en cualquier lugar. No se puede pasar la noche fuera de un campamento en las calles de una ciudad. Quisimos hacer freedom camping en zonas de acampe gratis ya que la motorhome era self-contained (auto contenida, con depósito de aguas residuales y potable y por ende autónoma) y tenía batería que nos permitía pernoctar en cualquier lugar aunque no hubiera instalaciones de energía. No lo logramos con facilidad. Cuanto más turística es la zona, más difícil es encontrar un lugar gratuito y más carteles indicando que no se puede pernoctar allí. Para evitar multas lo mejor es consultar en los centros de información turística ya que las autoridades locales mantienen y regulan los lugares donde se puede acampar gratis.
"Me acostumbré totalmente a la vida en la motorhome, no me molesta estar apiñada, todo está bajo control. Hay mucha armonía, la vida es linda acá dentro. Hoy es la última noche y contrario a lo que me imaginé, no me quiero bajar. Podría quedarme un mes más, esto es un programón", escribí en mi libreta el último día desde nuestra casa temporaria, mirando el irresistible color turquesa del lago Pukaki, frente a un Monte Cook casi del todo despejado.
Si pensás viajar...
Zona por zona
Golden & Tasman Bays: son dos bahías importantes en el extremo norte de la isla sur con pueblitos que los neozelandeses eligen para vacacionar en la playa. Enmarcan el Abel Tasman National Park, el parque nacional más chico del país pero uno de los más concurridos. El Abel Tasman Coast Track es un sendero costero para caminantes que comienza en Marahau, bordea el exuberante parque y permite el acceso a playas solitarias de costa recortada a lo largo de kilómetros de caminatas donde también se puede acampar. El más aislado acceso norte del parque permite llegar a playas de arena de un anaranjado-amarillo fuerte como Totaranui, una bahía en forma de U bien pronunciada, con vegetación que llega al mar y rocas de formas extrañas.
West Coast: Mucho más lluviosa que otras regiones, la costa oeste es puro verde de selva y entre el verde se destaca la palmera nikau. El Great Coast Road a lo largo de la ruta SH6 comienza en Westport y termina en Haast, y atraviesa pequeños pueblos que tuvieron su auge en la fiebre del oro y del carbón allá en 1800. La costa de mar (Tasman Sea) es mucho más rústica y ventosa, y el mar más salvaje. Hay que frenar en el Paparoa National Park para ver los Pancake Rocks, unas curiosas formaciones producto de la erosión que talló la piedra caliza en lo que parece una pila de panqueques. Hacia el sur están los glaciares Franz Joseph y Fox en plenos Alpes Neozelandeses que ya retrocedidos bastante, no sacan el aliento. Sus miradores son de fácil acceso.
Alpes del Sur: Tienen a Queenstown, la ciudad más bonita de la isla sur, como epicentro urbano. La llaman la capital de la aventura por la cantidad de actividades que se pueden hacer en la ciudad y sus alrededores. Bungy jumping, parapente, canopy, kayak, rafting, mountain bike, caminatas, aventuras en jet boat en uno de los ríos encañonados de la zona, o relax en su playa de lago y simples paseos por los fantásticos Queenstown Gardens. Wanaka es la vecina más tranquila y pequeña sobre el lago del mismo nombre. El paisaje acá es más patagónico que en otras zonas de montaña. Bastante más hacia el norte se encuentra el lago Pukaki, de un fuerte color turquesa y un precioso mirador hacia el Mt. Cook, el pico más alto de Nueva Zelanda.
Milford Sound: El destino más buscado de Nueva Zelanda, es uno de los fiordos del Fiordland National Park. El camino entre Te Anau y Milford Sound es uno de los más asombrosos que recorrimos. Como el fiordo recibe cientos de visitas ávidos por navegarlo, lo mejor es reservar un crucero de la tarde cuando los turistas que llegan en excursiones diarias desde Queenstown ya partieron de vuelta. El barco encara hacia el icónico Mitre Peak y recorre el fiordo por unos 16 kilómetros del este al oeste hasta la desembocadura en el mar. Llueven dos de cada tres días. El lago Te Anau alberga cuevas de gusanos luminosos que valen una excursión.
Apps
Rankers Camping NZ y Campermate. Con estas aplicaciones se puede saber entre otras cosas, dónde está el camping más cercano con descripción del mismo, las estaciones de servicio para cargar combustible, los dump stations o estaciones de descarga de aguas residuales, baños públicos, supermercados, caminatas, actividades, etc., y también consejos de otros viajeros que aportan sus experiencias. Está disponible para Apple y Android y se puede usar offline.
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