Es notable la cantidad de individuos que eligen representarse a sí mismos con una imagen en escorzo para que la curva de la espalda baja asome y el resto del mundo aprecie lo firme y trabajado del trasero. Hoy cualquier circunstancia de la vida cotidiana – ir al supermercado, cerrar la puerta del auto, tomar sol, hablar por teléfono etc.- es excusa para forzar el volumen del primer plano. Un coro griego de seguidores festeja cada posteo con un repertorio de frases y emojis ( “¡potra!”, “¡diosa!” al “¡reina!”, y lo mismo para ellos). El misterio acerca de cómo cada quien gestiona su propia decadencia se agiganta sin filtros en las redes sociales, la hoguera donde se quema la estupidez del siglo XXI.
La observación viene a cuento de lo estropeado que quedó el vestido de Marilyn Monroe luego de que Kim Kardashian pagara una fortuna por usarlo en la última gala del Met, ocurrida en Nueva York. Y aunque quienes lo custodian salieron a hablar del tema, es cierto que la influencer se había encaprichado con la prenda. Lo insólito es que las autoridades del museo (a cargo de la custodia y preservación) cedieron ante semejante locura, además de lo cuestionable de su criterio para prestárselo a una persona cuyo talento más visible es haber engrosado su vade retro a fuerza de cirugías estéticas. Claramente el vestido no le cerraba en esa zona. No era su talle, pese que se puso a dieta para entrarle. Sin embargo a duras penas lograron subirle el cierre, por lo que la mujer apenas respiró durante la velada. La tela, lógico por su antigüedad, se rasgó, y se soltaron los cristales incrustados a mano en 1962 por el modisto Jean Louis. Así volvió la pieza al museo donde se exhibía. Rota.
La imagen corporal a lo largo del tiempo
Lejos de cuestionar el gusto y lo que cada quien hace con su aspecto, la pregunta es en qué se funda la culidad que obsesiona a esta época. Ya en su Breve Historia del Culo el escritor Jean-Luc Henning recordaba el protagonismo recurrente que tuvo en el arte desde los orígenes (del arte), tratando de explicar la perversión y la lujuria que alienta, pero también la gracia y evolución de la imagen corporal a lo largo del tiempo. Tenerlo más o menos desarrollado entonces era un sino, algo fortuito, una cuestión de genética. Lo traías de fábrica y, en cualquier caso, si le sacabas algún provecho, lo hacías en el ámbito privado (donde realmente se miden esa clase de audacias). Hoy las técnicas quirúrgicas para aumentar el tamaño no dan abasto con la demanda.
El fenómeno contemporáneo lleva más de dos décadas afirmándose gracias a las divas populares que explotan esa gracia para completar su fama, ejemplo Jennifer López, pasando Janet Jackson y Nicki Minaj, entre otras. Tan es así la moda que hasta Madonna se puso implantes. Kardashian blanqueó sus objetivos al mostrarlo desnudo en la tapa de la revista Paper con la famosa copa de champagne (que no resistió el equilibrio), ayudando de esa forma a la explosión del estereotipo y, en consecuencia, del negocio de la gluteoplastia. Solo en España la demanda de cirugías estéticas creció un 50% según la Asociación Española de Cirugía Estética Plástica (AECEP), dice un artículo del diario El País. La variedad de procedimientos aplicados a esculpir nalgas, como la técnica del brazilian butt lift, da ejemplos magníficos. Mientras unos consisten en sacar grasa de otra zona para aplicarla ahí, otros incluyen prótesis que, de mediar la impericia médica, podían desplazarse fatalmente. Pero pese a que llegan noticias sobre casos de mala praxis, según un informe publicado en 2017 en la revista Aesthetic Surgery Journal por la Fundación para la Educación e Investigación en Cirugía Estética (ASERF por sus siglas en inglés), los riesgos son los mismos de cualquier intervención quirúrgica.
Sin embargo, no parece tan así. En el artículo destacan un capítulo de la serie The Resident -basada en la vida dentro de los hospitales- en la que una joven llega a la guardia casi inconsciente luego de someterse a un autotrasplante mediante la técnica brasileña. La mujer estaba sufriendo un embolismo de grasa, una de las complicaciones más conocidas de esa práctica. “El riesgo publicado en ese estudio fue que, de casi 199.000 procedimientos de injerto glúteo, 32 pacientes fallecieron por embolismo graso” explicaba la doctora especialista en Cirugía Plástica Eloísa Villaverde. Es un riesgo “relativamente pequeño”, pero superior al resto de operaciones estéticas, en las que “el riesgo de muerte es mucho más bajo y prácticamente inexistente en muchas de ellas”, aclaraba la especialista. “El riesgo viene si se infiltra la grasa dentro del músculo glúteo mayor y se embolizan arterias o venas que se localizan en su interior, sobre todo en su parte más medial y profunda. En esta zona, los vasos tienen un calibre considerable, de 2-3 mm, y si se produce una embolización, la grasa se puede desplazar por la sangre hasta los pulmones y puede tener consecuencias fatales. En otras zonas donde se realizan injertos de grasa, como las mamas, este riesgo es prácticamente inexistente”, señalaba en alusión al caso de la joven fallecida en enero último luego de someterse a un aumento de glúteos en una clínica privada de Colombia.
En fin, que en una era en la que “ser uno mismo y hacer lo que nos plazca con tal de ser felices” convierte cualquier banalidad en una proeza, ostentar un atributo físico se ha vuelto una suerte de autorrealización.
Allá quien crea que el culo tiene algo que ver con la felicidad...
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