Entre Venezuela y Francia, Natalia Penchas volvió al país, cocinó y enamoró a tres millones de seguidores con “la torta nube”
Una vida entre Caracas, París, Estados Unidos y Buenos Aires la llevó a buscar su identidad, pero se hizo viral con la cheesecake japonesa
9 minutos de lectura'

Natalia Penchas tiene algo de fama: más de tres millones de seguidores, una empresa que produce contenido digital, marcas que la buscan como embajadora y apariciones en programas de televisión, como Cocineros Argentinos.

Todos los días graba recetas que se ven en todo el país y dirige un equipo de foodstylers, cocineros y creadores desde su atelier en Rauch, un pueblo bonaerense ubicado a tres horas de Caba.

Nació en Mar del Plata, pero al cumplir un año la familia emigró a Venezuela, donde vivió hasta sus quince. Su infancia transcurrió en un barrio cerrado, en una familia atravesada por la ciencia. Sus padres —biólogos marinos— se habían mudado a Caracas para trabajar como docentes en la Universidad Simón Bolívar y, también, para alejarse de la violencia política que marcó a la Argentina de los años setenta. Su padre, Víctor Penchazade y su madre, Genoveva de Mahieu, le transmitieron una mirada ética del mundo, desde el cuidado del medioambiente al compromiso con la vida humana y, ante todo, del lazo social, ese tejido invisible que hace que uno se sienta parte de un todo.
Una princesa en el Caribe
Natalia dice que creció como “una princesa cuidada”, entre el colegio, la casa y las rutinas familiares. Como una niña rubia y extranjera en un país que no era el suyo pero a veces sentía que no encajaba del todo.
Su madre, francesa, la llevó a pasar una larga temporada en París. Allí asistió a una escuela de la red asociada a Unesco -un programa extra escolar que educa para el desarrollo sostenible, la ciudadanía global y el aprendizaje intercultural y patrimonial- donde convivía con chicos de múltiples nacionalidades. Su mejor amiga era una chica de Haití y esa experiencia dejó una huella duradera: diversidad cultural, respeto por las diferencias y una relación natural con el nomadismo. “Moverse no era excepción, era la norma”, dirá después.

El mundo, para ella, siempre fue algo curioso, pero cercano, donde no le faltaba nada, y tampoco percibía dolor. “Hasta que llegué a Argentina no había viajado en transporte público, ni caminado sola por la calle, estaba muy guardada, creo que viví en un taper.”, reconoce.
La argentinidad tan buscada
El punto de quiebre o, según como se lo mire, el “despertar” llegó con la argentinidad, cuando todo lo que estaba en su imaginación como una idea de otros de pronto se volvió palpable. En la adolescencia Natalia volvió a la Argentina y descubrió algo que no esperaba: el país no era una idea heredada, era una experiencia física.
Buenos Aires no fue fácil. No había barrio cerrado ni red de contención automática. Había colectivos, calles, códigos sociales que no dominaba. La pertenencia no era inmediata. El fútbol, la familia extensa, los rituales cotidianos empezaron a enseñarle algo que no había aprendido antes: lo común. “La argentinidad no fue algo dado, fue algo que se fue armando”, resume hoy. Con el tiempo, la ciudad se convirtió en un refugio. Aquí nacieron sus hijas y empezó a tomar forma una identidad que ya no se sentía ajena.
Por primera vez, Natalia pudo mirarse a sí misma sin el contexto que la había definido hasta entonces. Ya no era “la nena rubia en Venezuela”, tampoco la alumna internacional en París. Era una adolescente tratando de entender quién era en el lugar del que, en un imaginario lejano, siempre había sido parte.
No sabía bien dónde encajar
Durante años, esa sensación de ser un poco “sapo de otro pozo” la acompañó.
Salvo por un lugar: la cocina de su casa en Caracas donde se escapaba a ayudar a la empleada doméstica a preparar las comidas de la familia y el lugar donde siempre se sintió feliz. “Ella me enseñó todo lo que sé de la gastronomía venezolana.”, reconoce Natalia.
Mientras tanto, la vida seguía sumando capas: trabajos, viajes, maternidad. Sus hijas nacieron en Buenos Aires. La Argentina, lentamente, dejó de ser un territorio ajeno para convertirse en raíz.
La cocina, ese lugar de pertenencia
La cocina surgió como una respuesta, cuando no sabía cómo seguir adelante. Apareció la idea de probar suerte con algo que siempre la había hecho feliz y desde la primera receta que compartió en su nueva cuenta de Instagram, una cheesecake japonesa, cobró una fuerza que no esperaba: “Topó con todo la torta nube que enamora”, como dice ella, le dio un millón de seguidores. Así y todo, no fue el glamour de la exposición en redes lo que la llevó a crecer tanto, sino el acto de cocinar poniendo en juego todo lo que había aprendido y también lo que empezaba a aprender, para seguir creciendo.

Comenzó a cocinar con recetas venezolanas. “Mi primer amor con la gastronomía fue la comida caribeña, la de los sabores tropicales, todo es súper rico: las arepas, las cachapas. Siempre hubo gente maravillosa que trabajó en casa cocinando rico y yo aprendí observando”, recuerda. “En Caracas mi lugar de contención cuando era chica fue la cocina, el lugar más lindo de la casa. Hace mucho que no voy a Venezuela, hace veinte años que no he vuelto, pero todavía me siento un poquito venezolana.“, señala Penchas.
En 2005 se mudó a Saint Louis, Estados Unidos. Allí dio clases de cocina, trabajó como chef ejecutiva, se especializó en cocina internacional y participó en un programa de televisión que llevó sus recetas a los hogares. En el rol de chef conoció la exigencia extrema, los turnos eternos, la rigidez y el maltrato que suelen naturalizarse en ese mundo. Dormir en el auto entre servicios, liderar equipos bajo presión, sostener un clima que muchas veces se parecía más a un quirófano que a un espacio creativo.

Ahí también empezó a tomar decisiones. No quería reproducir ese modelo. Si iba a cocinar, iba a hacerlo de otro modo.
Retomó la docencia y participó en el segmento “Cocinando por 100 pesos” en América Noticias. Más tarde trabajó durante años para Walmart Argentina y luego para Tastemade en español. La visibilidad creció, pero también la inquietud. Seguir trabajando para otros o armar su propia estructura se volvió una decisión inevitable.
Así nació su productora, Natalia Penchas, donde desarrolla videos y fotografías para marcas, crea contenido para su comunidad y produce, de manera estacional, productos de panadería y pastelería como pan dulce, roscas y el alfajor “rauchito”, que está preparando para lanzar pronto al mercado. Tiene un equipo de trabajo con el que cubre todo el proceso: cocina, estilismo, fotografía, edición y narrativa visual.
Redes y una comunidad enamorada
Las redes sociales llegaron como herramienta, no como objetivo. Natalia empezó a grabar recetas, a contar lo que hacía, a cuidar la estética con una obsesión que tiene tanto de oficio como de sensibilidad: la vajilla, la luz, la composición, el ritmo.

De pronto, en el intercambio de las redes sociales algo se amplificó. Sus videos no solo enseñaban a cocinar: acompañaban. Llegaban mensajes que la descolocaban. Personas que encontraban calma escuchándola. Una madre que le contó que su hijo con autismo se tranquilizaba oyendo sus relatos mientras cocinaba. Entonces entendió el peso de lo que estaba haciendo. También el riesgo. La lógica del algoritmo, la caída de views, la ansiedad que generan las métricas. Natalia tomó distancia del rótulo de influencer y empezó a trabajar activamente sobre el ego. No quería ser una figura aspiracional sino una presencia cercana. Por eso llamó a su proyecto “Enamorate”, para inspirar esa sensación en la vida de cada persona que llega a sus contenidos.
Dos formas de descubrir el mundo
Hace pocos meses, una expedición científica al fondo del mar transmitida por streaming desde el Conicet se volvió viral. Al frente estaba su padre, Pablo Penchaszadeh, biólogo marino, ilustrando los que los exploradores encontraban en las profundidades de la Costa Atlántica.
La escena funcionó como espejo. Ella, desde Rauch, mostrando cómo amasar un pan; él, desde el océano, mostrando especies desconocidas. Dos lenguajes distintos, una misma ética: acercar el conocimiento sin estridencias.
Natalia acortó su apellido para las redes por practicidad. Pero la herencia está ahí: curiosidad, método y una pasión irrenunciable por descubrir los tesoros del mundo que vivimos. Y compartirlos.
¿Qué es éxito? El valor de elegir
En Rauch, Natalia disfruta del ritmo de ese pueblo de diecisiete mil habitantes. En su atelier está la base de su empresa, allí produce contenidos y también productos estacionales, como los pandulces que estaba empaquetando mientras transcurría nuestra charla. Su marido, José Luis Iturralde, ingeniero agrónomo, es el socio clave en la estructura administrativa que sostiene el proyecto.

Sus hijas ya no viven con ella. Zina, de 25 años, es diseñadora y vive en Helsinki, donde estudió su carrera de grado y posgrado. Nurit, de 22 está radicada en Bariloche donde trabaja como socorrista de montaña y estudia emergentología médica.
El nido vacío fue también una oportunidad para reenfocarse. Está escribiendo un libro que no será solo de recetas: será un manual abierto, modular, donde cada lector elija su recorrido siguiendo la lógica de Rayuela, la famosa novela de Julio Cortázar.

Desde el campo, desde un pueblo, sin escenografía urbana ni urgencia impostada, Natalia construyó algo más difícil que la fama: un trabajo con sentido. Su historia no es la de alguien que llegó a una meta sino la de alguien que eligió adónde quiere estar.
Y esa elección —la de habitar el propio lugar— es, quizás, la receta más poderosa que tiene para compartir.
Tres consejos infaltables para un menú de fiestas sin estrés
Planificar con tiempo no solo reduce el estrés de fin de año: también ayuda a hacer ese plato que será la estrella de la noche. Entonces, ¿por qué no intentarlo? Natalia Penchas comparte tres tips claves para adelantar preparaciones navideñas que enamoren.

Vitel toné. "Conviene hacerlo con al menos dos días de anticipación. Una vez listo, debe quedar bien cubierto con su salsa y guardado en la heladera. El reposo permite que los sabores se integren mejor: preparado el mismo día, nunca logra la misma profundidad.“.
Piononos. “Si se cocinan con antelación y se conservan hasta cuatro días a temperatura ambiente, bien envueltos en una bolsa, no se quiebran al armarlos. Un detalle técnico que facilita el armado y evita desperdicios.”.
Postres con crema batida. “Para preparaciones que llevan chantilly, es clave usar crema de leche con más de 35 por ciento de grasa. Así se logra una estructura firme y estable. Incluso puede batirse y conservarse en frío desde el día anterior sin perder consistencia.“.
1Los cinco ejercicios clave para agilizar el cerebro y cuidar la memoria
2Tendencias 2026. Desde dormir mejor hasta hacer foco: mirá todo lo que podés lograr con estos seis colores creados para mejorar tu bienestar
3¿Dar un paseo cuenta como ejercicio? La advertencia de un cardiólogo: “Hay que caminar a un ritmo rápido para que el corazón se acelere”
4De 1882. El “castillo” que impulsó la creación de una ciudad y hoy es el corazón de un barrio cerrado





