MIA MAESTRO LA QUE LE DIJO NO A ADRIAN SUAR
A los 23 años, tiene un perfil artístico atípico. Rechazó la propuesta de actuar en Por el nombre de Dios, porque no la desespera estar en televisión, y también plantó a Subiela para hacer su única película, con Carlos Saura. Ese film, Tango, fue candidato al Oscar este año. Ella tiene, dice, un objetivo: ser buena actriz
lanacionarPequitas. Una constelación de pequitas fuera de foco y una piel de papel de arroz. El pelo oscuro, recortado. Nuca de garza. En la manito sostiene un café. Quizá, cuando beba, la piel transparente deje ver el líquido oscuro a través.
Ella usa una falda anaranjada que ha desplegado sobre el sofá de cuero azul. Habla con voz grave, con el acento de los mejores barrios de Buenos Aires, pero también todo lo contrario. La tacita va y viene, viene y va, y entonces Mía Maestro muestra los dientes. Que también son bellos.
-Todos creen que Mía es un nombre que me inventé, pero soy tercera generación de Mías. Mi abuela, mi mamá y yo. Mi hermana se llama María Pía, así que cuando alguien llama a alguna de las tres, salimos todas.
Nombres de tres letras, trinidad de vocales espinosas. La primera Mía, la abuela, murió cuando la segunda Mía, la madre, era todavía pequeña. La abuela Mía era suizo-francesa, y la leyenda familiar susurra que llegó a la Argentina dejando una fortuna en Europa. Mía Maestro, la nieta, es actriz. Con la carrera más corta del mundo llegó a protagonizar una película nominada a un Oscar: Tango, de Carlos Saura.
En los sillones azules de un living porteño, su presencia es casi virtual. En unas pocas horas volverá a Los Angeles, donde pasa estudiando la primera mitad de 1999. -Tenía ofertas para hacer teatro en Buenos Aires, pero si no iba a presentar la película en Estados Unidos era lo mismo que no haberla hecho nunca. Fue una decisión fuerte decir que no a un trabajo para irme a presentar la película, porque eso no es un trabajo. Además mi carrera es muy pequeña. Me voy a otro lado y pienso que soy fácilmente olvidable.
Trabajó en Tango y en la obra teatral Lulú, con dirección de Alberto Félix Alberto. Y nada más. Pero su papel en Lulú fue muy alabado, y su rostro, un baldazo de agua en el fatigado medio local.
-Quizá suene pedante, pero me preparé para estar donde estoy. No sé si me merezco el lugar... Sí, sí me merezco el lugar que ocupo porque me he preparado para ocuparlo. Sobre todo porque uno ve que la gente se construye carreras de la noche a la mañana.
Su carrera, en cambio, tiene ancla en un pasado lejano. Para ser exactos, en el abuelo Eulogio, padre de su madre, que murió a los 100 años y que mientras supervisaba la construcción de los edificios del Banco Nación por el norte argentino, se dedicaba a una inexplicable vocación.
-Con lo que le sobraba de la construcción del banco construía un teatro. Siempre estaban por La Quiaca, Bolivia, armaba el teatro, él hacía los trajes y actuaban mi madre, mi tía y mi abuela, que se llamaba Carmen. En realidad, tengo dos abuelas maternas. Mía y Carmen, que es la segunda mujer de mi abuelo, porque Mía murió cuando mamá era muy chiquita.
Su madre, entonces. La segunda Mía, ahora doctora en Ciencias Económicas, profesora de lógica matemática, estudiante de psicología y mitología, fue una estrella del Altiplano especializada en el rol de mariposa, jorobada y niña-muerta.
-Mi madre tiene una relación de amor-odio con el teatro, porque ella actuó desde los 3 hasta los 7 años, pero mi abuelo era capaz de embargar una casa para poner plata en el teatro de un pueblito del Norte con la niña muerta en el rol estelar y el capataz de apuntador. Mi madre... mi madre era la Shirley Temple de La Quiaca. Mía Maestro se lleva bien con su madre. Y con su padre. Y con su hermana. Y adora a sus sobrinos. Y tiene 23 años, pero jamás vivió sola, salvo los meses que permaneció en Berlín, donde fue a estudiar canto, y su estada actual en Los Angeles. Y un poco en febrero último, cuando estuvo en el Tíbet con dos amigos.
-El año último cuando terminamos Lulú, un compañero de la obra dijo: Qué ganas de irme a la China. Entonces me fui a la China y al Tíbet con dos amigos. Hacía 15 grados bajo cero, pero es mejor ir en invierno. En verano está lleno de turistas y pro tibetanos. Tengo una cosa ambigua con el Tíbet. Me molesta toda esta cosa medio fashion del Dalai Lama, todos los americanos trabajando pro Tíbet de una manera hipócrita, porque no terminan de enfrentarse con China, que por otra parte es una pena porque es un lugar donde el modelo no funcionó, donde la gente vive muy mal. Yo estoy más para el lado de la izquierda que otra cosa, pero lo ves y no funciona.
El padre de Mía es agente de Bolsa. La casa donde vive Mía es enorme, en una zona de embajadas y quietud del barrio de Belgrano. -Esta casa la compraron destrozada en un remate, a un precio imposible. Como mi mamá se quedó sin plata para pagarle al arquitecto, la terminó ella. Mis padres son conservadores, pero tienen sus fugas.
Recuerden: su madre es la mariposa del Norte. La hija de la mariposa hizo el secundario en un colegio privado. Católico.
-El Esquiú. Yo era creyente cuando iba a ese colegio. Ahora no, pero hay algo contra lo que he tratado de luchar y no puedo, y es mi pensamiento religioso.
La vida de esta chica parece, por momentos, un muestrario del equilibrio perfecto. Sólo que desde sus ojos inquietos se agitan unas perturbadoras banderas de incertidumbre. Esas raras capas de terciopelo oscuro.
-He tenido una vida armónica. Tengo a mis padres que ni siquiera están divorciados, se llevan bien, se quieren mucho y van a estar toda la vida juntos. Tuve a todos mis abuelos hasta hace unos años y tengo a mi abuela Carmen, de 84, y la disfruto todos los días. Y adoro a mis sobrinos. Adoro a mis sobrinos.
Su hermana, María Pía, es licenciada en Sistemas. Trabajó en Chicago organizando sistemas para bancos, viajó por el mundo, se casó, tuvo hijos, dejó los sistemas y se dedicó al hogar, dulce hogar. Ahora diseña ropa para su propia marca. De modo que la otra muchacha de tres letras de la casa es casi la cara opuesta del espejo.
-Yo no haría lo mismo, pero la respeto mucho. Es una madraza. Siempre pensé que no iba a tener hijos, y ahora siento que voy a tener, pero no me veo en una familia burguesa convencional. Me veo con niños sin padre, o viajando mucho. Tendría una hija (sic) pasados los 35, cuando tenga la vida armada, pueda tomarme un año para criarla y tener infraestructura para no tener que renunciar a cosas por mi hija. Porque yo no sería feliz, y es terrible cuando los hijos cargan con la frustración de sus padres.
Hace poco, Mía Maestro fue salvajemente insultada por su vecino, en Belgrano, por haber estacionado el auto un instante en algún lugar inoportuno.
-Hace siete años que vivo acá, y no lo conocía. El otro día por lo del auto salió y me empezó a insultar por la ventana, ¡no sabés de qué manera! Yo apenas llegaba de Los Angeles, y allá aunque es todo muy falso la gente es muy correcta. Alquilé un departamento y salieron todos mis vecinos a darme la mano y decirme que si necesitaba muebles, ellos tenían de más. A este señor yo le decía: "Pero señor, soy la vecina", y el tipo: "¡Qué me importa!" Aunque gana su propio dinero, sus padres insisten en pagar todos sus gastos de estudio. Clases de ballet, idiomas, canto. A los 17 empezó a estudiar actuación con Gandolfo, el año último estudió con Bartís y ahora tiene un profesor en Los Angeles. La encarnación del movimiento uniforme continuo también estudia canto con la madre de Salma Hayek. Porque antes que la actuación, los idiomas, el baile y las películas, fue el canto. -Lo que quería hacer desde chiquita era subirme a un escenario a cantar.
Estudió licenciatura en Música, y estaba por recibirse cuando Tango la arrasó. La cortó de cuajo en su mejor flor y la dejó quieta de placer en el hielo perfecto de su juventud.
-Tuve que ir a San Sebastián, Cannes, París, todo por la película, así que no pude dar las materias. Estudió, también, el CBC y dos años de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Un poco de ballet. Inglés a la perfección, alemán entiende, y francés... Bueno, francés un poco menos. No necesita más estabilidad que la de sus pies sobre la tierra y le dijo que no a Adrián Suar para coprotagonizar Por el nombre de Dios, la miniserie que nos devuelve al nene-de-oro en todo su digno esplendor catódico.
-Es que no tengo ganas de hacer televisión a menos que venga un superproyecto. Lo que prevalece es el rating, y yo trato de que el proyecto sea lo importante. Si es masivo, genial, pero el objetivo no es ser famosa.
-¿Y cuál es el objetivo?
-Ser una buena actriz. Dejaría varias cosas de lado por cumplir con lo que quiero para mi carrera. Por ahí es bastante frío, no sé.
Supo de la filmación de Tango por un ex novio que le comentó que Carlos Saura venía al país a hacer un casting para una película. -Saura me gustó siempre. Yo había tomado clases de tango y bailaba bien. Sabía que no había actrices que lo pudieran bailar como yo. Tengo una cosa que es personal: parezco una bailarina clásica que baila tango. Entonces fui segura, sabiendo que no había ninguna actriz que pudiera bailar así. Sí podía haber una muy buena bailarina de tango que pudiera actuar. En el momento en que me presenté al casting de Saura, había hecho un casting con Eliseo Subiela y él me quería para Pequeños milagros, la película que al final hizo Julieta Ortega. El film de Subiela lo tenía seguro y el de Saura no. Pero tenía muchas ganas de trabajar con Saura y le dije que no a Subiela. Mis representantes no entendían nada.
-En la Argentina, con la película no pasó casi nada.
-Es cierto. Pero se me ocurre que hubo también problemas de distribución. Reestrenar una película que no anduvo bien en 23 cines es algo absurdo. Una película de arte se estrena en tres cines. No podés estrenar como si fuera Un argentino en Nueva York.
La película, nominada para el Oscar a Mejor Película Extranjera, tenía pocas posibilidades de ganar -y finalmente no ganó- frente a la brasileña Estacion central o la italiana La vida es bella. Saura no fue a la ceremonia de entrega de premios, y Mía sí. Con un modelo de Dior, chisporroteante. -Creo que acá se armó una polémica injustificada, mediocre y hasta infantil. Me parece absurda la polémica de si es argentina o no porque está dirigida por un español, cuando Buñuel, por ejemplo, ha representado a Francia.
Es posible que guarde las formas, pero ni aun enojada parece enojada. No desentonaría en la mejor mesa, en la más rancia de las recepciones. Llegaría con su encanto de pelo corto, piel de arroz y cara despejada, y deslizaría un dulce hechizo sobre todos. Involuntario. Así de peligroso.
-En la primaria era muy tímida y me sentía siempre la más fea. La pasé muy mal. Sentía que todo el mundo me detestaba. Que las maestras me detestaban, que las chicas más grandes me hacían la vida imposible, que mis compañeras no me querían. Me acuerdo de una cosa horrible. Me acuerdo que una vez fui con zapatos de charol... Tengo en la memoria estar en tercero o cuarto grado, en el patio del colegio, con chicas dos grados más grandes cargándome por mis zapatos de charol. "¡Qué grasa, zapatos de charol!" Si cuando actúo tengo que buscar un momento terrible, voy a esos momentos. O a primer grado...
Los contornos de los ojos destilan un color subido. Lágrimas de ácido.
-... me habían puesto un dibujo para pintar. Era un dentista y yo lo pinté de violeta. La maestra agarró el dibujo y dijo: "¡Qué horror este dibujo, esto es un desastre, un dentista violeta!" Todos los nenes: "¡Ja ja ja ja!" Está todo bien, pero eso me va a quedar para toda la vida. Me sentía horrible. Ahora lo veo más cinematográficamente. Me imagino las caras de los niños riéndose...
Hace garras con las manos. Dentro de su cabeza, todo un grado de chicos de 6 años riéndose a carcajadas crueles y calientes.
-Después llegaba a casa y jugaba sola frente al espejo, pero lloraba y lloraba y lloraba, era muy débil. Quedaba afectada durante meses. Por eso ahora la gente me dice que guardo cierta distancia, cierta frialdad. Es que si no me hacía un refugio, me iban a destruir.
De esa clase de espantos está lleno su callejón de los recuerdos. A él recurre cuando actúa. De allí saca horrores palpitantes, chirriando en carne viva. Una mujer herida y resguardada. Una mujer herida.
-También las penas de amor son los peores dolores. A mí me han dejado y he dejado; sufrí, pero el sufrimiento jamás me impidió seguir con mis clases y mis estudios, y lloro en mis ratos libres. O lo meto en la actuación, que sirve mucho. Es bueno tener un amor por el cual llorar. De chica era tan sensible porque salía del mundo mágico que me había creado mi familia, en el que todo eran juegos y teatralizaciones que hacíamos con mi prima María Luz, y casamientos...
Sí. Ella fue la nena que desposó a su padre minuciosamente durante meses, a la edad de 5 años, ante los ojos emocionados de su madre y la empleada doméstica.
-Tuve un ataque de novia, superedípico. Todas las noches llegaba mi padre destrozado de trabajar, porque en ese momento estaba luchando para sacar su firma adelante, y yo lo esperaba vestida de novia. Mamá ponía la Marcha Nupcial y yo me casaba todas las noches. Con mi padre. Teníamos una chica que trabajaba en casa, que lloraba, se emocionaba y decía: "¡Ay!, siente que se casa de verdad".
Mía y su fabuloso mundo de espejos.
-Tenía amigos imaginarios. Yo misma era esos personajes imaginarios. Pasaba una semana entera siendo un hombre.
La garganta de pájaro se le estira en una risa golosa.
-Después, un psicólogo le dijo a mamá que yo debía tener mucha imaginación. Y ahí mi madre dejó de preocuparse.
Dice, como quien termina un cuento. Y de verdad se ríe cuando ríe.
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