Anne Bousquet nació en un viñedo de Carcassonne, Francia, y juró que nunca trabajaría en el rubro. El destino la trajo al Valle de Uco y, junto a su marido iraquí, comenzó un proyecto ambicioso
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Anne Bousquet dio sus primeros pasos en un pequeño viñedo familiar a las afueras de su Carcassonne natal, una ciudad de Francia donde la cosecha debe levantarse en solo tres semanas. Por eso solía ver a su padre y a su abuelo iniciar la jornada mirando al cielo y rogando que las nubes se disiparan.
Nació y creció junto a sus perros, escondiéndose detrás de las hileras de viñas de Chardonnay, Merlot y Cabernet Sauvignon para que Jean, su papá, no la obligara a podarlas. Sabía hacerlo a la perfección, pero odiaba la finca y protestaba cada vez que debía realizar ese trabajo. Pese a que amaba el sabor de la uva, juró que nunca trabajaría de eso.
Gualtallary, en la lejana Mendoza, casi en el límite con Chile, era un desierto de arena y malezas sin agua, electricidad ni valor económico. Sin embargo era -y es- uno de los puntos más elevados de la Argentina, ideal para la producción de vid.
Hacia ese lugar, al pie de la Cordillera de los Andes, partió Jean a fines de los 90, luego de divorciarse de Michelle, mamá de Anne y de Guillaume. Lo impulsaba el instinto y, especialmente, el deseo de progresar con una actividad que tanto conocía.
“Estábamos convencidos de que estaba loco. Nos mandaba fotos de un desierto que, según decía, tenía gran potencial por su altura y clima seco. Hablaba del Valle de Uco como sitio perfecto para producir vinos orgánicos, un concepto muy poco explotado”, evoca Anne desde la terraza de Domaine Bousquet, enclavada en una de las regiones vitivinícolas más prometedoras y enigmáticas del país.
-¿Por qué usted rechazaba pertenecer al mundo del vino?
-Mi padre y mi abuelo vivían estresados, no quería eso para mí. Así fue que al finalizar la secundaria partí a Toulouse a estudiar Economía. Luego de graduarme, me instalé en Minnesota a perfeccionar el inglés y cumplir con una beca sobre Economía Aplicada. Conocí a mi marido, Labid Al Ameri, de familia iraquí pero nacido en Kuwait y criado en Madrid. Una lotería: con culturas tan diferentes, funcionamos siempre muy bien. Luego de aquella experiencia, nos mudamos a Boston y conseguimos empleo, él como agente de bolsa y yo como consultora en la industria del papel. Eso sí, nunca nos imaginamos que años más tarde íbamos a ser socios en esta finca y que esa fusión iba a resultar tan perfecta y complementaria.
-Mientras tanto, ¿cómo se arreglaba Jean, tu padre, en la Argentina?
-Con mucho esfuerzo porque primero hubo que preparar la tierra y esperar a que conectaran la red eléctrica para perforar y regar. Nos pidió ayuda y decidimos viajar para conocer el terreno. Era el peor momento de la crisis de 2001. Desembarcamos y, camino a Tupungato, me asombraron las interminables filas de gente en los bancos. El camino hasta la bodega era de tierra, no sabíamos con qué íbamos a encontrarnos. Al llegar, quedamos impactados con la magnitud de la montaña y el clima tan bondadoso. Comprobamos que estaba todo dado para elaborar vino orgánico. Gualtallary es la zona vitivinícola con menos lluvia en todo el mundo, buena tierra, altura y sol. Aún no teníamos producción, era un campo pelado. Mi papá sobrevivía con un vivero a la espera de que la viña tomara fuerza.
-Con esos antecedentes, ¿seguía negada al mundo del vino?
-De a poco me daba cuenta de la proyección que tenía esta industria. Pero, como necesitábamos seguridad laboral, decidí continuar con mi trabajo en Boston y mi marido comenzó a hacerse cargo de la finca viajando y ofreciendo el vino al mundo. Mi padre no podía pagarnos hasta que no hubiera producción. Recién en abril de 2004 salieron las primeras botellas y cinco meses después participamos de una feria en Miami. Instalamos un stand con nuestros vinos flamantes, sin estacionar. No sabíamos cómo nos iría pero había que mostrarlos. Escuchamos que al final del evento, en una cata a ciegas, se elegirían los cinco mejores productos. Recuerdo que fui al baño y, al regresar, mi esposo estaba en el escenario con un premio en la mano ¡No lo podíamos creer! Nos emborrachamos de tanta alegría. Fue un antes y un después, hicimos contactos y empezamos a abrirnos. Mi papá, desde Mendoza, también celebraba.
-¿Pensaban en mudarse a la Argentina?
-No, porque yo seguía en mi empresa y recién me habían trasladado a Bruselas con una interesante carrera por delante. Fue mi esposo quien empezó a dedicarse de lleno. Bélgica nos abrió posibilidades en Europa y así fue como en 2005 participamos de Prowein, la feria del vino más grande del mundo que se hacía en Alemania. Allí conocimos a una enóloga sueca que, además de haber quedado encantada con nuestro Malbec orgánico, se encargaba de las compras para el Estado, porque allá el monopolio de las vinotecas lo maneja el gobierno. Nosotros ya contábamos con el certificado y le ofrecimos probarlo. Habíamos resuelto el tema logístico con un contenedor de vino en el puerto para quienes desearan comprar escasas cantidades en lo inmediato y no asumir riesgos. Ganamos la licitación, algo que no resultó difícil porque había pocos competidores orgánicos. Vendimos 250 mil litros.
-¿Ya pensaban, entonces, en instalarse en Tupungato?
-Recién tres años después, cuando habíamos vendido un millón de litros, decidimos radicarnos en Tupungato. Nunca pensamos en Mendoza, sino muy cerca de la finca. En Bruselas no podían creer que renunciara a mi carrera. Viajamos a la Argentina, alquilamos la mejor casa que encontramos en el pueblo y luego construimos la nuestra. Iniciamos una verdadera lucha cultural, de idioma y costumbres. Había nacido mi única hija Eva y muchas veces me cuestionaba qué hacía allí, en un país tan diferente, siempre inmerso en vaivenes de todo tipo. Tupungato es pequeño y nos costaba hacernos de amigos. Nos prometían invitaciones que nunca llegaban y solo dos veces en siete años compartimos asados fuera de casa.
-¿Se asociaron con Jean?
-En un principio sí, pero luego empezaron las fricciones propias de generaciones distintas. A mi padre, que es un gran visionario, le costaba delegar y aceptar nuevas ideas. En 2011 nos dividimos: por un lado, Domaine Bousquet, que compartimos con mi hermano y mi esposo; por otro, a escasos metros, Jean Bousquet, de mi padre. Tiempo después empezamos a padecer con las importadoras, que incumplían y obstaculizaban la tarea. Fue entonces cuando decidimos abrir la propia en Miami, una ciudad conectada y accesible al mundo. Otra vez decidimos mudarnos. Las ventas se incrementaron y hoy somos la única bodega argentina con importadora en Estados Unidos. Sin embargo, una vez por mes viajo a Mendoza -sola o en familia- y siento que la Argentina es mi segundo país. Me gusta hablar con clientes, enólogos, administrativos, ejecutivos, y organizar cenas para interactuar y agasajarlos.
La exportación en aumento y “más personal” en pandemia
Casi la totalidad de la producción de vino orgánico Domaine Bousquet se exporta a América del Norte y Europa. Durante la pandemia, la actividad incrementó. Trabajan 160 empleados, de los cuales 60 fueron incorporados durante las restricciones. Una minoría –chefs, mozos y administrativos del restaurante Gaia- fueron redistribuidos cuando hubo que cerrar. Hoy volvieron a la normalidad.
“La búsqueda continúa y nuestro objetivo es que el personal sea oriundo de la zona. De hecho, el 80 por ciento es de Tupungato y el resto de otros departamentos de la provincia. Muchos han viajado por el mundo para perfeccionarse, porque en definitiva son embajadores de este maravilloso lugar”, advierte.
-¿Cuál cree que es la clave del éxito?
-No creo en la suerte, pero sí en la energía que generamos cuando deseamos algo de modo ferviente. Me equivoqué cuando juré que nunca me dedicaría a esto. Amo a la Argentina y aprendí a convivir con sus vicisitudes. Por último, creo que una empresa bien estructurada necesita poner foco en el capital humano.
-¿Cree que su bodega compite con la de su padre?
-No. Él tuvo la visión y nosotros la cabeza evolucionada para manejar una empresa. Funcionamos muy bien así. En Año Nuevo, después del brindis, me confesó su orgullo hacia nosotros, hacia lo que hemos logrado.
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