Casi a orillas del Río Grande, en un valle rodeado de cerros y cardones, donde reinan el sol y el silencio, una familia jujeña encontró el lugar ideal para disfrutar sus días de descanso. El proyecto pertenece al arquitecto Carlos Antoraz, experto en recuperar las técnicas autóctonas, adaptándolas luego a las nuevas formas de construcción. El resultado es esta casa de piedra, caña y adobe con vistas inigualables.
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En el corazón de la Puna
La puerta principal es pivotante y tiene un manijón hecho por Antoraz con una rama seca de queñoa, un pequeño árbol de tronco retorcido que puede encontrarse hasta los 300 metros de altura.
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A un lado del hall de entrada está el living, donde el techo es de álamo, una madera blanda muy resistente en climas secos, que proyecta un haz de luz en la pared revestida en cañas.
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Construyo mis proyectos con los materiales disponibles a un máximo de 30 kilómetros de distancia: uno de mis mayores orgullos es recuperar y jerarquizar esos recursos
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La arquitectura originaria es introvertida porque sus pobladores estaban en permanente contacto con la inmensidad. Como el caso del hombre urbano es opuesto, quiere el paisaje dentro de la casa
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Sobre la mesada de la cocina que se prolonga hacia el vano que da al comedor, vajilla de cerámica, piezas de algarrobo y cardón y camino de lana artesanal (Artes de Uquía). En el dormitorio principal, encuentro de paños fijos.
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El interior prolongado en el afuera
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Los techos son bajos porque las medidas de referencia es el hombre y la necesidad de darle refugio
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Del comedor se sale al quincho con parrilla y horno de barro, infaltable en la zona, a resguardo del clima gracias a la pérgola de caña que tamiza la luz del sol.
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