Malditas difíciles
Así se llama el libro que dos investigadores acaban de publicar sobre el célebre hobby de coleccionar figuritas en la Argentina. Una pasión cuyas huellas perduran en la memoria de muchos
Días atrás, el escritor mexicano Carlos Fuentes señalaba desde la portada de LA NACION que la memoria es el género que se atreve a decir su propio nombre. A partir de esta definición, se abre una multiforme variedad de caminos, en la que conviven memorias personales y memorias colectivas. La existencia cotidiana de los argentinos, sus costumbres, por ejemplo, han recibido miradas escrutadoras, inquietas, rigurosas, llenas de vida.
Pero a ese registro minucioso y documentado, le estaba faltando explorar una zona que guarda el entrañable tesoro de las preferencias de muchas legiones de pibes argentinos, en épocas en las que reinaban juegos como el balero, el yoyó y el rango. La computadora y sus jueguitos, la televisión y sus series, eran inimaginables entonces. Hablamos de la historia de las figuritas de fútbol en el país, que de la mano de Rafael Bitrán y Francisco Chiappini asoma al sensible universo de los recuerdos para anunciar que ella también es memoria, es el género que se atreve a decir su propio nombre: figuritas de fútbol.
Con austera economía de palabras, Bitrán (de 36 años, casado, un hijo, licenciado en Historia y profesor de la materia) y Chiappini (de 53, casado, dos hijos, licenciado en Psicología) dieron vida a una obra de casi 120 páginas, con más de 400 fotografías y caricaturas de figuritas y álbumes, que abarca una historia completísima en la que no falta la ficha técnica de cada colección.
La historia de las figuritas argentinas de fútbol de todas las épocas se cobija en un título que quienes coleccionaron los cartoncitos y las chapitas que albergaron los rostros de legiones de futbolistas interpretarán en sus verdaderos alcances: Malditas difíciles, un saludo a aquella figurita casi inaccesible para los que la buscaban denodadamente con la ilusión de completar el álbum y ganar un premio.
Malditas difíciles es una historia que abre la puerta a miles de historias ingenuas, personales, motorizadas por la fuerza raigal de su convocatoria. La historia madre y las historias menudas de las figuritas futboleras, un entramado con aroma de caricia, ignoran la rigidez de las fronteras y se mezclan en la evocación.
Cigarrillos y chocolatines
Allá, en los albores de la prehistoria, coleccionar figuritas era un entretenimiento femenino, que pasó a constituirse en mixto cuando en la década del 20 algunas marcas de cigarrillos –Fontanares, Combinados, Dólar, Plus Ultra– incorporaron figuritas en sus envases, en uno de los primeros ejercicios de marketing a cargo de publicistas vernáculos.
En la década siguiente, las etiquetas de los chocolatines Aguila incluyeron las primeras figuritas en golosinas; los promotores de la novedad ofrecían canjear determinado número de esas piezas por premios como muñecas y pelotas de fútbol.
Por esa época, comenzaron a circular los primeros álbumes por iniciativa de las fábricas de chocolate y cuando la efigie de los futbolistas se adueñó del mercado, la actividad de juntar y coleccionar figuritas se volvió exclusivamente masculina.
La popularidad de las figuritas creció notablemente y al promediar la década del 40 aquéllas se independizaron de la tutela del tabaco, las golosinas y el chocolate, emprendiendo vuelo propio de la mano de nuevos empresarios que hicieron de la actividad un producto de consumo independiente. Las figuritas pasaron a ser comercializadas en sobrecitos que se vendían en almacenes y quioscos, en tanto los álbumes se entregaban gratuitamente para que los coleccionistas las atesorasen en forma ordenada.
Pero, según narran Bitrán y Chiappini, la aparición de las figuritas Crack, en 1956, estableció una bisagra y marcó a fuego una época de prosperidad que se prolongó durante un cuarto de siglo.
La palanca impulsora de ese auge fue la casa editora Crack, fundada por el ex half izquierdo del Racing Club Ernesto Gutiérrez, de celebrado paso por el seleccionado nacional, al que se apodaba El Rey Petiso. El objetivo central de la empresa era la edición de álbumes de figuritas y sus colecciones se caracterizaban por su cantidad, calidad y originalidad, incluyendo a Caperucita Roja, Blancanieves, Payaso, Lejano Oeste y King Kong. Pero la cima de la producción se alcanzó con los futbolistas, materia prima de un capítulo aparte en esta historia a juicio de sus autores, que afirman que “se transformaron en el corazón de nuestras figuritas de fútbol”.
De todo esto da cuenta este libro, con destino de colección.
Esplendor
La popularidad de las figuritas creció notablemente y, al promediar la década del 40, aquéllas se independizaron del tutelaje del tabaco y las golosinas. Comenzaron a ser comercializadas en sobrecitos que se vendían en quioscos y almacenes, y los álbumes eran gratuitos