
Islas en peligro
Los territorios aislados en medio de los océanos tienen, por su soledad, características únicas, que son las que atraen a los turistas y son las que se pierden al ser visitadas
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La escena dura dos horas que parecen diez minutos. A las seis de la mañana, en un campo al pie de un enorme volcán rodeado de mar, una galápagos de 200 kilos despierta, levanta trabajosamente su enorme coraza y se dirige a un charco para tomar un trago de agua, el primero del día. Sopla y jadea la tortuga, sacudiendo su cabeza surcada de arrugas. Cada veinte pasos deja caer su caparazón sobre el pasto y se detiene a descansar. Una garza muy blanca aprovecha la pausa para posarse en su lomo. Cuenta hasta diez la tortuga y retoma el esfuerzo, clavando sus ojos cansados en el espejo de agua. La garza dispara y sale volando.
Para cuatro veces la tortuga para recobrar su aliento, hasta llegar al charco, donde cinco pinzones y un canario se bañan felices, sacudiendo sus alitas como diminutos ventiladores. La tortuga toma agua. Las demás se despiertan y, de a poco, empiezan a rodear el charco. La segunda tortuga llega al charco a las siete y cuarto de la mañana. De pronto, la confrontación.
La segunda tortuga encara a la madrugadora. Estira el cuello, abre su bocaza y suelta un rugido amenazante. Acto seguido patea y empuja a la madrugadora, que da media vuelta y retrocede unos pasos en actitud defensiva. Llega la tortuga y se repite el enfrentamiento con la segunda, la tortuga dominante. La tortuga tres también retrocede, y la cuarta. Cuando llega la quinta, la dominante se instala en medio del charco y no pelea más. Las demás beben desde los bordes del charco.
Naturaleza en estado salvaje. Tortugas gigantes en plena pelea, al son de un concierto de mil pájaros, entre árboles y flores de todos los colores, con el mar esmeralda en el horizonte, rugiendo contra las piedras negras de lava volcánica. Así son los altos de la isla Santa Cruz, en el corazón de las islas Galápagos, un paraíso natural hoy, más que nunca, amenazado por el hombre.
Las famosas tortugas gigantes que le dieron el nombre a este archipiélago son animales terrestres y por lo tanto no sufrirán las consecuencias del derrame de combustible del buque carguero Jessica, ocurrido a mediados de enero último en la vecina isla de San Cristóbal. Pero sobre el hábitat de las tortugas se cierne una amenaza más difícil de controlar: la sobrepoblación humana.
A menos de 20 kilómetros del santuario de las tortugas se erige Puerto Ayora, la principal urbanización del archipiélago. Según el último censo, de 1998, en puerto Ayora hay 8000 habitantes registrados. Pero fuentes del gobierno local aseguran que los residentes de Puerto Ayora, incluyendo ilegales y portadores de permisos temporarios, duplican esa cifra.
A los residentes locales hay que sumarles los 70 mil turistas que visitan el archipiélago cada año. La gran mayoría hace base en puerto Ayora para recorrer las islas en lujosos cruceros-hotel. En total son 84 barcos que transportan un promedio de 1545 pasajeros en viajes que duran entre 3 y 15 días. En los últimos años, la cantidad de barcos que opera acá se triplicó. La aerolínea estatal ecuatoriana Tame monopoliza las rutas aéreas que traen los turistas a Galápagos, con 18 vuelos semanales de ida y otros tantos de vuelta, entre Quito, Guayaquil y las islas. Emplea espaciosos Boeing 767, con capacidad para 120 pasajeros.
En 1998, el gobierno de Ecuador al que pertenecen las islas, dictó una ley prohibiendo nuevas radicaciones. Pero aquí casi nadie es deportado y los permisos de residencia falsos se compran fácilmente por 40 dólares. A pesar de la ley, la población legal crece a un ritmo del 7% anual, casi el doble que el Ecuador continental, aun cuando la tasa de natalidad es más baja en las islas que en el continente.
En Puerto Ayora, las señales de crecimiento y prosperidad están en todos lados: cuadrillas de obreros en cada esquina trabajando febrilmente en edificios a medio construir; carteles de MasterCard, Western Union y Pacific Bell, decenas de hoteles, bancos, bares y discotecas; un puerto bullicioso con barcos y lanchas anclados por doquier; calles atestadas de autos, camiones y motocicletas, y, en las afueras del casco urbano, un prostíbulo y un enorme basural.
"Si quieres venirte, aquí sólo tienes que comprarte una propiedad. Después armas una compañía para administrar la propiedad y te nombras gerente de la companía, lo cual te da derecho a residencia, explicó el colono Jack Nelson, dueño del hotel Galápagos, uno de los más lindos de Puerto Ayora. Nelson es hijo de un oficial norteamericano destinado a una base naval de los Estados Unidos en la isla de Balter, muy cerca de Santa Cruz, en los años 50. La base ya no está, pero los Nelson se quedaron y Jack, preocupado por la explosión urbana que amenaza su paraíso, colaboró con la redacción de la ley, un esfuerzo conjunto de colonos, ecologistas, pescadores, empresarios turísticos y autoridades ecuatorianas. Hoy reconoce que la ley que regula muchos aspectos de la vida en Galápagos tiene demasiados agujeros para funcionar como una efectiva herramienta de control. La ley, por ejemplo, establece que ciertos lugares del archipiélago especialmente sensibles a la presencia humana no pueden ser incluidos en los itinerarios turísticos. Pero esa veda se supera fácilmente con un buen contacto en la dirección de Parques Nacionales, el ente encargado de controlar el tráfico.
También establece una cuota y una temporada de pesca para la captura de la langosta y el pepino de mar, dos especies amenazadas por la depredación, pero los pescadores, a fuerza de violentas protestas, consiguieron, el año último y el anterior, que el gobierno ecuatoriano aumentara la cuota establecida.
La ley además establece penas para delitos ecológicos, pero a tres semanas del derrame del Jessica, sólo el capitán había sido encarcelado y no se conocían los nombres de los dueños de la carga ni del barco, ni se sabía quién autorizó el viaje del Jessica, un buque viejo y en mal estado, ni la introducción al archipiélago de un importante cargamento de búnker, un combustible pesado y viscoso, de difícil evaporción, que hoy está casi en desuso. Si en vez de búnker el Jessica hubiera cargado diesel, un combustible de uso común, el derrame hubiera sido más fácil de controlar.
En Ecuador nadie espera castigos por el desastre del Jessica: más de la mitad de los artículos de la ley Galápagos aún no ha sido reglamentada por el gobierno ecuatoriano y los periodistas de este país aseguran que detrás del Jessica se mueven intereses poderosos. Se habla de mafias del combustible y del turismo y hasta se menciona a algún familiar del presidente.
Gilles LeRoy nació en Puerto Ayoras hace 43 años y recuerda con nostalgia un pasado mejor. Sus padres vinieron a Galápagos de Bélgica. "Vinieron porque no querían estar dentro de un sistema que manejara sus vidas y acá encontraron la libertad."
Cuando Gilles era chico no había autos, ni luz eléctrica, ni aviones, ni basurales. Ni siquiera empresas turísticas. "En 1965 llegó el primer crucero turístico, el Pacific Cachalot. Sus dueños eran unos marineros ingleses que habían visitado las islas unos años antes, como tripulación de un yacth. Se instalaron en puerto Ayora y empezaron a hacer viajes y, por un tiempo, les fue muy bien. En 1969 llegó la primera empresa de turismo grande del Ecuador, Metropolitan Tours, y desplazó a los ingleses, que se negaban a trabajar para ella. Después llegaron otras agencias de viajes y hoy hay cuatro o cinco grandes y un una docena de operadores chicos."
Todos los operadores de barcos son ecuatorianos, explica LeRoy. Los extranjeros, si quieren trabajar en Galápagos, deben asociarse a los operadores ecuatorianos. En los últimos diez años se formaron joint-ventures turísticos entre empresas locales y socios suecos, ingleses y norteamericanos. Los locales se quejan de que los cruceros-hotel acaparan el negocio turístico y apenas le dejan migajas a los isleños.
"Bajan una hora, se compran una remera, un refresco y se vuelven al barco," dijo el dueño de un restaurante de la isla Santa Isabel.
Entonces, para prosperar, un tercio de la población se dedica a explotar los considerables recursos marinos del archipiélago a través de la pesca, lo cual los pone en confrontación con los ecologistas de Parques Ncionales y la Fundación Charles Darwin, las dos entidades encargadas de cuidar el delicado ecosistema de las islas.
Una encuesta publicada por la revista política ecuatoriana Vistazo es sintomática del choque cultural que amenaza a las islas: cinco de cada diez habitantes en la isla opina que "hay demasiado espacio para la conservación y demasiado poco para la gente" y cuatro de diez opina que " al gobierno le interesan más los animales que las personas."
El derrame del Jessica profundizó la brecha: durante diez días, los pescadores vieron como centenares de europeos y americanos disfrazados de Indiana Jones limpiaban piedras co detergente para salvar lagartijas y lloraban la muerte de dos gaviotas empetroladas, a nadie parecía importarle que en la isla Santa Isabel el agua potable está contaminada por heces humanas desde hace una década y apenas el 8% de la población tiene educación terciaria porque no existe una sola universidad en todo el archipiélago.
Mientras tanto la inversión pública en el archipiélago cayó, de 589 dólares per cápita en 1997, a 358 dólares en 1998, y el impacto se hizo sentir en los servios públicos de las islas. El repliegue del estado ecuatoriano fue capitalizado por los empresarios turísticos, que hoy se manejan en un marco regulatorio mínimo.
"El petróleo podría llegar a las islas en avión, pero tiene un costo. Los barcos que utilizan combustibles pesados se podrían prohibir, pero eso tiene un costo. Los operadores turísticos podrían contribuir un porcentaje de sus ganancias al presupuesto de parque nacionales, pero eso no ocurre, así que se hace lo que se puede, dentro de lo razonable," dijo Ron Goodman, un experto canadiense que llegó al archipiélago como invitado del gobierno ecuatoriano para contribuir con la limpieza del Jessica.
Para Gilles LeRoy, la vida en Galápagos hoy le exige un delicado equilibrio político. "Yo me llevo muy bien con la gente de parques nacionales, pero me niego a contarles las cosas que veo, porque no puedo decirles que en tal o cual lugar hay pesca ilegal, porque los pecadores me matan y yo los comprendo."
LeRoy tampoco se queja de los operadores turísticos porque vive de ellos: fabrica artesanía con plata que trae de Guayaquil y que vende en los cruceros cuando llegan al puerto. Pero tiene un reparo.
"Yo, en las reuniones vecinales, lo qe pido es que el gobierno mande un par de ingenieros agrónomos para desarrollar cultivos en las islas. Porque todas las verduras que se comen acá llegan del continente. Y los barcos desechan las lechugas que llegan malas, y esas lechugas están llenas de bichos y parásitos que terminan matando las plantas de acá y contaminando todo. Con una producción mínima se llegaría al autoabastecimiento y se podrían cerrar las importaciones. Se le daría trabajo a mucha gente y se integraría a la población con los operadores turísticos, y no haría falta depender tanto de la pesca abusiva."
Pero LeRoy dice que no es escuchado, que los vecinos de Puerto Ayora están más interesados en que el gobiero les instale un aeropuerto, para evitarse el viaje de dos horas hasta el puerto de Baltra.
Mientras los isleños discuten, a sus playas llegan cada año 500 toneladas de legumbres y frutas, con su carga de insectos y hongos, que son una amenaza permanente a las más de 100 especies de plantas endémicas que crecen en Galápagos y ningún otro lugar, a pesar de los controles sanitarios que existen en los aeropuertos, que no representan ningún obstáculo para un contrabandista con un poco de ingenio y algunos pesos de más.
Los animales exóticos que habitan las islas_tortugas y pingüinos, iguanas y palomas terrestres_también luchan por sobrevivir contra la voracidad de distintas plagas traídas por el hombre. En las islas hay 100,000 chivos y 12,000 puercos salvajes, e incontables ratas que fueron llegando en los últimos 200 años a bordo de barcos piratas ingleses, balleneros norteamericanos y pesqueros taiwaneses. Las plagas limpiaron islas enteras de vegetación, acabaron con los roedores locales y estuvieron a un tris de extinguir a las tortugas y las iguanas, recatadas milagrosamente por los esforzados voluntarios de la fundación Darwin.
Todos los días desde algún puerto del archipiélago, parte un buque lleno de chivos para ser vendidos en el Ecuador. La fundación ha conseguido erradicar a los chivos y cerdos de las islas más pequeñas, pero la accidentada topografía de las islas grandes hace imposible hasta el momento intentar la erradicación total. Haría falta que alguien ponga varios millones de dólares y, hasta el momento, eso no sucedió.
Para Fernando Espinoza, director general de la fundación, el grn problema es la diferencia del nivel de vida entre las Galápagos, donde las oportunidades abundan y Ecuador continental, que lleva una racha de siete años de recesión continua, y que a pesar de haber dolarizado su moneda, no puede frenar una inflación que el año pasado superó el 80 por ciento. En las Galápagos, a pesar de los recortes de subsidios estatales, el producto bruto per cápita es cuatro veces más alto que en el resto de Ecuador.
"Para los ecuatorianos, emigrar a las Galápagos es como irse a España o Italia. Cuando la economía está mal, los jóvenes salen a buscar su futuro. En Galápagos pueden ahorrar y mandar dinero de vuelta a sus casas," graficó Espinoza.
Tampoco puede esperase que el gobierno ecuatoriano ponga restricciones al crecimiento turístico, que motoriza la economía de las islas, que su vez actúa de imán para miles de ecuatorianos en busca de oportunidades. Al contrario: una de las principales estrategias del gobierno ecuatoriano para salir de la crisis se basa, precisamente, en el desarrollo de la infraestructura turística, tanto en la selva como e la costa. Y dentro de este plan, las Galápagos representan a las joyas de la corona. La ley de 1998 estipula que el archipiélago puede albergar hasta 120,000 turistas por año, casi el doble de la cantidad actual.
El derrame del Jessica, con todo lo que simboliza, no ha conseguido que el gobierno ecuatoriano, ni las fuerzas vivas del archipiélago, revean sus estrategias de crecimiento. En vez de eso, el desastre ecológico fue transformado en una oportunidad para crecer más rápido. La ministra de Turismo de ecuador, en declaraciones el diario El Mundo una semana después del derrame, salió a aclarar que "las actividades turísticas no se verán afectadas." Explicó que el turismo en el archipiélago es de carácter ecológico y científico, y, por lo tanto, "se espera un incremento a partir de los próximos días.
Los isleños también aprovecharon la presencia del periodismo mundial a raíz del derrame del Jessica. Sembraron rumores de grandes manchas de petróleo y decenas de muertes de animales empetrolados que nunca se concretaban. Cualquier cosa con tal de retener la atención del mundo un día más, para que más turistas potenciales sientan la necesidad de visitar al paraíso amenazado, antes de que sea demasiado tarde.
Las tortugas prefirieron no opinar y las garzas ni siquiera fueron consultadas.
Fernando de Noronha y Juan Fernández, dos tipos con suerte
Los isleños lo saben muy bien: existe un cultivo redituable sin necesidad de insecticidas ni riego artificial: el turismo. Pero esta industria sin chimeneas es un arma de doble filo: por un lado aporta recursos económicos, y por otro, puede causar efectos impredecibles en los frágiles ecosistemas locales.
Según las estadísticas de la Organización Mundial del Turismo, las islas están consideradas como el segundo destino turístico líder en el mundo, después de las ciudades históricas.
Quizás porque las rodea un halo de misterio, o por la fama de ser pequeños mundos, lugares fantásticos y solitarios que la literatura describió a la medida de cada uno, las islas fascinan a los turistas.
En la Conferencia de Río, Eco 92, se destacó que "El aislamiento geográfico hace que las islas tengan muchas especies endémicas de flora y fauna, es decir, únicas en todo el planeta. También, tienen ricas y diversas culturas especialmente adaptadas al ambiente isleño".
De esta forma, el desafío del turismo sostenible, en base a una planificación, desarrollo y gestión adecuados, constituye una preocupación fundamental en la agenda de estos territorios amenzados.
Aquí nomás, en América del Sur, hay dos casos que demuestran que, si se hacen las cosas bien, la tarea de conservación no es una utopía. Se trata de dos archipiélagos relativamente alejados del continente -Fernando de Noronha está a 360 kilómetros de Natal, en Brasil, y Juan Fernández, a 674 del puerto de San Antonio, en la región de Valparaíso, Chile- con presencia humana escasa y una empresa fundamental: la conservación del medio ambiente.
En 1988 se creó el Parque Nacional Marino de Fernando de Noronha. En cuanto a los objetivos de esta decisión, el decreto de ley 96693 fue contundente: proteger las muestras representativas de los ecosistemas terrestre y marino; preservar la flora, la fauna y los recursos naturales; dar oportunidades controladas para la visita, la educación ambiental y las investigaciones científias; además de contribuir a la conservación de los sitios históricos.
El archipiélago, de 21 islas e islotes, está dotado de una impresionante belleza escénica, tiene una situación geográfica singular, posee especies endémicas y concentra un potencial genético.
Cerca del 70 por ciento del territorio está administrado por el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama), el organismo encargado de ejecutar las políticas de medio ambiente en el ámbito del gobierno federal.
Tal como lo entiende Eduardo Martins, presidente del Ibama, "el ecoturismo es una actividad estratégica capaz de generar empleos, capacitación profesional y distribución de los ingresos en las poblaciones que habitan en los alrededores; además, posibilita la existencia de un gran programa de educación ambiental por medio de la interacción entre los turistas y la naturaleza".
Debido a la falta de recursos públicos suficientes, el turismo es una fórmula de financiamiento para la conservación del ecosistema. Pero, por supuesto, debidamente controlado.
Ni bien se desembarca en la isla hay que pagar una tasa de preservación ambiental. Por una estada de siete días, el precio es de 65 dólares.
Así, los turistas contribuyen, disfrutan y aprenden, cada noche, en el centro de visitantes sobre las últimas investigaciones científicas desarrolladas en la zona, como el estudio del comportamiento del delfín rotador, Stenella longirostris.
El archipiélago es uno de los sitios reproductivos más importante del Atlántico y para que el Projeto Golfinho Rotador, que se realiza desde 1990, sea efectivo es preciso que las poblaciones de delfines estén tranquilas y se preserve su ecosistema.
De esta forma, Fernando de Noronha es hoy un ejemplo de preservación ambiental con convivencia directa con la actividad turística de pequeña escala y limitada a la infraestructura existente.
En este sentido, se adoptaron las siguientes medidas: mantener un límite máximo de 420 turistas por día, no permitir cruceros durante la temporada turística (de diciembre a febrero y en julio), limitar el tráfico de embarcaciones en la Bahía de los delfines a no más de dos navegando simultáneamente y prohibir el buceo con delfines en cualquier área del parque.
Usar sin dañar Del otro lado del continente, el marinero español Juan Fernández descubrió, en 1574, el archipiélago que lleva su nombre, conformado por las islas Robinson Crusoe, Santa Clara y Marinero Alejandro Selkirk.
Estas tierras perdidas en el Pacífico fueron lugar de paso para exploradores y aventureros, escondite de piratas y tesoros, y refugio del marinero Selkirk, que inspiró a Daniel Defoe para escribir las famosas aventuras de Robinson Crusoe. Declarado por la Unesco Reserva de la Biosfera en 1977, y Parque Nacional desde 1935, el archipiélago enfrentaba graves problemas de conservación.
Desde su descubrimiento, las islas fueron sobreexplotadas, afectadas por incendios e invadidas por especies foráneas. Sin embargo, se está intentando controlar ese proceso de deterioro ambiental por medio de la instrumentación de medidas que protegen al parque, uno de los 12 más amenazados del planeta.
Entre las especies en peligro de extinción se cuenta el picaflor rojo, un ave rara, de color ladrillo y vuelo grácil, que hace sonar un canto fuerte en un único lugar del mundo: la isla Robinson Crusoe. Hoy se estima que su población oscila entre 500 y 1200 ejemplares debido a la tala desmedida de los bosques nativos que se hizo en el pasado.
"Usar y manejar sin dañar es una tendencia mundial-remarca Iván Leiva Silva, ingeniero forestal y director del Parque Nacional Juan Fernández-. Para esto es muy importante determinar la capacidad de carga humana de la isla, un trabajo que se está realizando actualmente. Todavía no hay un tope de turistas, pero no la visitan más de 3500 personas por año y nunca se concentran más de 200 o 300 al mismo tiempo." Si bien se alienta el turismo en la islas, se dejan márgenes que permitan mediciones de impacto y estudios ambientales. Además, desde hace dos años, por medio de un proyecto apoyado por el gobierno de los Países Bajos, los técnicos de la Corporación Nacional Forestal (Conaf), la institución encargada de administrar el Sistema Nacional de Areas Silvestres Protegidas por el Estado, están trabajando en un programa para capacitar a la comunidad local y a los chicos en las escuelas sobre la protección de los recursos naturales presentes en el parque.
Como parte de ese proyecto, se implementó el Programa de Turismo Natural Guiado, por el cual un cuerpo de guías acreditados por la Conaf tiene la misión de acompañar a los turistas en sus recorridos. Antes de comenzar a caminar y descubrir las infinitas formas de la naturaleza, ellos recomiendan: "Póngase como meta no dejar huellas de su paso al terminar la visita".
Carolina Reymúndez
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