En tiempos de diversidad, los superhéroes que faltaban
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Faltaban todavía tres meses para la fundación del partido revolucionario de las Panteras Negras cuando, en julio de 1966, el sello Marvel sacó a la calle el número de su serie Los 4 Fantásticos, que presentaba a Black Panther, el primer superhéroe negro. ¿Acaso sus prolíficos y pioneros creadores, Stan Lee y Jack Kirby, se unían desde las viñetas a la militancia del movimiento afroamericano de los Estados Unidos? Poco probable. “Nunca lo pensé de ese modo”, dijo con honestidad el saludable nonagenario Lee, en una entrevista reciente. “Yo escribía las historias y esperaba que el público las comprara y que le gustaran, para poder pagar el alquiler. La verdad es que nunca perdí el tiempo pensando en cuánto iba a durar aquello que hacía, porque sabía que si un personaje dejaba de ser popular, inventaba otro. Siempre estaba inventando nuevos personajes”.
Las declaraciones de Lee –que hoy asoma su cara en cameos por lo general muy graciosos en las películas multimillonarias protagonizadas por los personajes que él y sus compañeros en Marvel diseñaron treinta a cincuenta años atrás– cobran especial significado ahora que su Pantera Negra creada antes de las Panteras Negras se acaba de convertir en el primer superhéroe negro en tener una gran (y carísima) película mainstream, lanzada con todo el ruido de una superproducción hollywoodense de estas características y enormes expectativas sobre la posible puerta que su éxito pueda abrir en la industria, en un momento en que la diversidad –racial, de género, cultural– está en el centro de la agenda de medios y redes sociales. Así que puede decirse que, como mínimo, si Lee y Kirby no crearon su Black Panther con un puño en alto, al menos lo hicieron con un radar, una sensibilidad y un instinto perfectos para captar el espíritu de su tiempo.
“Uno estaba siempre consciente de todos estos asuntos sociales –concede Lee–, pero no es que me propusiera escribir historias políticas”. Suele reconocerse, sin embargo, que los X-Men –una banda de mutantes marginales que fue sometida, como bien nos explicaron las películas, a una violenta corriente de intolerancia– se inspiraron en la lucha por los derechos civiles, a tal punto que el Profesor X, con su prédica pacifista, es un poco Martin Luther King. En cuanto a la creación de Pantera Negra, insiste Lee, “era algo bastante natural. Hay mucha gente acá en América que no es blanca, es simplemente cuestión de entenderlo e incluirla en lo que sea que uno escribe. Una de las mejores cosas acerca de personajes que inventamos, como El Hombre Araña, es que su cuerpo está totalmente cubierto por su disfraz, por lo cual podría ser un chico negro, latino o asiático: no importa su color de piel, cualquiera puede ser Spider-Man. No se me ocurre nada más gratificante que la posibilidad de que chicos de todo tipo se puedan identificar con nuestros héroes”.
Así que, aunque en su momento estaban demasiado ocupados tratando de vender sus cómics semana a semana como para dimensionar la marca que estaban dejando en la cultura popular, es fundamental entender que Lee, Kirby y compañía hicieron todo esto en los 60. Es decir, antes del blaxploitation de los 70, el cine negro de acción y policial que dio personajes como Shaft, Superfly, Coffy Brown. Y antes también que las creaciones de sus competidores, como Black Lightning –alguna vez conocido en las traducciones locales como Relámpago Negro–, que llegó a las revistas del sello DC en 1977, e incluso que otras de Marvel, como Luke Cage, que se convirtió en el primer superhéroe afroamericano con publicación propia –Pantera Negra es africano, pero no estadounidense– en 1972. Hoy, mientras Huye (Get Out), una comedia de terror racial de bajo presupuesto, compite por el Oscar principal desafiando la consigna #OscarsSoWhite de un par de años atrás, hay otros personajes de color en el mundo de los paladines, pero en su mayoría son secundarios en las aventuras de héroes de más alto perfil, y blancos, como Iron Man o El Capitán América. En cambio, Pantera Negra, Luke Cage y Black Lightning son los tres que, desde las pantallas del mundo (cine, cable, streaming), lideran la avanzada del superhéroe negro y se abren al debate en tiempos de la otra gran consigna con la que EE.UU. respondió a distintos episodios de brutalidad policial: #BlackLivesMatter, “las vidas negras importan”.
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El creciente protagonismo de estos superhéroes de raíces africanas no se limita por supuesto a la pigmentación de la piel de sus personajes, sino que está vinculada con la emergencia de historias que hablan de una comunidad entera, de una cultura, de un contexto social y político, de una tradición de marginación y desigualdad. En este sentido, no es un detalle menor que Pantera Negra no sea afroamericano, sino sencillamente africano, originario del país ficticio de Wakanda. Esto les permitió a sus guionistas y dibujantes –y ahora a los cineastas detrás de la flamante superproducción que lleva su nombre, que se estrenó esta semana– poner en el centro de su argumento el tema de un padecimiento ancestral, de sometimiento y la esclavitud.
Wakanda es, según propone la historieta, una civilización muy avanzada espiritual, científica y tecnológicamente, gracias en parte a que en su tierra se encuentra un elemento de raros poderes, el vibranio (que los más nerds reconocerán como el material del que está hecho el poderoso escudo de Capitán América). Por sus cualidades, el vibranio es codiciado por las grandes naciones, pero de alguna manera este pequeño pueblo guerrero ha logrado resistir durante siglos los infinitos intentos de invasión: Wakanda es entonces la nación africana jamás colonizada, lo cual indigna a las superpotencias. “¡Somos los fucking Estados Unidos de América! ¿Qué quieren lograr un puñado de negros diciéndonos que tienen una zona de exclusión aérea sobre sus chozas de paja?”, grita irritado un político de la Casa Blanca en una de las viñetas de ¿Quién es Pantera Negra?, una de las más exitosas encarnaciones del héroe, escrita por Reginald Hudlin y dibujada por John Romita Jr. hace algo más de diez años.
De este pequeño lugar en el mundo surge un líder nobilísimo, T’Chaka, padre de T’Challa, quien eventualmente toma el cargo y se transforma en Pantera Negra. “Hasta que el progreso espiritual del oeste no alcance a sus hazañas tecnológicas, sería irresponsable compartir nuestros descubrimientos científicos con ustedes”; con estas palabras aguerridas enfrenta T’Chaka a un oscuro lobbista de Occidente. Para el director Ryan Coogler, quien se puso al hombro Pantera Negra tras el éxito de Creed (la séptima película del boxeador Rocky Balboa, que le pasa la antorcha al hijo del campeón negro Apollo Creed), se trató de una responsabilidad enorme. “T’Challa es un rey africano, lo cual ya convierte a esta en una película diferente entre las que ha hecho Marvel; una que propone una mirada sobre tópicos que se han vuelto muy vigentes en el clima actual. Recuerdo que cuando, de chico, descubrí las historietas y los superhéroes, me enamoré de los X-Men la primera vez que vi a Bishop: por Dios, me dije, ¡hay un X-Man negro! Pero siempre quise que hubiera un libro enteramente centrado en un superhéroe negro que uno pudiera elegir a la par del Capitán América o El Hombre Araña”. Hoy, Coogler encabeza una producción mayoritariamente afroamericana: tanto él como su coguionista, Joe Robert Cole (de la serie American Crime Story, que contó la historia de O.J. Simpson) son negros, al igual que casi todo el reparto de héroes (Chadwick Boseman, Danai Gurira, Lupita Nyong’o) y villanos (Michael B. Jordan, Winston Duke), y el productor ejecutivo, Nate Moore.
Para Chadwick Boseman –que ha interpretado a varios personajes negros legendarios, como Jackie Robinson, el primer beisbolista de color de una liga mayor, en el film 42; al cantante James Brown, y a Thurgood Marshall, el primer miembro afroamericano de la Suprema Corte, y que hoy se calza el traje de Pantera Negra–, “no es posible añorar lo que nunca tuviste: los descendientes de raíces afro crecimos aceptando e idolatrando a El Hombre Araña. Todavía me gusta, al igual que El Increíble Hulk. Pero uno no tenía otra opción que aceptar y amar a aquellos personajes. Podías encontrar héroes en los deportes o en la política, pero no uno como estos, de masiva aceptación popular. Uno no se da cuenta de que le falta eso hasta que lo experimenta. Del mismo modo en que, después de Obama, los niños ya no creerán imposible que un presidente negro lidere el país. Todo el mundo está emocionado ante la posibilidad de hacer algo que deberíamos haber hecho hace mucho respecto de la diversidad. Llevó mucho tiempo, pero creo que ahora el mundo está preparado para este tipo de historias”.
EL MOMENTO BLACK POWER
No es que no hubiera antecedentes, sino que son casi todos lejanos o menores: en los años 90 se realizaron películas (bastante poco felices) con personajes como Steel (de DC, con Shaquille O’Neill), Meteor Man, y otros. Cyborg, un personaje de la serie animada infantil Los jóvenes titanes, consiguió su primer papel en una superproducción con la reciente Liga de la Justicia. Diversos personajes clásicos de Marvel, como Falcon (interpretado por Anthony Mackie) y War Machine (Don Cheadle) vienen ganando espacio, pero en las películas de otros, como Los vengadores. No se puede soslayar el hecho de que el nuevo Antorcha Humana de Los 4 Fantásticos sea el actor Michael B. Jordan ni mucho menos el lugar de la poderosa Tormenta (la siempre espectacular Halle Berry) en los films de los X-Men, aunque tampoco dejan de ser papeles secundarios o corales. Tal vez la mayor excepción haya sido la comercialmente muy exitosa trilogía del cazavampiros Blade, que empezó a fines de los 90 con Wesley Snipes a la cabeza y buenos directores como Stephen Norrington y Guillermo del Toro.
Sin embargo, el verdadero momento black power en el cine y la televisión de superhéroes parece ser ahora. Mientras Pantera Negra llega a las pantallas del mundo, con menos de un año y medio de diferencia aparecieron Luke Cage (Netflix) y Black Lightning (The Warner Channel/ Netflix). Son dos personajes similares: el primero es un exconvicto superfuerte e inmune a las balas y el otro controla la electricidad; pero ambos reniegan un poco de sus superpoderes y buscan pasar desapercibidos. El primero trabaja en una peluquería de Harlem, arreglándoselas para vivir con un sueldo magro, hasta que un peligroso grupo mafioso local se mete con sus amigos y lo obliga a recurrir a sus habilidades. “He salvado más vidas como director de escuela que como superhéroe”, declara por su parte Jefferson Pierce en el primer episodio de Black Lightning, que lo presenta como el tipo que –en parte por pedido de su exesposa, madre de sus dos hijas adolescentes– decidió colgar el disfraz para combatir las injusticias desde dentro de uno de los principales centros comunitarios. En una notable escena al principio de este capítulo introductorio, Pierce es detenido por la policía, que busca a un delincuente cuyas únicas señas particulares son su color de piel. Pero aunque el incidente lo indigna, Jefferson (el actor Cress Williams) sigue convencido de que ganarles la batalla al crimen y a la injusticia es algo que debe hacerse mediante la educación, y que las botas y los rayos –la violencia– son el último, a veces inevitable, recurso.
Para el crítico David Betancourt, Black Lightning no es un programa pensado simplemente para sumarse a un fenómeno comercial, sino que “se toma con seriedad la responsabilidad de mostrar lo que significa ser negro hoy en los Estados Unidos”: los abusos policiales, el racismo, la cultura juvenil, las banditas de gánsteres. A su vez, el propio Betancourt escribió en su momento que Luke Cage –personaje que pasó a integrar la serie The Defenders y que este año tendrá su segunda temporada solista– “es la cosa más negra que ha hecho Marvel hasta ahora, por mucho: héroe negro; interés romántico negro; villanos negros; ciudad negra, y una banda sonora que es en sí otro personaje negro”.
Después de todo –y por delante de las operaciones de marketing que ayudan a sostener estos nuevos productos en la agenda–, tal vez lo más interesante sea que la multiplicación de personajes negros en el salón de la justicia –actualmente compite por un lugar en el cine Mike Morales, El Hombre Araña latino creado en 2011 como uno de los sucesores de Peter Parker, tras su muerte en las viñetas– se muestra capaz de volverse inspiradora no solo para los pequeños lectores y espectadores negros del mundo. El discurso positivo por la diversidad prueba su potencia expansiva.
“Desde su lanzamiento, T’Challa ha sido un ícono y un ejemplo –dice el exguionista de Pantera Negra, Jonathan Maberry–. Es un personaje ético, con valores y nobleza y dignidad, y es un líder brillante. Imagínense el impacto que todo esto tuvo en chicos como yo: niños blancos que crecimos en barrios económicamente deprimidos, en los que la intolerancia racial era la primera lección que aprendíamos en casa. De pronto hubo un personaje negro que no era el ladero del héroe blanco, ni un estereotipo. Los valores de T’Challa están centrados en una visión más amplia sobre el mundo, antes que en una acotada a los Estados Unidos. Eso era algo que hasta ahora los chicos no conocíamos”.