Los Goye llegaron a la región en 1885 alentados por “la ley del Hogar”, dictada durante la presidencia de Julio Argentino Roca, que propiciaba el poblamiento de zonas fronterizas
Cobijada por picos como el Grand Chavalard, el Pierre Avoi y L’Ardève, la comuna suiza de Saxon, en el cantón del Valais, exhibe un paisaje muy similar al de estas latitudes andinas. Será por eso que una numerosa familia suizo-francesa decidió radicarse, a fines del siglo XIX, en un tranquilo valle entre el lago Moreno y el cerro López.
Desde hace seis generaciones, los Goye son sinónimo de Colonia Suiza. El poblado histórico que resulta desde años un imán para los turistas recibió ese nombre en honor al país de origen de sus primeros pobladores, quienes también bautizaron Goye al cerro que custodia este rincón y en el que hace más de 100 años construyeron su hogar.
“Mis tíos abuelos fueron los fundadores de este lugar en 1895, siete años antes de la fundación de San Carlos de Bariloche. Ellos salieron de Saxon en 1883 y se instalaron primero en Chile. Estuvieron allí 12 años, pero la cosa no prosperaba. Se enteraron, entonces, de la existencia de la ley del Hogar, dictada durante la presidencia de Julio Argentino Roca, que propiciaba el poblamiento de zonas fronterizas. En 1902 viene otra parte de la familia desde Europa y, el 1 de febrero de 1904, llega a lo que luego se llamaría Colonia Suiza mi abuelo, Eduardo Goye, que era sobrino de los primeros”, cuenta Jorge Rubén Nielsen, más conocido como “El Gringo” Goye (70).
Nacido en 1884, Eduardo Goye llegó a la Argentina el 10 de enero de 1904, en un barco llamado Italy. Se casó aquí con Elisa Creton y tuvo 14 hijos. El Gringo es hijo de la menor, Gloria, que se casó con un dinamarqués de la localidad bonaerense de Copetonas. “Yo nací aquí en Colonia Suiza y viví en la casa de Don Eduardo hasta los 8 años”, se emociona El Gringo, que desde hace casi 30 años prepara el clásico curanto en la feria regional.
-¿Cómo fue criarse con esos abuelos?
-Su casa fue la casa de todos. Primero fue un establo y después quedó como casa porque la familia seguía creciendo. El abuelo era un francesito chiquito de ojos celestes, de pocas palabras. Nunca aprendió a hablar bien el castellano. El abuelo me trajo de la mano todos los días a la escuela a hacer primero inferior. Y mi abuela era inmensa, talle XXL (ríe). Eran muy sabios. Yo vivía agarrado de la pollera de la abuela. De hecho, casi no hablé castellano hasta los 6, cuando murió la abuela. Se enfermó de leucemia y murió muy joven, a los 58 años, en 1956.
El Gringo conserva hermosos recuerdos de sus abuelos, como la papa hervida con queso “única” que hacía su abuela Elisa, o el jarrito con la primera leche desnatada que el abuelo le traía luego de ordeñar a sus vacas bien temprano. Cuenta que Eduardo era un trabajador incansable, todo el día ocupado con su chacra, sus bueyes, sus frutales. “Él entendía el castellano, pero te contestaba en francés. También le gustaba escuchar todo lo relacionado con “la politique”, como él decía. Cuando fue la Revolución Libertadora, en el 55, nos pasábamos toda la tarde con una radio Condal que el abuelo tenía a batería”, recuerda.
Aquella crianza en un ambiente rural también determinaría, de cierta forma, otro de los elementos emblemáticos que hoy tiene Colonia Suiza, y del que el Gringo es protagonista: el curanto. “El abuelo me enseñó a hacer fuego. No me voy a olvidar nunca: con 4 o 5 años, yo hacía fuego para calentar la comida a los animales. En invierno, acá sufre mucho el animal. Así que el abuelo tenía un tacho de 200 litros cortado al medio, ahí calentábamos maíz y papas, y con la abuela le íbamos dando con baldes a los animales”, dice.
-¿Ya en aquellos años hacían curanto?
-El tío mayor, Manuel Cancino Ojeda, trajo el producto de Chile. Allá se hacía de mariscos, pero los tíos, que habían vivido toda su vida en la montaña, no entendían nada de mariscos. Así que acá lo hacían con carne vacuna y verduras. Nuestros encuentros familiares eran de 300 personas y se hacía curanto. Nos juntábamos en la casa grande y todos llevaban algo. Luego, mi padrino, Neutral Camilo Goye, que era hermano de mi abuela, lo perfeccionó.
El curanto es uno de los productos típicos de la feria de Colonia Suiza, que funciona miércoles y domingos durante todo el año. Al Gringo lo ayudan sus hijos y su esposa. Arrancan con el fuego a las 11.30 para tenerlo listo a las 12.30. La cocción de la carne y las verduras se hace bajo tierra, con piedras calientes. La campana que indica a los turistas que ya es hora de almorzar suena a las 14, cuando se destapa el curanto y se sirven las porciones.
“La feria arrancó hace casi 30 años, en los años 90. De la mano de Susana, Gloria y Víctor Goye, mi papá, surgió con la idea de hacer algo comunitario. Para juntar fondos para la cooperadora de la escuela de Colonia Suiza, cada uno llevaba sus tejidos, sus dulces, sus tortas fritas, sus empanadas. Se fueron armando stands y la feria funcionaba solo en verano. De a poco se fueron sumando mochileros y artesanos que llegaban. Se dejaba el 15 por ciento de las ventas para la cooperadora. Actualmente, la escuela sigue recibiendo un porcentaje”, afirma Fabiana Goye, bisnieta de Eduardo y Elisa.
Recetas “robadas a Clotilde”: la pastelera de Abuela Goye
Fabiana participa desde hace 25 años de la feria. Su puesto de repostería está al lado del escenario: “Mi abuela materna, Doña Clota, tuvo salón de té frente al lago Moreno durante 40 años. Mucho no te contaba pero con ella aprendí mucho. Y también aprendí de mi mamá Marta, que fue repostera. Era la pastelera de la chocolatería Abuela Goye cuando era de la familia”.
La emblemática marca fue fundada a principios de la década de 1980 por Luis Brogger, hijo de Dora Goye. Instaló la fábrica en la casa de su mamá y eligió para su emprendimiento un nombre que homenajea a su abuela Elisa: “Abuela Goye”. Frida, una de las tías de Luis, atendía el local. A medida que la empresa creció, se incorporaron otros familiares a trabajar en la chocolatería.
Hace más de 20 años, tras su separación, la exesposa de Brogger se quedó con la marca y la vendió. Fue entonces cuando Luis y parte de su familia abrieron, sobre la calle Mitre, en el centro de Bariloche, una nueva chocolatería. En su nombre, rindieron homenaje a la tía Frida: la bautizaron “Tante Frida”.
Así como muchos turistas relacionan el apellido Goye con los chocolates y las tortas, entre los locales suele decirse que en Colonia Suiza “son todos medio parientes”. En distintos momentos, su árbol genealógico cruza algunas ramas. En ese sentido, Fabiana señala, por ejemplo, que sus padres, Víctor y Marta, eran primos. Él es hijo de Alberto Goye (uno de los 14 hijos de Eduardo y Elisa) y ella es hija de Clotilde Goye (otra hija del matrimonio pionero). A su vez, Alberto Goye se casó con Emilia Boock (abuela paterna de Fabiana) y su hermano Emilio se casó con la hermana de Emilia, Nora: dos hermanos casados con dos hermanas, “que vivieron una al lado de la otra toda la vida”. El Gringo suma que su abuela Elisa era prima hermana de su abuelo Eduardo: “No había mucho para elegir. Se casaban entre primos”, se ríe.
El desalojo de la familia Goye
En Agosto del año pasado, la Cámara Federal de Apelaciones de Roca hizo lugar a una demanda del Ejército Argentino y ordenó el desalojo de los descendientes de Eduardo Goye.
“La orden de desalojo corresponde al lote 86, que es donde vivimos unas 20 familias, los descendientes de Eduardo y Elisa. El Ejército sostiene que esas tierras son ‘zona de frontera’. Originalmente, a mi bisabuelo le dieron 625 hectáreas, pero solo consiguió la titularidad por 3 hectáreas, que son tierras en el borde del lago Moreno. Esas 3 hectáreas luego fueron vendidas por los abuelos. Pero las tierras del cerro Goye quedaron a la deriva. Eduardo debería haber viajado a Buenos Aires para hacer los trámites, como lo hicieron sus primos, pero nunca lo hizo. La dificultad idiomática era muy importante”, advierte Fabiana.
Tal como cuenta esta bisnieta de Eduardo y Elisa, en 2001 el Ejército suscribió esas tierras como propias “con parte de la familia Goye viviendo en el lugar y trabajando la tierra”. En 2005 comenzó un juicio que llegó hasta la Corte Suprema de Justicia.
“En 2010, parte de la familia inició una gestión a través de Agricultura Familiar que solo logró evitar que nos desalojen. El Estado nos reconoció, nos registraron como agricultores familiares. Pero ahora llegó la sentencia. Estamos preocupados. El Ejército se comunicó con nosotros, nos dijeron que se armará una mesa de diálogo y que no nos van a desalojar. Asimismo, desde el Ministerio de Defensa nos indicaron que van a traspasar las tierras al Banco de Tierras para la Agricultura Familiar, basándose en la ley 27118, de reparación histórica, y de allí nos darán las tierras a nosotros. Por ahora es todo de palabra”, afirma Fabiana, al tiempo que subraya que el reclamo de las 20 familias descendientes de Eduardo y Elisa es por 70 hectáreas, en las que viven.
Su tío, el Gringo Goye, confía en que el conflicto se va a solucionar: “De ahí no nos vamos a ir porque es parte de nuestra historia, nuestra idiosincrasia. Yo tengo mi quinta, mis ‘chicas’, como les digo a mis gallinas. Amamos todo eso, es parte de nuestra esencia. ¿Sabés qué loco es llegar a esta edad y sentirte cómodo con todo lo que tenés a tu alrededor? Por eso nos emociona hablar de los abuelos, nos sentimos orgullosos. La infancia te queda grabada en el corazón”.
Por su cercanía con los senderos que conducen a la laguna Negra, al refugio López y a la laguna Jakob, entre otros puntos, múltiples generaciones de mochileros y amantes del trekking sienten a Colonia Suiza como parte de su historia personal. El lugar ha cambiado mucho en los últimos años pero los Goye siguen buscando preservar su identidad. “Colonia Suiza es mi lugar en el mundo. Es aquí donde están mis raíces y sigo transmitiendo lo que me enseñaron mis abuelos”, cierra Fabiana.
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