Paula Diagosti, a 35 años de su primera aparición en la televisión
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“¿Sabés que todavía me reconocen por la calle? Y eso que hace añares que no estoy... ¡Ni yo me reconozco!”. Paula Diagosti ríe. Lo hará más de una vez a lo largo de una entrevista que quizás esté fuera de tiempo: podría haber sucedido en el ocaso de los 80 o a principios de los 90.
Por aquellos años Diagosti modelaba junto a figuras como Karina Rabolini y Araceli González, protagonizaba un sinfín de publicidades y era convocada por Luis Miguel. Pero sobre todo alcanzaba la fama como La Profesex en Noti-Dormi, aquel programa rupturista de Raúl Portal.}
Ahora, en este café de Palermo, se acomoda el cabestrillo una y otra vez. El yeso en el brazo izquierdo parece molestarle, tanto como acercarle una advertencia. “Me caí en la calle y me quebré la mano: en unos días me operan -explica, haciendo una mueca-. Pero está bien. Es una señal que me dice ‘Pará’”.
Unos 30 años atrás Paula también se detuvo de forma intempestiva cuando, con una carrera en franco ascenso, lo abandonó todo. Así, sin más. De un momento a otro. Y pese a que la decisión no fue suya -como contará más adelante-, sigue lamentándolo.
Es por eso que esta nota debe bifurcarse: transitará por la época de Diagosti en el espectáculo, para luego descubrir qué sucedió con Paula en estas tres décadas. “Me gusta que alguien quiera escuchar mi historia de vida”, dice -hasta con pudor- esta mujer poseedora de una edad propia, desobediente del calendario, aun cuando revela que cumplió 58 años.
—¿Cómo arrancaste?
—Bailando. A los 15 estaba en un estudio de baile que hacía muchas presentaciones: fuimos un par de veces a Domingos para la juventud, con Silvio Soldán. Otra vez hicimos un show en la elección de Miss Para Ti, la revista. Estaban los representantes de todas las agencias de modelos. Me vieron y me contrataron de una.
—Hiciste muchos comerciales en televisión.
—¡Muchísimos! El primero fue “Hitachi, qué bien se TV”. ¡Lo prohibieron a los cinco minutos que salió! Hoy lo ves y te morís de risa: una pelota me pasaba por la espalda, Adriana Brodsky le pegaba con la cola, cosas así. No era nada. Yo ya tenía 17 y estaba terminando el colegio de monjas. Más tarde hice un comercial de yogurt con (el director Luis) Puenzo. Tenía que bailar sobre una tarima. Yo era muy tímida, pero cuando se encendía la cámara era otra cosa. Al terminar se me acercó Puenzo: “¡Vos tenés que ser actriz!”.
—Da la impresión de que todo se daba sin que lo buscaras.
—Tal cual. Yo no lo busqué. Después me casé muy joven, a los 19, y tuve a mi primera hija, Guadalupe. Nos fuimos a Rosario y empecé a presentar las películas de la noche de Canal 3. Un día Raúl Portal fue con Moria Casán para un programa e hicimos una presentación juntos, con “El salu-dedo” (mueve el índice) y esas cosas. Al tiempo Raúl arrancó con Noti-Dormi en Canal 7. Iba a la medianoche, cuando la televisión a esa hora no existía. Y me llamó para ver si lo que habíamos hecho en Rosario, quería hacerlo acá.
—¿Cómo surgió La Profesex?
—La creó Portal, que tenía una chispa bárbara. Entre los dos armábamos el guion un ratito antes de salir al aire, en vivo. La Profesex les explicaba a las mujeres cómo seducir a sus maridos: “¡Nunca pantuflas y ruleros!”, decía. Era un personaje inocente: en la televisión de hoy, La Profesex sería una monja. Y las mujeres me querían, me paraban en la calle para pedirme consejos: “¿Qué hago hoy con mi marido?”, me decían.
—¿En tu vida, vos hacías todo lo aconsejaba La Profesex?
—¡Yo ya me había divorciado! Lo mío no había funcionado... (Risas).
—¿Ese personaje te cambió la vida?
—¡Sí! Logré mucha popularidad, aunque en Noti-Dormi estuve solo unos meses.
—¿Por qué te fuiste?
—Guadalupe era chica y yo tenía algunos temas con la separación. No hubo nada puntual. Y Raúl siempre fue un amor.
—¿Cómo fue aquel encuentro con Luis Miguel?
—Lo vi por primera vez en un desfile en el Hermitage, en Mar del Plata, donde él cantaba. Bestia como siempre, yo no lo conocía. Lo veo con el pelo largo, no me gusta. Eso sí, cantaba bárbaro. Al otro día me volví y Luis Miguel empezó a llamar a mi casa: lo atendía mi mamá, porque yo estaba viviendo con ella después de la separación. “Estoy en Buenos Aires, ¿Paula no me acompañará al shopping?”, le decía. “No sé en qué momento, porque Paula trabaja tanto...”, le respondía mi mamá. Y no lo vi. Tiempo después me convocaron para hacer las fotos para un libro con él.
—Ahí viajaste a México.
—Sí, fui a Acapulco. Me quedé en la suite presidencial del hotel, donde supuestamente Luis Miguel tenía que alojarse. Pero él se quedaba en la casa del tío. A la noche las fans se colaban en el hotel y ¡pum, pum, pum!, golpeaban la puerta: “¡¿Donde está?!”. “Acá no está”. “¡Lo queremos ver!”. “Entra una sola de ustedes, se fija que no está, y se van todas”. Entonces una entraba y hacía toda una inspección. ¡Revisaba hasta en los cajones! “¿Creés que lo descuarticé y guardé los pedacitos de Luis Miguel en los cajones?”, le decía yo (risas). Pobre, ¡lo volvían loco!
—¿Pasó algo con Luis Miguel?
—Mirá, si pasó algo, ya pasó... ¡Prescribió! (Ríe fuerte). Pensá que yo estaba en un divorcio conflictivo y con una hija de dos años. Yo tenía 22 y Luis Miguel, cuatro años menos; para mí, los que son más chicos, son chicos. Pero se inventó mucho, y me han tratado de sacar mil cosas: si él me hablaba de su mamá, si se drogaba... ¡¿Cómo voy a responder eso?! Jamás voy a decir nada que pueda perjudicar a alguien. Y delante de mí, nunca se drogó.
—¿Qué sentiste al verte representada en la serie de Luis Miguel?
—¡Yo no sabía nada! Me avisó una de mis hijas, que estaba mirando la serie. Y pensé: “¡Guau! Con todo lo que él vivió, qué bueno que hayan tomado justo eso”. Fue revivir un lindo momento.
—¿Cuánto tiempo te quedaste en Acapulco?
—Cuatro días. Volví a Buenos Aires y a Luis Miguel no lo vi nunca más. Seguí trabajando: hice algunos comerciales más, conduje un programa infantil, varias otras cosas. Y después, mi vida se complicó un poco.
—¿Por qué te alejaste del medio?
—¿Por qué me alejé? (Piensa). Porque me casé con un celoso. ¡Terrible! Él también era modelo, pero no le gustaba que yo trabajara.
—¿Lamentás haberte alejado del medio?
—Lo lamento. Sí, sí... Me hubiese gustado que me dejara seguir. Pero creo que las cosas pasan por algo. Y él es el padre de mis otros dos hijos, Santi y Cami, lo más maravilloso que tengo junto con Guadalupe. Después me alejé muchísimo de todo: fabriqué ropa para chicos, abrí un restaurante. Antes de todo eso, había arrancado con un programa y lo dejé porque me agarró hepatitis. Me acuerdo porque justo fue el accidente de Carlitos Menem.
—¿Fueron pareja con Carlitos?
—Estuvimos saliendo un tiempito. Era una persona muy buena. Nos divertimos mucho.
—¿Cómo se conocieron?
—Un día Liz Fassi Lavalle me invita al cumpleaños de su hijo. “Te mando a buscar”, me dice. “Bueno”. Viene el auto, subo. “¡Mirá a quién me mandó a buscar Liz!”, me dice el que manejaba. “Hola, soy Paula. ¿Vos cómo te llamás?”. “Soy Carlitos Menem, el hijo de Carlos Menem. Y esta va a ser mi casa”, me dice, justo cuando pasábamos por la Quinta de Olivos. Lo miro. “Por mí, no... Pero si esta llega a ser tu casa, ¿no me invitarías a tomar el té? Me gustaría conocerla”. “¡Hecho!”. Quedó ahí. No lo vi más. Tiempo después estoy en un programa de Canal 7 y me avisan desde el control: “¡Te está llamando por teléfono el hijo del Presidente!”. Subo. “Hola, Paula. Te quería invitar a tomar el té en la Quinta”. Él recién había tenido un accidente terrible con la moto y estaba todo enyesado, de acá hasta acá. Y nos hicimos amigos. ¡Tengo cada anécdota con él! “Vos no vas a ir sola al canal -me decía-. ¡Te mando la custodia presidencial!”. “No, Carlos. A mí no me tienen que cuidar. Te tienen que cuidar a vos”.
—¿Lo conociste a Carlos Menem?
—Sí. Era amoroso, muy simpático. La madre (Zulema Yoma) era mucho más seria... Bastante. Yo siempre iba a la Quinta con Guadalupe, y habrá pensado: “¿Quién es esta? ¡Y con una hija!”.
—¿Es cierto que lo conociste a Trump?
—Sí. Un día estaba en Nueva York, parando en el departamento que un amigo mío tenía en la Trump Tower. Yo tendría unos 30 años. Estaba vestida con un equipo de gimnasia porque iba a correr, o algo así, y veo que entra Trump ¡como con 20 custodios! Me meto en una disquería, porque antes iba a comprarme un disco, y viene uno de sus custodios: “Disculpeme. El señor Trump quiere hablar con usted”. Yo lo miro: “¿Y por qué?”, le digo. “Quiere hablar con usted...”. “Ah, bueno. Pero que me espere un minuto porque estoy comprando un disco”. Mirame a mí, ¡qué animal!
—¿Qué disco compraste?
—No me acuerdo...
—¿Uno de Luis Miguel?
—No, no (risas). Después voy y le digo a Trump: “Hola, ¿qué tal?”. Y entonces me preguntó de dónde era, qué estaba haciendo, hasta cuándo me quedaba y qué sé yo. “Bueno, mirá -me dice-. Yo tengo acá los pisos 24 y 25, y me gustaría, si querés, que vengas a las oficinas”. “Sí, sí...”, le digo. Y nunca más, por supuesto. Nada. Hoy mis hijas me dicen: “¡Mirá, mamá, podríamos haber estado en la Casa Blanca!” (Risas).
—¿Ahora estás en pareja?
—No. Estoy sola desde hace mucho tiempo. La verdad es que salgo muy poco. Me la paso en el country, jugando al buraco con mi mamá y mis amigas (risas).
—¿Volverías a la televisión?
—Sí, me gustaría. Quizás como actriz, como para darle la razón a Puenzo (sonríe).
—¿Y hoy, a qué te dedicás?
—¡Uy, hago de todo! Me encanta mucho viajar con mis hijas. Y sigo pintando.
—Sé que el arte te ayudó a sanar.
—Sí, fue muy sanador para mí. Porque cuando Santiago muere, el 4 de julio de 2009, a los 17 años... Sí, Santi tenía 17 años...
Paula se interrumpe. Por un instante niega con la cabeza y extravía su mirada en el amplio ventanal que da a la calle, observando mucho más allá de las personas que van y vienen en esa transitada esquina porteña. Gran parte de lo que dirá a partir de aquí sobre su hijo, lo hará con una sonrisa y conteniendo las lágrimas.
“Santiago era muy especial, el ser de luz más impresionante -retoma-. No hay vez que cierre los ojos y no encuentre esa imagen suya, riéndose. Porque aprendí a verlo desde otro lado: con el corazón. Uno tiene que seguir viviendo. Y alguien me enseñó que los demás no tienen la culpa, que uno no puede trasladarles ese dolor, ese enojo”.
—¿Cuánto tiempo te llevó aprenderlo?
—El dolor nunca se va: está dentro de uno. Es como si te hubieran arrancado un pedazo tuyo. Pero aprendés a sentirlo: Santiago me acompaña, siempre está conmigo. Cambiaría una sola cosa de mi vida: volver a tener a mi hijo. Pero eso no es posible. No se puede volver atrás.
—Hablás de Santiago y sonreís.
—¡Ay, sí! Porque así era Santi: alegre, positivo. Tan lindo, tan bueno; tan todo... Ahora estará ayudando arriba, tendrá su misión allá. Lo que más me dolía era pensar que no iba a verlo nunca más, hasta que aprendí a pensar que sí lo voy a ver, de otra manera, en otro plano, pero va a estar. Y me estará esperando.
—¿Cómo te ayudó el arte?
—Por más que trataba... yo estaba muy muy mal. Ahí empecé a pintar. En mis cuadros uso muchos colores porque Santiago era eso: colores. Y él me manda muchos mensajes. Me acuerdo que a los pocos días de su partida busqué su iPhone porque quería guardármelo de recuerdo. Empecé a mirarlo y encontré una secuencia de fotos del cielo. En una de esas fotos había una nube muy oscura, con un rayo que la cruzaba y llegaba muy alto, hasta alcanzar algo muy blanco: una luz. No me preguntes por qué, pero en esa foto sale reflejada una ruta. Es la misma ruta en la que, poco después de tomar esa foto, Santiago tuvo su accidente.
—¿Hiciste un cuadro con esa foto?
—Sí. Lo llamé “El camino de Santiago”. Pero él era tan importante que hay que saber llegar al lugar adonde está. Siempre le pido a Dios ser mejor madre, mejor mujer, mejor persona: quiero hacer las cosas bien para poder ganarme ese lugar y merecer estar al lado de Santiago.
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