Padres que temen decir "no" y también temen decir "sí"
La autonomía no se otorga ni se autoriza. Se construye en el vínculo entre padres e hijos desde muy temprano. En cada uno de los aprendizajes de la infancia se recorre un itinerario en el cual la intervención del adulto tiende a hacerle un lugar cada vez más protagónico al desempeño autónomo del hijo. Ni exponerlos al riesgo, soltándolos prematuramente, ni retenerlos más de lo necesario; de eso se trata. Es decir que una regulación sensata de la confianza en los recursos de un hijo para desenvolverse adecuadamente hace a la calidad del cuidado parental. Entrenar a los hijos en el ejercicio de hábitos de independencia los prepara, los motiva y los ayuda a crecer con seguridad. Aquello que aterra a los padres es, sin duda, el fantasma -y la realidad- de la inseguridad y la hostilidad tanto de la calle como en el mundo virtual (redes sociales, sobre todo). Pero ocurre que no aprender a convivir en el mundo que nos toca tiene también sus peligros.
La preparación que reciben estas nuevas generaciones es despareja, deficitaria y contradictoria, porque los padres mismos vacilan y tienen miedo tanto a sus hijos como temor por lo que pudiera pasarles. Temen decirles que no y temen decirles que sí. Cuando los padres no transmiten confianza a sus hijos para intentar hacer cosas por sí solos, los debilitan. Hasta el uso del celular puede funcionar como un cordón umbilical que perpetúa niveles de dependencia inconvenientes cuando no da tregua y acosa con pedidos de reporte sin límite.
Nunca más evidente esa intemperie para los padres que en el área de la tecnología, donde el uso de Internet y las redes sociales enfrenta a los padres a una dificultad múltiple. Por un lado, un uso excesivo y hasta imprudente del celular, abrojo electrónico de padres e hijos, y por otro, las dudas enormes acerca de qué es cuidar y cómo filtrar, sobre todo cuando asoma la adolescencia. En esa vacilación parental se cuelan, con desprolijidad, actitudes parentales que rozan el atropello: espionaje, enojos espasmódicos, descuidos, permisos desmesurados, desvelos.
Las redes sociales excluyen a los padres de la escena y los dejan con escasos recursos para evaluar en qué riesgos pueden precipitarse los hijos. Es importante que los padres no se destituyan de sus funciones en nombre de una tecnología que no dominan del todo. Aun tocando de oído pueden orientar a sus hijos en la sensatez y la prudencia estando interesados y atentos a señalarles que den cuenta de desajustes, o comportamientos extraños que no reconocemos en nuestros hijos. La congruencia entre los mensajes que transmitimos, por un lado, con las palabras y, por otro, los hechos y las acciones que las acompañan es decisiva. La incoherencia desconcierta, confunde y hasta puede enfermar.
La autora es psicoanalista