En el salón de la casona de Belgrano, dos mujeres charlan. Hay familiaridad, afecto en sus palabras y sus sonrisas. Una de ellas tiene el pelo blanco y la voz ajada por el tiempo: “Durante el día, me gusta sentarme en este sillón y tratar de acordarme de cosas del pasado”, dice. La más joven asiente con la cabeza, como si confirmara el sentido de algo que solo conocen ellas dos y después de un rato, le pregunta:
¿Cuál fue el gran sueño de tu vida, abuela?
Tuve muchos. Conocer a Luis Leloir era uno de ellos y pude cumplirlo. El nieto de él fue a ver tu obra, ¿sabías? Hoy, me gustaría charlar con Facundo Manes para hacerle algunas preguntas sobre el cerebro.
Christiane Dosne de Pasqualini tiene 97 años, una curiosidad incandescente, la emoción envuelta en lucidez y humor filoso, como corresponde a una investigadora científica. Su nieta, Belén Pasqualini, de 31 años, es actriz, cantante y compositora. Las dos comparten la mirada clara, un entendimiento que va más allá de lo racional y la pasión por lo que hacen. Desde hace un año tienen algo más en común: Belén creó Christiane, un unipersonal que protagoniza, basado en la vida de su abuela.
“Cuando yo tenía ocho años, en el colegio nos pidieron que dijéramos quién era nuestro ídolo y la elegí a ella, era mi heroína. Mi abuela fue la primera mujer en formar parte de la Academia Nacional de Medicina, fundó la sección de Leucemia Experimental y además recibió un premio junto a la madre Teresa de Calcuta por promover la paz en el mundo. Más allá de todo esto, lo que más se destaca en ella es su alegría de vivir, creció en un hogar en el que ser feliz era un mandato”, cuenta Belén.
Una mujer que hace historia
Christiane Dosne nació en un suburbio de París. Cuando tenía seis años, su familia se radicó en Canadá. A los 15, dejó su hogar para cursar el bachillerato en Ciencias en un pueblo a 300 kilómetros. Esa fue la primera de sus muchas aventuras de vida. “Yo nací con un gen de aventura”, afirma ella. En la facultad tuvo como tutor a Hans Selye, el científico que descubrió el estrés, quien le propuso que se especializara en Medicina Experimental. Christiane aceptó y apenas se recibió, aplicó para una beca: las opciones eran la Universidad de Yale, en los Estados Unidos, o el Instituto de Fisiología de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires. Ella no lo dudó: en la Argentina iba a trabajar con Bernardo Houssay, a quien admiraba. Le prometió a su madre que le escribiría una carta por semana y embarcó al sur. Tenía 22 años y ningún conocimiento del idioma español. El barco la llevó a Chile y desde allí llegó en tren a Buenos Aires. Houssay la recibió en la estación y la adoptó como una hija postiza.
En Buenos Aires, Christiane vivía en una pensión de estudiantes. “No te hagas mala sangre por mí, porque trabajo mucho, pero me divierto mucho y soy muy feliz”, escribía a su madre. Por un desamor sufrido en Canadá, la joven médica había decidido que no iba a enamorarse nunca más. Le encantaba salir a bailar y lo hacía con todos los que la invitaban. “Mi abuelo Rodolfo era uno de ellos, pero en un momento le dijo ‘basta’: formalizaban o no se veían nunca más. Se pusieron de novios en 1942 y se casaron dos años más tarde, en Canadá. Acordaron que ella no iba a abandonar su profesión. Tuvieron cinco hijos: las mellizas Titania y Diana, Sergio, Enrique y Héctor, mi papá. Los tres mayores se dedicaron a la Medicina”, cuenta Belén.
Christiane no fue la típica abuela que malcría a sus nietos, no tenía tiempo para eso. Claramente, su prioridad era el trabajo
Como Christiane, Rodolfo Pasqualini amaba su carrera. Llegó a ser un endocrinólogo eximio, investigador y profesor universitario. Durante su presidencia, Juan Perón le facilitó los pasajes y una carta de recomendación para que visitara el instituto de Endocrinología más importante de los Estados Unidos y tratara de emularlo en nuestro país. De esa manera, Pasqualini pudo crear el Instituto Nacional de Endocrinología. En el 55, cuando Perón fue derrocado, el especialista ingresó en la “lista negra” de la Revolución Libertadora. “Como no pudo ejercer más la docencia, mi abuelo se dedicó al consultorio privado. Creo que lo deprimió un poco porque él era un apasionado de la enseñanza. Se recluyó en su escritorio y escribió muchos libros que luego se usaron en la facultad”, explica Belén. Christiane decía que era más esperable que lo nombren académico a él que a ella. Entre ellos no había competencia. “Si ustedes quieren saber qué opino de algo, vénganme a ver a la Academia. Porque bajo este techo, su padre es quien tiene la última palabra”, les decía a sus hijos.
Por aquel entonces, la investigadora le escribía a su madre: “Esta es la vida que elegí. Tengo un marido que es muy compañero. Somos pares y compartimos todo lo que tiene que ver con el cuidado de los chicos: los llevamos y los traemos, cambiamos pañales, nos ayudamos en todo”. En sus memorias, Christiane cuenta: “Los días eran largos y con mi marido teníamos que organizarnos bien, pero no recuerdo especialmente el cansancio. Cuanto más hacés, más podés hacer: ese ha sido un lema en mi vida”.
Junto a su abuela, Belén recuerda: “Christiane no fue la típica abuela que malcría a sus nietos, no tenía tiempo para eso. Claramente, su prioridad era el trabajo. Había que llamar su atención porque era una persona que estaba con la mente en sus estudios. Los domingos nos juntábamos todos a almorzar en lo de mis abuelos, comíamos fiambres y después, pastas. Eran unas mesas muy largas. Los mayores hablaban de ciencia y de política”.
Las mujeres nos fuimos plantando fuerte, pero no deberíamos perder nuestra feminidad ni volvernos agresivas.
En 1991, Christiane Dosne de Pasqualini ingresó a la Academia Nacional de Medicina. Fue la primera mujer que alcanzó esa distinción. “Cuando estudiaba en la Universidad de Yale, en los Estados Unidos, éramos cuatro mujeres entre 80 varones. Con los años, eso fue cambiando. Las mujeres nos fuimos plantando fuerte, pero no deberíamos perder nuestra feminidad ni volvernos agresivas. Las que sean disciplinadas pueden llegar muy lejos en los planos profesional y laboral. Y también hay que saber pedir ayuda: si una la busca, la consigue”, afirma la científica.
En palabras de su nieta Belén, Christiane es muy fanática de la mujer, pero su único extremismo es el trabajo arduo: es una militante del esfuerzo. Una de sus frases de cabecera es “quise lo que hice”, que es también el título de sus memorias, y remite a una reflexión de Jean Paul Sartre: “Felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que se hace”. La otra es una cita de un poema de Robert Frost, que se llama El camino no tomado que dice: “Dos caminos divergían en un bosque, yo tomé el menos transitado, y eso hizo la diferencia”, cuenta la actriz.
En el final de la obra Christiane, la protagonista dice: “Tengo ganas de estar en el mar esta tarde, de ver mi vida desde ahí, desde lejos, y que el agua me ayude a recordar todo. Solo lo bueno, que todo lo demás se borre, que se lo lleve el agua”. Al terminar la tarde, en el salón de una casona en Belgrano, Belén le pregunta a Christiane:
¿Extrañás algo del pasado, abuela?
Sí, a Rodolfo.
Del uno al diez, ¿cuánto lo extrañás?
Un ocho.
Una vida en escena
Christiane se estrenó el año pasado en el Centro Cultural General San Martín y a ahora se puede ver los domingos a las 18 en el Teatro El Picadero, Enrique Santos Discepolo 1857, CABA.
La obra también se presentó en la provincia de Buenos Aires, el interior del país, Chile y Brasil. Belén Pasqualini ganó un Premio Hugo como autora del libro y otro por las letras de las canciones, mientras que la obra se llevó una tercera estatuilla como Mejor Unipersonal Musical.
Belén es licenciada en Actuación y también música y compositora. Escribió las canciones de Christiane. Su primer trabajo importante fue Eva, con Nacha Guevara. Luego siguieron Despertar de primavera, Forever Young, Sweeney Todd (por el que ganó el ACE como Actriz Revelación), Dos pícaros sinvergüenzas, Lord y Bajo el bosque de leche.
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