Estaba desocupado y se animó a cantar: subió a un colectivo y conoció a una persona clave para dedicarse a su verdadera pasión
Como estaba desocupado Pedro comenzó a subir a cantar a diferentes unidades de transporte público. Uno de esos días se topó con una persona que le pidió un favor y , casi sin querer, terminó por acercarlo a su verdadera vocación.
Hay muchas historias de logros y de crecimiento personal que, además de la capacidad, el talento, la perseverancia, la pasión y el talento que cada uno le pone para alcanzar objetivos y reconocimientos, requieren de un encuentro con otros que pueden ayudar a cumplir esos sueños. A veces, incluso, se dan de manera azarosa como si el capricho del destino jugara su propio partido.
Pero, claro, siempre hay que estar atentos, alertas y dispuestos para no dejar pasar esas oportunidades que se presentan. El éxito de Pedro Galván (36) podría resumirse en su creatividad, en su instinto de superación y en no bajar los brazos, pero también en el hecho de haber capitalizado dos encuentros que de alguna u otra manera cambiaron su vida.
Una decisión que le daría sus frutos
Pedro nació el 7 de abril de 1986 en Almirante Brown, provincia de Buenos Aires. De chico tuvo un gran interés por la música, pero recién a los 11 años tuvo su primera guitarra, comprada con dinero que había ganado haciendo trabajos en el barrio como ayudante de albañil.
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A los 19 años, como se encontraba desocupado, decidió salir con su guitarra y hacer música en los colectivos con el objetivo de llevarle un regalo a su madre que cumplía años.
Entonces, cuenta, se aprendió una zamba y una chacarera y pese a que hasta ese momento nunca había cantado en público se animó a asumir ese desafío. Algo tímido, se trasladó a la parada de la línea 63 ubicada en Álvarez Jonte y Gavilán, en La Paternal, subió al colectivo y ahí empezó la aventura.
“No sentí nervios hasta que tuve que empezar a cantar. De verdad me puse muy nervioso, me temblaban las manos. Lo primero que hice fue presentarme y luego cerrar los ojos y que sea lo que Dios quiera. Toqué el primer acorde y empecé con el primer tema. No podía creer lo que estaba haciendo. En la mitad del primer tema casi paro de tocar, entreabrí los ojos y vi que a mi derecha había una señora que me observaba y seguía el ritmo con las manos y los pies y eso me dio tranquilidad y confianza porque a la gente le estaba gustando. Recuerdo que ese día hice 20 colectivos. Llegue a casa, le conté a mi mamá la experiencia, abrí la funda y vacíe el bolsillo en la cama. Entre monedas y billetes era un total de $ 68 pesos, que para mí era una fortuna en ese momento y le pude comprar el regalo a mamá, que fue una cena en un restaurant”, recuerda Pedro, con una sonrisa.
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Primer llamado del destino
Ese día no fue el único en el que Pedro se subió a un colectivo para ofrecer algo de su arte y ganar unos pesos, sino que lo hizo durante bastante tiempo, épocas de las que cuenta con muchas anécdotas. Una de ellas fue cuando se encontraba en una parada sobre la calle Jerónimo Salguero esperando con su guitarra para tocar y venían dos colectivos de la línea 168 que le tocaron bocina para que subiera. A él le dio mucha gracia ese episodio porque, cuenta, parecía que los choferes se peleaban para ver a qué unidad subía primero.
En uno de sus viajes en colectivo, Pedro conoció a Marcelo Huechucura, un joven bandoneonista del sur y al poco tiempo comenzaron a tocar juntos. Después de uno de sus shows, como se tenía que ir a un cumpleaños, Marcelo decidió dejar el bandoneón en la casa de Pedro.
“Le pedí permiso para usar su bandoneón, quería probar qué se sentía al ejecutar ese instrumento, obviamente no sabía absolutamente nada. En ese momento yo ya estaba trabajando en una empresa de transporte y debía despertarme a las cuatro de la mañana, pero era tanta mi emoción de tocar el bandoneón por primera vez que no dormí en toda la noche. Al día siguiente, vino Marcelo a buscar el bandoneón y le mostré lo que había sacado para que él pudiera tocarlo”.
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- -¿Por qué no estudiás bandoneón? -le preguntó Marcelo.
- -¿De dónde querés que saqué plata para comprar uno? -le contestó Pedro.
Marcelo le ofreció uno de esos instrumentos baratos que tenía en su casa para vender y que se podía restaurar. Como Pedro no contaba con el dinero suficiente al día siguiente le comentó la situación a su jefe, Miguel Midonno, quien le ofreció darle el importe que necesitaba con la idea de descontárselo de su sueldo en cuotas. Sin embargo, eso nunca sucedió y terminó siendo un regalo y un gesto que él jamás olvidará.
Otro encuentro que dejó sus huellas
Contento con su primer bandoneón, al poco tiempo Pedro debía hacer unas reparaciones y en la búsqueda de luthieres para este propósito conoció a Víctor Ponciano Ferreyra. El día que entró a su taller fue como un amor a primera vista de esta profesión y todo lo que veía allí, las piezas de bandoneón y el olor del aserrín. En ese mismo instante se dio cuenta de que quería ser parte de todo eso. Entonces, comenzó a insistirle para tomar clases. Durante semanas y semanas iba y tocaba el timbre en busca de una respuesta positiva. “Quiero ser Luthier y dedicarme a esto, por favor”, dijo una de esas veces. Al parecer, Ponciano se convenció al escuchar esa frase y le dio una oportunidad para enseñarle sus conocimientos.
Sacrificio y jugársela por una pasión
Meses más tarde, Pedro inició la carrera de Luthier de Bandoneón en la Casa del Bandoneón, siendo uno de los períodos más intensos en su vida ya que seguía en la empresa de transporte. Se levantaba a las cuatro para ir a trabajar, tres veces por semana iba a estudiar la carrera de luthier, los martes tomaba clases de bandoneón, los jueves tomaba clases de teatro y los fines de semana hacia música en distintos lugares del país.
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“Mientras estudiaba fabriqué mi primer bandoneón. Todo esto de alguna forma ya estaba tomando otro color para mí y debía decidir si dejaba mi trabajo estable, con un sueldo seguro. No fue una decisión fácil, me costó un año tomarla”, dice Pedro. Y agrega: “Recuerdo que en esa época yo estaba tomando clases de bandoneón con mi maestro Juan Banuera y le comenté sobre este tema y él me dijo una frase que fue determinante: ´Para tirarse al río hay que nadar´. Y eso hice, renuncié a mi trabajo, vendí mi auto 147 y me compré dos bandoneones para restaurar y una cámara de fotos. Lo primero que hice fue restaurarlos, les saqué fotos, abrí un Facebook al que llamé Pedro Bandoneón. Y empecé a agregar a las personas que tenían fotos con un bandoneón y les mandaba mensajes contándoles que recién comenzaba con mi taller y les preguntaba si no les interesaba que les restaurara su instrumento. De esa forma comencé a tener mis primeros clientes”.
Taller Galván
En 2014 Pedro abrió su taller de Luthier de Bandoneones, inicialmente llamado Pedro Bandoneón. Pero más tarde, lo renombró como Taller Galván, en honor a su abuelo materno, único músico en el árbol genealógico de su familia.
Los primeros seis meses, cuenta, fueron muy duros económicamente ya que su nombre no circulaba por el ambiente del bandoneón. En los comienzos, Pedro tenía sólo un torno como herramienta, pero fue equipando su taller a partir de máquinas que intercambiaba por los trabajos realizados.
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“En el lugar se trata de restaurar, resucitar, personalizar y fabricar bandoneones. También tenemos nuestro anexo Fundas Galván, dedicado a la creación de fundas para instrumentos musicales, dirigida por mi mamá. La dedicación en cada una de las restauraciones, personalizaciones y fabricaciones son únicas para nosotros y eso siempre genera una motivación para lograr el buen trabajo.
Nuestra trayectoria generó una confianza en nuestros clientes y hasta el día de hoy seguimos recibiendo bandoneones de todo el mundo para restaurarlos”.
Los primeros logros y reconocimientos
Como no daba abasto trabajando en soledad en el taller, Pedro tomó como aprendiz a Santiago Carnero, que no tardó mucho en convertirse en su socio y mano derecha.
En el año 2016, el Taller Galván vio los frutos del trabajo incansable de Pedro y Santiago: dieron su primera gira por Europa en busca de nuevas experiencias y contactos en Alemania, la cuna del Bandoneón. Para sorpresa de ambos, al llegar a la nueva fábrica AA y Harmonikaz (República Checa) fueron reconocidos por sus trabajos en las redes sociales y muy bien recibidos. También visitaron el taller de luthieres importantes como Uwe Hartenhauer, Robert Wallschäger, Klaus Gutjahr.
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Desde su inicio, el taller Galván se dedicó a mejorar y aplicar nuevas técnicas en la restauración de bandoneones. Recibió clientes de todo el mundo y grandes músicos, como Rodolfo Mederos, Eva Wolf, Martin Ferrez, Juanjo Mosalini y Horacio Romo, entre otros.
Las buenas acciones llaman a las buenas acciones
Este año Pedro decidió donar tres bandoneones a escuelas, conservatorios y orquestas de escuelas ya que es un convencido de que las buenas acciones llaman a las buenas acciones.
“Esta idea surge porque conocemos muchas historias de gente, en diferentes lugares de nuestro país, que tienen ganas de aprender a tocar este maravilloso instrumento, pero por distintos motivos no tienen la posibilidad. Y sabemos también que existen escuelas, conservatorios y orquestas que trabajan muy a pulmón para lograr objetivos tan hermosos como enseñar música a jóvenes, niños y adultos”.
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Apuestas y nuevos sueños
Pedro, que es actor, luthier y músico, en la actualidad se encuentra tocando el bandoneón con Juanjo Abregú, con quien recorre varios escenarios del país.
“Apuesto este año a la fabricación de los bandoneones Galván, implementarlo en nuestro país y al resto del mundo. Sueño con tener una fábrica, diseñada y especializada en la fabricación del bandoneón instrumento nacional. Pero lo que más me gustaría es tener una escuela especializada en la fabricación y restauración del bandoneón”, se ilusiona.
Si tenés una historia de superación personal, de transformaciones o de cambios a partir de un suceso en particular mandanos un resumen y tus datos a historiasdevidalanacion@gmail.com
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