
HASTA DONDE LLEGA EL PODER DE LOS MEDIOS
La discusión, vieja como la historia, cobra otra dimensión: en la aldea global, ¿Quién maneja la información manejará el mundo?
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U na de las definiciones que más se recuerda de boca de Herbert Marshall McLuhan -profesor de literatura y teórico de la comunicación, muerto a los 69 años en el último día de 1980, en Toronto, Canadá, su país de nacimiento- es aquella que dice que "el medio es el mensaje"; frase esta que hubo de convertirse en el lema de la contracultura de los años sesenta.
Fino y profundo buceador de los fenómenos sociales, consideraba, acaso en el más exacto ejemplo de síntesis periodística, que los medios de comunicación de masas (mass media) son "prolongaciones tecnológicas del sistema nervioso".
No son ajenas tampoco en el mundo de la prensa en cualquiera de sus escenarios -ni antes ni ahora- sus advertencias, poco ortodoxas, acerca de la relación entre la gente y los medios. Quienes analizan el camino transitado por McLuhan dicen que, para él, había dos grandes etapas en la historia del mundo: la civilización arcaica y la de la escritura, caracterizadas, respectivamente, por la comunicación verbal y por la escrita; y ambas, superadas por la revolución tecnológica en la comunicación audiovisual, que convertiría al mundo en una aldea global y a la humanidad en una tribu planetaria.
"Si los medios de comunicación de masas -razonaba McLuhan- hacen posible el fin de la escisión de los hombres y la reconstrucción de la familia humana, es para la sociedad una tarea urgente el aprendizaje del control de esos mismos medios antes de que los mismos la destruyan."
Treinta años antes del mágico mundo de Internet, el hombre supo ver que los medios electrónicos, particularmente la televisión, producirían un impacto tan tremendo al punto de superar el material comunicado. Treinta años atrás, Marshall McLuhan hizo más que intuir el avance de los medios. Vio, a la distancia, su enorme poder.
Lo que hoy llamamos genéricamente prensa -y cuyo desarrollo muchos suelen emparentar con Gutenberg y su imprenta- tiene, sin embargo, raíces más profundas.
Desde el fondo de los tiempos, de un modo u otro, la información siempre estuvo asociada al poder. Hacia el siglo V a.C., en la antigua Roma eran conocidas las acta diurna, manuscritos propagandísticos que eran colocados en el Foro y que anunciaban importantes acontecimientos políticos y sociales de interés popular. En la Edad Media habrían de aparecer los primeros folletos informativos, como los avvisi venecianos o los Zeitungen alemanes, que brindaban información económica y comercial. Los corantos holandeses tuvieron mayor importancia al difundir noticias corrientes, que no tardarían en extenderse por toda Europa.
Desde el inicio de la comunicación de masa, en el Renacimiento, han existido teorías básicas sobre la prensa y su poder. En el libro Tres teorías sobre la prensa, de Fred Siebert y Theodore Peterson, se dice que la más antigua es la autoritaria. Los autores así lo explican: "Comenzó a existir en el clima autoritario de fines del Renacimiento, poco después de la invención de la imprenta. En esa sociedad se creía que la verdad no era el producto de la gran masa del pueblo, sino el de unos pocos hombres sabios que se encontraban en posición de guiar y conducir a sus semejantes. Así, se pensaba que la verdad estaba radicada cerca del centro del poder. La prensa, por lo tanto, funcionaba desde arriba hacia abajo. Los gobernantes de la época empleaban a la prensa para informar a la gente acerca de lo que los gobernantes pensaban que la gente debía saber, y de las políticas que los gobernantes creían que la gente debía apoyar (...) Resulta obvio destacar que este concepto eliminaba lo que en nuestra época ha llegado a ser una de las funciones más comunes de la prensa: controlar al gobierno".
La teoría libertaria, por su lado, viene a modificar la posición relativa del hombre y el Estado. Este nuevo enfoque, incipiente en las postrimerías del siglo XVII, comenzó a tomar forma en el XVIII y terminó por instalarse en el XIX. No por casualidad coincidió con la aparición -en Francia, a mediados del siglo XVIII- de un nuevo término que habría de convertirse en uno de los más celosos mandamientos de la prensa y los medios de comunicación universales: opinión pública. Justamente un francés, pero de nuestros tiempos, el político Michel Rocard, dijo en una ocasión que la opinión pública está sustituyendo a la lucha de clases como motor de la historia.
"En la teoría libertaria -señalan Siebert y Peterson-, la prensa no es un instrumento de gobierno sino, antes bien, un recurso para presentar pruebas y argumentos sobre la base de lo que la gente puede controlar al gobierno y decidirse sobre su política. Por tanto, resulta imperativo que la prensa esté libre del control y de la influencia gubernamentales. Para que pueda surgir la verdad, tienen que escucharse todas las ideas; debe existir un mercado libre de ideas e información. Tanto las minorías como las mayorías, los débiles como los fuertes, deben tener acceso a la prensa." Si la imprenta fue decisiva en la difusión de la Reforma luterana, el periodismo no iba a serlo menos en las revoluciones europeas de 1789 a 1917. El abate Sieyes lo observó al comenzar esta era: "La prensa -dijo- ha cambiado el destino de Europa y cambiará el del mundo. La prensa es, para los inmensos espacios de hoy, lo que la voz del orador en las plazas públicas de Atenas y de Roma".
Más acá en el tiempo, la historia reciente acuñó una frase del viejo dirigente comunista Erich Honecker cuando, observando los techos berlineses invadidos por antenas de televisión, murmuró: "Esto es lo que ha derribado el Muro de Berlín".
La prensa ha ido modificando su participación frente a la sociedad, frente a la opinión pública, a un ritmo proporcional al desarrollo tecnológico de los medios. Pero se dirá, también, que el papel del periodista de estos tiempos ha ido mutando notablemente en muchos países y, particularmente, en el nuestro, casi a la par de la presión social (se le exige ya no sólo información, sino que, simultáneamente, actúe como policía, fiscal, testigo y juez) y a la llamada batalla de los medios (Vietnam fue la primera guerra de medios de comunicación social de toda la historia, y la CNN, aferrada a sus cámaras, celebró su liderazgo en la cobertura de la Guerra del Golfo tanto o más que el general Colin Powell la victoria abrazado a sus misiles), esto es, la fundación de poderosas corporaciones empresariales o multimedios.
En nuestro país, la Asociación para la Defensa del Periodismo Independiente -Periodistas- expresó en un reciente informe lo siguiente: "El surgimiento de grandes empresas de medios de comunicación no es algo negativo. Por el contrario, la abundancia de recursos y la especialización pueden contribuir a un mayor desarrollo de la capacidad informativa, como de hecho ha venido ocurriendo desde la privatización de los canales de televisión a principios de esta década. No es ése el problema. Mientras una oferta diversificada asegura la competencia y el pluralismo en la prensa escrita, la situación es distinta en los medios audiovisuales.
"En los canales de aire -sigue el informe- de difusión nacional la concentración ha cobrado un impulso inusitado gracias, en parte, a la ausencia de una ley específica. En el ámbito de los canales de cable hay grupos que participan -o controlan la totalidad- de la oferta de alcance nacional. Es precisamente en ese contexto donde es cada vez más importante que exista una transparencia absoluta sobre la propiedad de los medios. Por eso, cuando algunos de estos nuevos conglomerados pertenecen a inversores extranjeros y a sociedades off shore, radicadas en paraísos fiscales que impiden conocer su verdadera composición accionaria, se alimentan las dudas del público sobre la requerida transparencia de los propietarios."
Hay quienes sostienen que el paradigma autoritario y el mito omnipotencial persisten en la visión de esa "aldea global" que, según McLuhan, estaba creando el magnate estadounidense Ted Turner al fundar Cable News Network (CNN) en 1980, la primera emisora de televisión en transmitir noticias las veinticuatro horas. Lo más probable -aventuran otros- es que el enjambre de satélites que giran en torno de la Tierra resulten ser otra versión de la Torre de Babel.
Jacques Attali, el pensador francés, destaca el fenómeno de la comunicación, y advierte: "Así como la mecánica inspiró al liberalismo, así como la termodinámica inspiró al marxismo, en la actualidad habrá que fundar un análisis social sobre la teoría de la información en todas sus formas: biología, informática, lingüística, antropología".
Sobre este punto, y sobre el poder económico que representa el manejo y distribución de la información, existen opiniones enfrentadas.
En un texto de Anthony Smith, La geopolítica de la información, publicado por el Fondo de Cultura Económica de México, se lee lo siguiente: "La humanidad está viviendo, gracias a las nuevas tecnologías de la información, la tercera revolución en la comunicación. Las dos transformaciones previas a las técnicas humanas para el acopio de información -escribir e imprimir- promovieron una compleja transformación en instituciones como la educación, el gobierno, el comercio y la religión".
Desde la otra vereda, los que opinan concretamente sobre la idoneidad profesional de los periodistas más allá del beneficio de la tecnología que los acompaña, hay quienes sentencian con dureza: los periodistas no fueron nunca mejores ni peores que hoy, pero jamás fueron tan influyentes. A ello ha contribuido en especial el malentendido de los medios como el cuarto poder. O los periodistas no saben dónde habita Dios, pero todos le han hecho ya alguna entrevista. O periodistas y políticos son dos familias que pertenecen a la misma casta; tienen igual lenguaje, parecidos intereses y semejante ideología de éxito. Y hasta el mismísimo Bob Woodward (compañero de Carl Berstein en el caso Watergate) no mezquinó palabras cuando le reclamaron una crítica. Dijo: "Los periodistas necesitan hacer un autoexamen. Se nos ha escapado la historia más importante de los últimos veinticinco años: el hundimiento del comunismo".
Sea como fuere, de aquellas acta diurna de los días de Julio César a estos tiempos de Internet han pasado bastante más cosas que el derecho de informar y de ser informados.
Con los latidos cada vez más estruendosos del tercer milenio, lo cierto es que -como alguna vez se dijo- "ni César ni Hitler ni los papas han tenido tanto poder para manejar la información de la que tanta gente depende para tomar decisiones sobre cualquier cosa, desde por quién votar hasta qué comer". Y, por si falta un ejemplo, aquí va uno: las cinco grandes corporaciones de medios de comunicación que hoy dominan en el mundo facturan por publicidad, en conjunto y por año, el equivalente de la deuda externa argentina.
Recordando a McLuhan, alguien se tomó la licencia de ampliar aquella célebre definición. Y entonces, dijo: "El mensaje del medio es que el medio es el poder".
Negroponte, todo un optimista
En 1985, Nicholas Negroponte fundó el Laboratorio de Medios del Instituto de Massachusetts, el mayor y más importante centro de estudios e investigación de las formas de comunicación del mañana. Este hombre -autor del best seller Ser digital y de la famosa frase: "La computación ya no es sobre computadoras. ¡Es acerca de la vida!"- recorre 80.000 kilómetros por año dando conferencias, almuerza con presidentes y primeros ministros, y anduvo un largo camino desde que comenzó a diseñar su mundo particular cuando, con su título de arquitecto y especializado en gráficos por PC, creó su propio laboratorio para aplicar las máquinas al diseño. Respecto del poder de los medios de última generación tecnológica, Negroponte no cree en fantasmas.
"Yo soy una persona optimista por naturaleza -dice-. A mi juicio, Internet está logrando un mundo más multicultural y más vasto. Si para algo sirve Internet es, justamente, para democratizar la difusión de distintas culturas, ampliarlas, darles voz fuera de su entorno natural. Si los países pobres hicieran un mínimo de su parte y garantizaran una infraestructura de telecomunicaciones barata, entonces los beneficios de la revolución tecnológica podrían alcanzar a la mayoría. Yo veo que viene algo distinto, un mundo más diverso."
También avanza en el terreno de las profecías: "El chino será la lengua predominante en Internet dentro de una década, la televisión y la computación se van a fusionar, el diario traerá video y sonido, exactamente como un noticiero", desafía.
Negroponte descree de los peligros secundarios de este boom de la comunicación: "El mundo virtual es, en general, bastante seguro, aunque esto no significa que no se deban tener los ojos bien abiertos, como en cualquier otro nivel".
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