
FERIA EN URUGUAYO SE DICE TRISTAN NARVAJA
No menor que el Mercado de las Pulgas, de París, ni que El Rastro y El Jueves madrileños, ni que el Portobello Road de Londres, la feria de Tristán Narvaja,en el barrio montevideano de El Cordón, es para los uruguayos un icono popular de la medida del candombe, del mate, de Gardel
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El tramo principal de la feria abarca siete cuadras de la calle que le da nombre. Arranca en la intersección de Tristán Narvaja con la avenida 18 de Julio, punto dedicado a la venta de plantas, pájaros, perros, gatos y peces de colores, y termina en la calle La Paz, donde el producto más afamado es el pescado frito. Pero desde esas siete cuadras principales, en las que es posible encontrar objetos de gran rareza y otros abrumadoramente prosaicos, esta feria exclusivamente dominical se extiende a la redonda sobre numerosas calles aledañas. Es un abigarrado y caótico conjunto de improvisados mostradores y marquesinas, que parece, visto a vuelo de helicóptero, uno de los enormes campamentos de las huestes de Gengis Khan recreados por el cine.
De las muchas peculiaridades de la feria de Tristán Narvaja, una mayúscula es que conserva su carácter ferial de origen; no sólo se venden allí curiosidades y cosas utilitarias, sino también alimentos frescos, de huertas y mataderos. Pero, seguramente, su característica más pintoresca es el punto de inflexión donde los objetos utilitarios pasan a ser pintorescas rarezas: a veces es posible comprar cueritos de canilla usados, zapatos impares, dentaduras postizas partidas, mangos rotos de sartén... Probablemente sea cierto que hay un comprador para todo, pero cabe sospechar que esos objetos constituyen un condimento, quizás innecesario, para acentuar el sabor local de esta gran atracción turística que es la feria de Tristán Narvaja.
En su mismo nombre hay una rareza que parece a la medida de su pintoresquismo. Narvaja, que había sido religioso franciscano y doctor en Teología antes de convertirse en notable jurisconsulto, se llamaba José Patricio, pero en oportunidad de su confirmación religiosa tomó el nombre electivo de Tristán y lo llevó para siempre en vez del nombre de pila. Y hay más de él que resulta curioso: no había nacido en Uruguay, donde se radicó a los 20 años, sino en la Argentina, pero en 1868 redactó el Código Civil de la República Oriental, y por su mérito se lo declaró ciudadano legal uruguayo.
La feria de Tristán Narvaja data de principios del presente siglo. Su control, su vigilancia y su limpieza de fondo están a cargo de la municipalidad montevideana, que con esta feria administra un total de treinta, todas semanales. Entre ellas debe mencionarse la de Piedras Blancas, conocida popularmente como la feria de los ladrones. Buena parte de los objetos que se restauran y venden en la de Tristán Narvaja han estado antes en esa otra y en calidad de verdadera bicoca. Los ínfimos precios que se manejan en Piedras Blancas permiten sospechar que buena parte de la mercadería es producto del robo -de allí su nombre postizo-, no obstante las 20 mil y hasta 50 mil inspecciones anuales de diverso origen que se hacen sobre el conjunto de los 3000 feriantes de Montevideo. No pocos uruguayos han recuperado en la feria de los ladrones, por unos pocos pesos, algún objeto que les había sido robado.
Una de las más antiguas referencias que se tienen de la zona de Tristán Narvaja como lugar poblado data de 1767 y se debe al vecino lugareño Bartolomé Mitre, abuelo del prócer argentino, que trazó el plano de las 60 cuadras que tenía entonces el sitio, así como consignó el nombre de los dos primeros comercios allí instalados: las pulperías de Vidal y de Jaén, esta última adquirida muy pronto por José Antonio Artigas, tío del héroe nacional de Uruguay.
Sólo un siglo más tarde, ese lugar, es decir, la zona de El Cordón, fue oficialmente amanzanada. En 1851 se integró al conjunto de barrios montevideanos.
La feria de Tristán Narvaja ha sido y es pródiga en personajes característicos. El profesor de matemáticas y archivólogo Alfredo Vivalda recuerda a varios de los ya desaparecidos en su precioso libro sobre la feria de Tristán Narvaja, exhumado, claro, en la feria misma. El primero de su galería data de la década del 30 y es La cotorrita de El Cordón, que vestía absolutamente toda de verde en su inofensiva locura causada por una tragedia sentimental. Otra es Iris Cabezudo, fallecida en 1985, paria que había sido maestra y era hija de un agrimensor hinduista y nudista, al que mató en la puerta de su casa de un tiro y en presencia de la familia. El libro Extraviada, investigación científica de corte lacaniano, encararía, 60 años más tarde del asesinato, el caso de Iris. Y otro más, Fosforito, Juan Antonio Rezzano, que ya octogenario se apagó en 1994. Imitaba a Chaplin -fue Carlitos por primera vez durante el Campeonato Mundial de fútbol de 1930- y hacía publicidad como hombre sándwich.
Si bien es posible encontrar de todo en Tristán Narvaja, a veces los coleccionistas uruguayos buscan cosas virtualmente utópicas, como por ejemplo los primitivos televisores de pantalla redonda que jamás se usaron en Uruguay, donde la TV irrumpió en la década del 50. ¿No aparecerá alguno por allí un día? Es difícil dudarlo. ¡Hay tanto y tan variado! En dos décadas, un homónimo uruguayo de Antonio Tormo logró formar el Museo Viviente de las Comunicaciones con raro material adquirido casi todo en Tristán Narvaja, como por ejemplo una caja completa de bombitas de luz con filamento de carbón en vez de tungsteno, salida de la fábrica de Thomas Alva Edison el 15 de marzo de 1910 e importada por la compañía de electricidad La Uruguaya. Montevideo, recuérdese, fue la primera ciudad latinoamericana que se alumbró con luz eléctrica.
La cuadra de los bibliófilos está en la calle Paysandú, donde ésta corta a Tristán Narvaja. Excepto incunables (¡pero quién sabe!), allí se puede encontrar, si se logra que coincida el momento justo con el lugar indicado, un tesoro de ediciones, sean libros de historia o de literatura, de arte pictórico o fotográfico, o famosas revistas de cómics afanosamente buscadas por coleccionistas fanáticos.
El cimiento de la fama de esa cuadra lo puso hace medio siglo Rubén Buzzetti, entonces un niño apasionado por la lectura, cuando hizo con un cajoncito de peras su puesto de canje de libros y revistas. Canjeaba para leer más, pero de su pasión nació la ya legendaria librería Rubén, situada a mitad de ese tramo de Paysandú.
El comercio de antigüedades es uno de los rubros fuertes de Tristán Narvaja, al punto que no sólo son numerosos los feriantes que lo ejercen, sino que hay anticuarios establecidos permanentemente en dos cuadras de la arteria principal de la feria, comprendidas entre las calles Uruguay y Cerro Largo. Algunas de estas casas son famosas por sus trabajos artesanales de restauración de muebles de estilo. Otras, especialmente Trautmann, recientemente mudada a otro sector del barrio El Cordón, se han caracterizado por el surtido de juguetes antiguos. Trautmann ha hecho remates internacionales en los que se recibían ofertas hasta por vía satelital.
Pero en esta materia, los hallazgos con mayor atractivo, por ser extremadamente fortuitos y más baratos, tienen lugar en los puestos de la feria. Un famoso fabricante uruguayo de soldaditos de plomo y, por añadidura, coleccionista de este tipo de juguete, Enrique Hiriart, halló en cierta ocasión, diseminados entre un centenar de objetos heterogéneos, cinco de las más valiosas figuras de animales salvajes producidas entre fines de la última centuria y comienzos de la presente por la mítica firma inglesa Britains, cuyos juguetes de plomo hicieron las delicias de los niños de casi todo el mundo y encantaron también a personalidades como Winston Churchill, que no sólo jugó con ellos en su niñez, sino que los coleccionó de adulto con la misma fruición, se ha dicho, con que fumó sus habanos.
La persona de Jesús José Montiglio, uno de los feriantes especializados en antigüedades, puede competir en interés con cualquiera de sus mejores piezas comerciables. Con mérito sobrado se gana el título de personaje de la feria de Tristán Narvaja. Es descendiente de Carlomagno -si bien no ha heredado la enorme estatura que se le atribuye a éste- y aspirante a heredar la fortuna de su tatarabuelo piamontés, el marqués Ernesto de Montiglio. La herencia resulta dinamita pura. La mafia y la banca italianas, así como algunos políticos de Italia jaqueados por el operativo mani pulite, jugarían sus propias cartas en la lucha por ese legado. La abogada que defiende los derechos sucesorios de Montiglio fue amenazada y luego secuestrada en Roma por mafiosos que habían quemado archivos parroquiales para destruir pruebas. Hasta la familia montevideana de este anticuario con sangre carolingia ha sido amenazada. Nada falta en Tristán Narvaja.
Nada falta, ni los tamboriles del candombe batidos por grupos ambulantes que piden monedas y se abren camino a puro estruendo entre la apretada multitud de la feria; ni los predicadores religiosos, que empinados por sobre el gentío con la ayuda de un cajoncito de frutas advierten sobre la transitoriedad de hombres y cosas, precisamente en esta feria donde el pasado tiene gran futuro.
Y para, por fin, dejarla en el sitial que le dan los uruguayos, subrayando cuán encumbrada está en la escala de valores del alma popular, quizá resulte apropiado despedirla junto al misterio de Gardel. En una calle del barrio de la feria de Tristán Narvaja, la calle Yaro a la altura del 1142, se encuentra la casa solariega del coronel Carlos Escayola, el hombre que, dicen los uruguayos, fue el padre del Zorzal Criollo.
Escayola habría tenido a este hijo con una joven de entre 13 y 16 años que era, al mismo tiempo, su cuñada y su ahijada, y que entre cinco y siete años después de haber dado a luz a Gardel en la recoleta estancia Santa Blanca, cerca del Valle Edén, pudo casarse con Escayola porque éste había quedado viudo.
La presunta madre del cantor era la menor de tres hermanas que el coronel desposó sucesivamente al tiempo que enviudaba de todas, de la última inclusive. Berthe Gardés, mujer de confianza del coronel, crió maternalmente a su hijo secreto.
Esta historia es una de las menos raras antigüedades de la feria.





