Exponentes de primera línea
Sólo El Código da Vinci me resulta más incomprensible que el fútbol. Conclusión: ninguno de los dos me atrapa. En cambio, a lo que resulta imposible sustraerse es al clima de Mundial. Ahí es cuando la cosa cambia, se pone más internacional, y la oferta masculina es más surtida y atractiva. Cumpliendo con un rito que resultaba sagrado para el mítico Paco Jamandreu, que no se perdía un partido "para verles la pierna a los muchachos", evalúo con atención muslos y pantorrillas y, a veces, las caras también. No es lo mismo la osamenta de un germano que un monobloque africano.
¿Cómo sustraerse a la elegancia de un Beckham (¿Posh estará en las gradas?) o a la nobleza magrebí de Zidane? Los únicos dos internacionales que conozco. Un tercero que creí conocer resultó que no eran uno sino dos, Ronaldo y Ronaldinho. Pensaba que el segundo era un diminutivo cariñoso del primero y resultó que no, que se trataba de dos seres distintos y bien diferenciados.
En plan doméstico, el tema no ha sido tan agobiante como en otros campeonatos. El exitismo barato y el "síndrome patriotero" (Savater dixit) tan frecuente en otras épocas, viene menguado como casi todo en este país (salvo la plaza del 25). Debe de ser por eso que la selección se me aparece borrosa, poco perfilada. Retengo algunos nombres: Abbondanzieri, patronímico imposible de olvidar. Es el arquero y siempre esperé que atajara con la misma generosidad que su apellido indica.
Es irritante eso de prender la televisión y creer que anda mal porque todas las pantallas –las que son gratis– se tiñen de borrosos colores patrióticos. Y cuando uno cree que va a aparecer un comentarista, un jugador o alguien que explique de qué se trata todo eso, entra en acción una cerveza auspiciante y nos deja a foja cero. Me paso corriendo al cable y caigo en la señal Cosmopolitan (un canal que dice estar dedicado a la mujer moderna, pero no logra sacudirse a Madame Bovary), en el que una minidiosa (de esas que tanto abundan), micrófono en mano, recorre siempre estadios (o el mismo, no queda claro) con el objetivo de desasnar mujeres en materia de fútbol. Conmigo no lo logró.
De nuestros contrincantes tengo registrados tan sólo a dos: Costa de Marfil, de quienes nunca supe, más allá de los resultados, si en general se manejan bien con el balompié, pero de cuya patria sé que viven pasándose a degüello. El otro, Serbia y Montenegro, visto que acaban de concretar su división, plantea la duda de si la mitad de algunos partidos no la emprenderán entre ellos mismos.
Más allá de las valoraciones de nuestro paso por Alemania, siempre queda un consuelo: el año que viene seremos la sede del Mundial de Fútbol Gay.
* La autora es periodista y escritora
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