Se mantenía ocupado todo el día. Iba de acá para allá con el solo objetivo de llegar a su casa, ahora vacía, para dormir profundamente y no pensar ni un momento en su soledad repentina. Pero no lo lograba. En cuanto se acostaba empezaba el malestar, se enroscaba en las sábanas, se levantaba, tomaba un vaso de agua y volvía a la habitación. Con mucho dolor, y después de un matrimonio de 15 años, Sergio Muñoz (51) y la madre de sus hijas habían decidido poner fin a un vínculo que estaba desgastado. Y ahora, solo, tenía que descubrir como salir de ese pozo oscuro en el que se sentía.
En ese intento por estar mejor había decidido dejar de fumar. Las dos cajas de cigarrillos por día que acostumbraba fumar quedaron en el olvido. Pero sobrevino un apetito voraz. Con 38 años, Sergio comía para tapar el vacío. Y así engordó 20 kilos. "Me dolía la espalda, no podía estar sentado más de una hora sin que me empezara a molestar el coxis, me faltaba el aire cuando intentaba atarme los cordones y sentía una terrible presión en las rodillas al estar parado", recuerda.
Supo que tenía que hacer algo. Y empezó a caminar. Con paciencia y paso firme y la esperanza de que ese simple hecho significara el inicio de algo mejor. De a poco fue sumando cuadras, que luego se convirtieron en kilómetros y finalmente en un hábito saludable. "En 2007 empecé a correr de manera amateur, como terapia alternativa para superar la crisis sentimental que había tenido y el peso que había ganado en ese tiempo. De a poco lo fui tomando más en serio y me animé a competir en carreras de montaña. Acá en San Juan, mi provincia, abundan y están a muy pocos kilómetros de la ciudad. Al cabo de un tiempo, tome esto del running como mi religión, era lo que me había sacado de tanta tristeza y dolor. Yo me aferraba al deporte como a un salvavidas".
Al año siguiente, cumplió con orgullo una de las pruebas más importantes en la modalidad de montaña, los 42k de Salomon en Villa la Angostura. "Fue uno de los momentos más felices de mi vida, como el broche de oro a tanto esfuerzo y ansias de superacion. Después de eso, seguí practicando la actividad como forma de vida, impulsando también a conocidos y amigos a unirse al mundo runner".
La historia se repite
Pero en 2011 a raíz de un resfriado, Sergio comenzó a experimentar un malestar general, con un fuerte dolor en su espalda. Luego de algunos días, se le empezaron a entumecer las piernas y las manos. Entonces fue al médico, que lo derivó a un neurólogo. Lo diagnosticaron con el síndrome de Guillain Barre, una enfermedad que ataca el sistema nervioso y destruía la mielina del cuerpo, lo que interrumpe la comunicación entre el cerebro y las extremidades. Era como un chiste de mal gusto. Meses antes lo habían llevado tan lejos y ahora Sergio no podía mover sus piernas.
"Me internaron en terapia intensiva. Era como un chiste de mal gusto: yo, un maratonista de montaña, estaba en una cama de hospital, paralítico y entubado por todos lados. Sin siquiera poder ir al baño por mis propios medios. Todos los músculos desde mi abdomen hacia abajo, estaban atrofiados y sin respuesta".
Pronto recordó aquella imagen que lo había acompañado un buen tramo de su infancia. Su padre, que siempre había sido un hombre sumamente activo, pasó más de un año totalmente inmovilizado por un accidente. "Comía, dormía y hacía sus necesidades todo en la misma innegociable posición. Todavía hoy, después de casi 40 años, me pregunto cómo lo hizo. ¿Cómo pudo soportar semejante tormento sin enloquecer, tumbado de espalda, las 24 horas y rogando que el tiempo pasara lo más rápido posible?".
Fue recién al tercer día de internación que pudo dormir profundamente. Esa noche soñó que corría a toda velocidad y sus piernas empujaban con fuerza, una detrás de la otra, como en los viejos tiempos. "Cuando me desperté, me vi de nuevo en la cama, inmóvil, pero una sensación de placer extremo me había invadido todo el cuerpo. Metí mi mano bajo las sábanas y mis piernas estaban tibias. A partir de ese momento supe que volvería a correr. No sabía cuándo ni cómo, ni el esfuerzo que tendría que hacer. Pero de algo estaba seguro, yo volvería a correr".
Después de 30 días salió de terapia en silla de ruedas y totalmente debilitado. Tuvo que re-aprender a moverse, desde cero. Primero desde el piso, como un bebé tratando de incorporarse para llegar a la posición de cuatro patas. Después comenzó a usar un andador y más adelante, bastones canadienses. La debilidad muscular todavía lo acompañaba, pero Sergio ya lograba dar algunos pasos. "Seguía obsesionado: ¿cómo iba a hacer para volver a correr? Era lo que me había sacado del pozo aquella vez y sabía que podía usar esa herramienta como antídoto nuevamente para esta crisis que había sufrido por una causa fortuita del destino".
Confianza ciega
Pasaron algunos meses, y se animó a improvisar algunos trotes cortos a manera de prueba. Todavía no caminaba bien y correr era una prueba piloto con pasos descordinados tirados al aire, que la mayoría de las veces terminaban en caída. Sin embargo nunca, absolutamente nunca, se dio por vencido. Así fue como después de un año, logró correr, con muchísimo esfuerzo, una carrera de montaña de 10k.
El tiempo pasó, Sergio seguía entrenando y compitiendo, según su cuerpo también se recuperaba y recobraba la plasticidad y tonicidad perdida. A medida que se iba fortaleciendo, iba redoblado la apuesta en distancias. Entonces, en 2015, participó de los 42k de Ansilta de montaña. "Me llevo 7:30 horas completar el recorrido. Llegué último, pero con una sonrisa que no me borraba nadie. Crucé el arco de llegada con los brazos en alto, para darle fin a una historia de vida como tantas, de esas que se disfrutan cuando son contadas. Mis amigos dicen que es como para hacer una película. Yo, por lo pronto escribí un libro, y si la película tiene que venir, que venga. ¿Quién dice? Lo último que se pierde es la esperanza. Yo puedo dar fe de eso".
Si tenés una historia de resiliencia propia, de un familiar o conocido que quieras compartir, escribinos a GrandesEsperanzas@lanacion.com.ar
Temas
Más notas de Grandes Esperanzas
Más leídas de Lifestyle
“Pasé el prejuicio de ser la rubia de zona norte”. Tiene 34 años, se fundió, se endeudó y hoy tiene dos restaurantes
Discutió con sus amigos Dejó de jugar al fútbol y empezó a correr. “El día que di la primera vuelta sentí que había corrido la maratón de mi vida”
Increíble historia. Hizo un descubrimiento clave para ganar un Nobel, pero su jefe fue quien se llevó el reconocimiento
Rico y saludable. ¿Qué pasa si bebo jugo de zanahoria todos los días?