Vivió varios años en China y Estados Unidos, decidió regresar y cree que la readaptación fluye mejor cuando, entre otras cosas, se acepta que todo cambia y todos cambian
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Para Natalia Tabak, volver a vivir a la Argentina no tiene por qué transitarse como un fracaso. Tras seis años fuera del país, en su regreso superó ciertos procesos de reacomodamiento, aunque asegura que no atravesó el temido `shock cultural inverso´ que tantos expatriados experimentan cuando deciden retornar a su tierra de origen.
Tal vez, exista un factor decisivo en su reinserción suave, sin sobresaltos. Ella, como tantos otros seres de este mundo, no dejó su patria empujada por una fuerza mayor (una crisis, una guerra, una peste, un rechazo familiar o social, entre otros factores posibles), su decisión fue una decisión no forzada, por lo tanto, al irse no hubo un “escape de…”, sino un “encuentro con…”
Sin embargo, Natalia, que es psicóloga y trabaja con expatriados, observa muchos casos de salidas no forzadas, donde aun así los retornos están marcados por la sensación de haber fallado: “Muchas personas toman la vuelta como un `fracaso´, y lo cierto es que el fracaso es no haberte sacado la duda e intentarlo”, observa ella.
“El shock del regreso también se ve afectado por la esperanza de que todo haya permanecido tal como estaba cuando nos fuimos. En mi caso, lo cierto es que nunca perdí contacto con quienes verdaderamente eran personas significativas. Claro que me llevó tiempo y dedicación cuidar los vínculos a la distancia. Muchos de los que vuelven a vivir a su país de origen se encuentran con que los vínculos no son los de `siempre´. Por supuesto que los vínculos cambian, pero es una buena llamada a la reflexión pensar y hacernos cargo: ¿cuánto trabajamos en nuestros vínculos a la distancia?, porque creer que venís de visita o a vivir nuevamente y todo quedó igual que antes, es una visión naif”.
Irse a la China: “Todo te asombra, todo te pone a prueba”
Natalia eligió seguir a su novio cuando este le anunció que lo trasladaban por trabajo a la China. Fue una apuesta, apenas llevaban ocho meses de noviazgo, cuando la noticia sacudió su realidad, y en consecuencia, afectó a la de su entorno. Su familia quedó en shock, a pesar de su apoyo incondicional, su sorpresa fue inconmensurable y era lógico: dolía que se fuera tan lejos con alguien que apenas conocía.
Sus amigos no tenían mucha fe de que todo fuera a funcionar, pero contra todo pronóstico, atravesaron juntos los nuevos desafíos e incluso formaron una familia (hoy están esperando su segunda hija).
Para Natalia, el choque cultural fue muy grande. El idioma, la comida, los olores y las costumbres extrañas impactaron en ella de lleno, pero a la vez despertaron una fascinación por lo distinto: “Sus tradiciones, rituales. Te sacude todos los sentidos. Todo te asombra. Todo te pone a prueba”.
“Beijing es una ciudad enorme y te avasalla. El tránsito, las motos, la cantidad de personas. Y realmente no entendés una palabra si no aprendiste el idioma. El modo de comunicarse (parece que se gritan, pero simplemente son sus tonos), sus bailes en las plazas, los olores que al principio resultan invasivos, sus templos, su historia, sus tradiciones. Es difícil de explicar todas las emociones que se exacerban al mismo tiempo”.
China, Estados Unidos y las hadas madrinas en el camino: “Te cambia la vida tener a `alguien´ que te invite al menos a tomar un café”
Tras tres años y medio, la odisea en China llegó a su fin. Estados Unidos, con una cultura que Natalia sentía que conocía, abría sus puertas ante ellos para darles la oportunidad de trabajar y transitar el sueño americano.
La joven argentina aterrizó en Washington DC esperanzada con aquel nuevo comienzo y agradecida por lo vivido en el país asiático, que le había obsequiado una fortaleza que desconocía en ella. “Si pudiste con China, podés con todo”, le decían, sin embargo, nada salió como esperaba.
“Y lo cierto es que no es tan sencilla la ecuación. Nos tocó mudarnos en plena pandemia, con una hija de un año y medio. Llegué a un lugar donde sí podía entender el idioma, su idiosincrasia, pero estuvimos con otros desafíos propios de la pandemia y lo complejo que es conocer una nueva ciudad y socializar en ese contexto”.
“Por suerte, tanto en China como en Estados Unidos, he tenido personas que han sido como hadas madrinas, quienes me han cobijado con pura generosidad y presentado la ciudad, sus amigas, y todo el ABC que uno necesita cuando llega a un nuevo destino. Definitivamente, eso marcó la diferencia de mi experiencia en ambos países”, continúa.
“Tanto te cambia la vida tener a `alguien´ que te invite al menos a tomar un café, te comparta información y datos del nuevo país, que junto a mi `hada madrina´, Dana, en Washington, hemos creado un proyecto llamado `Expat Ladies´, de mujeres expatriadas con el objetivo de generar apoyo y contención alrededor del mundo. A raíz de su crecimiento se abrió en diferentes ciudades para compartir los mismos valores y generar redes de contención y apoyo donde sea. Actualmente estamos en más de 38 ciudades”.
“Cosas que me encantaron de Estados Unidos: la diversidad, la sensación de sentirte libre sin ser juzgada por cómo hablas, cómo te vestís, de dónde venís, etc. Me encantó la estabilidad que te ofrece y la posibilidad de proyectar. Me encantaron sus paisajes, vivir en contacto con la naturaleza (vivía en el medio del bosque), la oportunidad de mejorar mi inglés. Me costó dejar ambos lugares. Mi corazón y quién soy yo hoy está trazado por mi experiencia en el exterior”.
El impacto de volver a la Argentina: “Pueden sacudirte y generarte un samba emocional”
El trabajo del marido de Natalia los trajo de regreso a la Argentina, tras seis años intensos en los que vivieron en dos culturas dispares y formaron una familia. Si bien confiaban en que, tarde o temprano, el regreso acontecería, fue doloroso dejar atrás aquella vida que supieron construir en el extranjero.
En su proceso de reinserción, para Natalia, quien arribó emocionada por el reencuentro con su tierra y su gente, fue clave comprender que todo cambia y todos cambian: “Los que nos fuimos y los que se quedaron”, reflexiona.
“Los que se quedaron en nuestro país de origen también hicieron nuevas amistades, les pasaron cosas. Sus vidas no quedaron congeladas hasta nuestro retorno. Por lo que tenemos que entender que el mundo siguió girando para todos. Eso es parte del trabajo que tenemos que hacer quienes nos repatriamos: comprender que muchas cosas cambiaron en nuestra ausencia. Aceptar que muchos de esos cambios pueden no gustarnos o sorprendernos, pero que son parte de la vida. Como por ejemplo que nuestros padres están más grandes, amigos con los que ya no tenemos tanto en común en este momento de la vida, transitar los cambios abruptos, tanto políticos, sociales y económicos, que pueden sacudirte y generarte un samba emocional comparado a la estabilidad y tranquilidad que podés lograr viviendo en el exterior…”
“Nunca la balanza va a dar 10 a 0. Es decir, que hayamos vuelto no significa que no extrañes la vida que tenías en el exterior. Soy consciente de que ningún país tiene todo, porque mismo en el momento en que te vas a vivir afuera o regresás, quedás de alguna forma dividida entre los dos lugares. Aceptarlo hace que la expectativa por la ida o la vuelta no sea tan dura. Siempre algo se gana y se pierde”.
“Nada nos garantiza que la vida en el exterior nos vaya a gustar. Pero hay una idealización tan grande sobre que `afuera es mejor´, que muchos se dan cuenta que luego no es así. Se extraña, siempre de algún modo serás extranjero, no siempre tu calidad de vida mejora, no siempre te adaptás a la idiosincrasia, idioma, clima del país, etc. El problema es que desde las redes (o desde la propia gente cansada por la situación que vive en su país de origen) se compra el discurso o el recorte de que todo lo de afuera `brilla´, y no es así”.
“Claro que muchos que emigran sí logran adaptarse y lo prefieren, y está perfecto, pero quería mencionar la contracara para quiénes no lo sienten así y desean regresar o dudan en hacerlo. Porque muchas veces lo toman como un fracaso o les da vergüenza, o quieren demostrar que, porque decidieron irse, tienen que sostenerlo”.
Las enseñanzas de la soledad, despojarse de etiquetas y reinventarse: “Podés construir una nueva versión de vos mismo”
A partir de su experiencia en primera persona, desde Argentina, Natalia decidió desde su profesión seguir ayudando a migrantes que atraviesan los desafíos y dificultades que trae la vida en el exterior.
Seguir con un trabajo iniciado en el extranjero la ayudó a tender puentes, lo que también le facilitó su propia transición. Asimismo, decidió acompañar a otros que se repatrían o que, tal vez, dudan en hacerlo. Tras seis años lejos, Natalia siente que tiene mucho para ofrendar de sus propios aprendizajes, en un camino que sabe que requiere de coraje.
“Hoy soy mucho más valiente y resiliente de lo que creía: muchas fortalezas que desconocía o subestimaba salieron a la luz luego de atravesar situaciones difíciles en la expatriación. Como, por ejemplo, ser mamá primeriza en China, con una cesárea de emergencia y sin entender nada de lo que sucedía”.
“Hay momentos de soledad muy duros pero que te llevan a conocerte mejor. Es un verdadero proceso de autoconocimiento y paciencia vivir en el exterior. Pasé muchos momentos de soledad extrema, aun estando con gente, pero que no eran mis afectos de toda la vida, aquellos con quienes querrías estar en situaciones de extremo dolor o temor. Aun así, la soledad me dejó grandes enseñanzas. Aprendí a escuchar el silencio y qué tenía para decirme. Es un trabajo aceptar y estar sola, pero hoy lo veo como saludable y hasta necesario”.
“Aprendí a apreciar y descubrir que hay muchas formas de vivir y afirmar que son tan válidas como la mía. Abrazar las diferencias culturales, meterme de lleno en sus costumbres, celebrarlas, vivirlas fue un gran regalo de vivir en el exterior”.
“Otro gran aprendizaje que tuve es que el camino de la migración es todo menos lineal: con subidones y bajones emocionales, como la vida misma, pero con el desafío de estar viviendo en otro país, con lo que eso implica. Es un trabajo continuo. Es un desafío constante, sobre todo emocional”, continúa. “Empezar de cero en un nuevo país abre un abanico de oportunidades en muchos aspectos de la vida. Te ayuda a liberarte de mandatos, impuestos por la sociedad o por vos misma, pero que, a la distancia, te dabas cuenta que no resonabas en ellos. Te desapegás de `etiquetas´ que solo te estaban limitando. Vivir en el exterior te da la posibilidad de ser hoja en blanco, construir una nueva versión de vos mismo. Definitivamente, no soy la misma luego de haber vivido en el exterior y brindo por ello”.
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