Santi (36) y Lucre (35) son personas con Síndrome de Down. Al principio sus padres, como es lógico, estaban algo confundidos pero en seguida confiaron en ellos y en la ayuda de las familias. Sus madres cuentan con emoción que ambos hijos fueron amados, queridos y respetados. Ellas son las encargadas de contarme esta historia de amor genuina, pura y emocionante.
Cupido en la asociación
Cuando nacieron sus hijos enseguida buscaron y se rodearon de personas expertas y buenos profesionales que les hablaron de las posibilidades de los chicos y de los talentos de cada uno. No había que olvidarlo, ellos tenían talentos y había que ayudar a hacerlos crecer.
Santi y Lucre se conocieron porque coincidían en Asdra (Asociación Síndrome de Down de Argentina) en eventos, salidas y paseos con amigos. Además los dos vivían en el mismo barrio, así que cuando crecieron empezaron a hacer salidas juntos. Tienen la misma edad y ambos recibieron educación en colegios privados, Santi es egresado del San Pablo y Lucre de Nuestra Señora de la Misericordia. En paralelo cada uno iba a talleres con su grupo de pertenencia.
Entre tanta salida, de a poco fueron descubriendo que tenían gustos parecidos: ambos disfrutaban ir a patinar o a tomar un helado, a Santi le gusta la música y Lucre asiste a danzaterapia. Tuvieron suerte y, además, como sus madres vivían en casas muy cercanas, se daban cuenta de la felicidad que ellos sentían al compartir momentos, y, amor materno, generaron espacios de encuentro para multiplicar la felicidad de sus hijos cuando volvían después de cada salida. Sin saber que Cupido andaba detrás de sus hijos ellas ya operaban de celestinas. Santi y Lucre trabajaron con sus terapeutas para vivir una vida independiente, viajar solos y manejar dinero entre otras cosas.
Pintar en porcelana: lo que consagró la unión
Crecieron y se pusieron de novios. A sus actividades diarias le sumaron algo que fue vital para ellos: comenzaron juntos a pintar en porcelana. Ese encuentro semanal era lo que más esperaban, era un espacio donde cada uno abría su corazón y vaciaba su alma, era un lugar de entendimiento mutuo, el más genuino de todos. Aquella profesora, sin predecirlo se convirtió en algo esencial para su vida de novios. Mientras pintaban hablaban de su relación y sus ganas de algún día casarse.
El psicólogo de Santi le explicó que ese deseo debía ser un proceso, algo que podía lograrse ¡por supuesto!, pero que tenía sus etapas: trabajar, vivir solo, tomar responsabilidades mayores que las que tenía hasta ese momento.
Con paciencia y el apoyo de sus padres Santi se preparó y fue cumpliendo cada una de esas etapas que parecían tan lejanas e imposibles. Vivió solo dos años donde aprendió el manejo de la casa, se desenvolvió muy bien y ahora solo le faltaba casarse.
Mientras tanto, las dos familias se iban haciendo amigas y descubriendo la similitud en costumbres y forma de vida que tenían entre ellas. Además apareció un nuevo motivo para unirlos: ambas alentaron y apoyaron la creación de Cascos Verdes (Asociación sin fines de lucro que trabaja por la inclusión de personas con discapacidad intelectual a través de la educación ambiental, ¡vale la pena conocer su gran trabajo!). Santi y Lucre fueron parte de la primera camada de egresados en la UCA, se sentían universitarios y el hablar de la posibilidad de casarse estaba cada vez más cerca.
Un viaje a Cartagena dio la decisión
Después de 11 años de novios, en Mayo del 2019 se fueron al Congreso de Síndrome de Down en Cartagena y volvieron con la decisión de que querían casarse. Santi ya con la experiencia de haber vivido dos años solo y Lucre viviendo con su familia.
Por supuesto que esto generaba miedos y dudas de cómo iba a resultar. Durante esos meses los sentimientos familiares iban y venían, ¿apoyar esa idea o temor por la idea? Fortalezas, dificultades, deseos y posibilidades, todo se ponía sobre la mesa. Pero los chicos estaban decididos y confiados, la felicidad de ellos fue la clave que le dio a sus familias la certeza de que iban por el camino correcto: hoy ambas madres aseguran que no se equivocaron.
Tomada y aceptada la decisión, la mamá de Santi junto con la de Lucre fueron a hablar con el sacerdote que casaría a los chicos para contar el deseo de sus hijos, también era necesario tener el conocimiento y la aprobación de las autoridades eclesiales. Finalmente, en el mes de noviembre los chicos fueron a hablar con el sacerdote.
Cuando todo estuvo listo pusieron fecha de casamiento para el 14 de marzo de 2020 en el Santuario Jesús Sacramentado en Capital Federal, sin saberlo tendrían la suerte de poder concretar su sueño días antes del comienzo de la cuarentena. La idea era hacer algo sencillo pero muy sentido y esperado. Pensaron en todos los detalles y en lo que sería mejor para ellos.
Ambas familias participaron de los preparativos y los chicos estuvieron en cada reunión que se tuvo para elegir la música, comida, video, fotos e invitaciones.
Hora de dar el sí y la pandemia que cambió algunos planes
La ceremonia fue inolvidable, la fiesta también. Ambos son muy queridos por sus grupos de amigos y familia lo que hizo que el casamiento fuera emotivo para todos. Ya empezaba la pandemia y sus prohibiciones con lo que se tuvo que anular la luna de miel a Río de Janeiro y la fiesta tuvo algunas ausencias, pero así y todo fue el mejor día para Lucre y Santi.
Ya hace ocho meses y medio que se casaron y están felices, festejan cada mes de aniversario. Como son personas de riesgo el 17 de marzo se fueron a vivir al campo hasta que pase la pandemia, viniendo de visita en algunas ocasiones. Ahora alternan más seguido y viven en su departamento en Capital Federal que está ubicado enfrente de la casa de Santi y a tres cuadras de la casa de Lucre. Cuando están viviendo solos se desenvuelven perfectamente, siempre con la supervisión de ambas familias y una señora que ayuda con la limpieza.
Este es un año especial y diferente para todos, pero cuando no había pandemia (y así irán retomando de a poco), Santi trabajaba tres veces por semana en una cafetería, dos veces por semana los dos pintaban en porcelana y lo venden por Facebook como un emprendimiento propio. También dividen sus días entre la música, el ejercicio y las terapias.
Sus madres aseguran que desde su infancia los chicos fueron preparados para lo que hoy es su vida. Santi y Lucre se acompañan, se divierten y se apoyan uno al otro. Son felices y en sus vidas reina el amor.
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