Tomarse el propio reflejo con humor
Hablar del humor de los argentinos, así en general, es en principio un poco arbitrario: la Argentina es un país enorme y convengamos que lo que hace reír a una persona de la Quiaca no es lo mismo que a una de Chubut y mucho menos a una de Buenos Aires. Aún así, hay algunas cosas que se repiten. Creo que lo más evidente es el cambio que se dio a partir de la tremenda irrupción de las nuevas tecnologías.
La llegada de Twitter, de Facebook, nuestra propia necesidad de estar conectados todo el día a un teléfono celular, fueron instalando cierta ansiedad general y con ella la necesidad del chiste veloz, corto, efectivo. Aunque no estoy muy de acuerdo, o tal vez me niego a estarlo, muchos humoristas amigos ya me hablaron de cómo, de a poco, se va perdiendo el viejo humor "de texto" en el teatro, para dejarle lugar al humor de acción, mucho más inmediato y concreto. Por supuesto que esto no significa desmerecer al "contador de chistes": Norman Erlich, José Luis Gioia, son grandes humoristas que respeto y defiendo, que supieron pararse cual trovadores en el escenario y captar la atención del público durante más de una hora. Pero, evidentemente, la demanda actual pasa por otro lado. Algo parecido a lo que sucede con los chistes sobre sexo, las mujeres semidesnudas, esas cosas tan típicas de la picaresca de los años 80 que en aquel contexto social y político sí fueron disruptivas, pero que hoy ya no incomodan a nadie. Porque en definitiva: ¿qué es el humor sino esa voluntad de levantar velos, correr caretas, reírse de las cosas establecidas? Hoy en día el público parece buscar algo más crudo, más sincero, casi brutal.
En lo personal, me parece que nos reímos justamente ahí donde nos vemos reflejados. Cuando alguien nos muestra que convivimos con cosas de las que, tal vez, ni siquiera nos habíamos dado cuenta; cuando se muestra la ridiculez de ciertos moralismos o de los lugares comunes. Componentes todos que vinieron a agregar, de un tiempo a esta parte, los buenos humoristas de stand up (léase bien: los buenos). Me fascina la idea de una persona-personaje que habla de temas como la religión, la pareja, la muerte (una vez más, lo que incomoda, lo que asusta) y desata sonrisas o carcajadas sinceras.
Igual, si me piden una conclusión, pienso que como en los libros o en las películas, lo importante no es el tema sino cómo se cuenta.
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