Para ellos, una prueba de aguante y resistencia
Nada más ingenuo que creer que se trata de un programa apacible, fácil y poco exigido. Esta variante atractiva de pernocte grupal, tan frecuentada por chicos de entre 7 y 10 años, les atrae pero no resulta sencilla de atravesar. La propuesta los excita, a veces los divierte y los frustra casi siempre. Las pijamadas son maratones, verdaderas pruebas de aguante y resistencia. Terminan convirtiéndose en un trasnochar indefinido, con la irritabilidad y el fastidio propios del no poder dormir, ni los invitados ni los anfitriones.
Rivalidades, exclusión, situaciones de discriminación se filtran en estos desafíos sociales que se tornan, a menudo, una experiencia exigente. El orgullo no permite fácilmente abdicar y entregarse al sueño y el costo más visible es un "día después" de mucho malhumor. En la vida social de las "pandillas", junto con momentos de placer, hay un considerable esfuerzo por no ser blanco de bullying, no ser señalado como el cobarde y no dejar ver las propias inseguridades. Pocas edades de la vida tienen una mirada tan crítica y cruda sobre sus integrantes como al promediar la primera década. ¡Son sencillamente despiadados!
Las chicas, en general, se entretienen produciéndose, arman coreografías, se sacan fotos -selfies y de las otras-, miran alguna película, videitos en YouTube, cotorrean, cuentan historias de terror. Los varones juegan más con la PlayStation, buscan, espían y navegan en Internet, chatean y se burlan del vulnerable de turno.
Para padres bienintencionados y poco previsores, ofrezco algunas sugerencias para evitar el caos colectivo:
- Cuando el grupo es de más de cinco es muy complejo evitar el desbarranco.
- Nunca intentar un pijama party dentro de los días hábiles.
- La intrusión de hermanitos en la escena grupal suele ser fuente de discordia.
- Estar preparados para escuchar al que se arrepintió y quiere volver a su casa, al ofendido porque lo dejaron afuera y el dolor de panza que casi nunca falta a la cita.
- La dosificación de los estímulos requiere inevitablemente la intervención de los padres. El temor a frustrar a los hijos acotando sus demandas es uno de los equívocos más habituales con los que tropiezan los padres.
Experiencias de encuentro como éstas tienen sentido cuando demarcamos un borde que ordena y pauta una medida. Eso sí, poniendo el acento en la coherencia y la calidad de lo que sucede en su interior.
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