
Yawalapitis Repoblar la selva
En el corazón de Brasil y gracias a la labor de los hermanos Villas Boas, varias tribus indígenas que hace seis décadas estaban al borde de la extinción mejoraron su calidad de vida y aumentaron la población. Aquí, la historia de una de esas comunidades
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Yawalapiti, Brasil.– Justo donde la enorme sabana central de Brasil se reúne con la jungla amazónica vive un jefe indio que ha cambiado el curso de la historia.
Allí, en las riberas del río Tuatuari, el jefe Aritana de los yawalapitis encabeza una tribu de 180 personas que hace medio siglo sufría la amenaza de extinción.
Sentado en medio de su aldea, bajo el sol ardiente, Aritana pronuncia una y otra vez las palabras muerte, lucha y tristeza, mientras cuenta cómo su tribu consiguió renacer con sólo 12 miembros. “Cuando yo nací, sólo había una casa en la aldea Yawalapiti –dice suavemente en portugués–. Eso ocurrió hace alrededor de 50 años, aunque no lo sé con precisión”, agrega, bromeando acerca de su edad.
La historia de los indios brasileños es trágica ya que, según se estima, la población indígena decayó a unos 350.000 de los 6 millones que había en tierra brasileña en 1500, cuando llegaron los portugueses. Sin embargo, durante las últimas dos décadas se ha producido una recuperación gradual de la población indígena, principalmente gracias a la mejor atención médica.
La tribu de Aritana es uno de esos casos. Ahora, 12 casas se alzan en un círculo alrededor de un área del tamaño de dos canchas de fútbol, cuyo suelo es duro y polvoriento durante la estación de sequía. Construidos con ramas largas y arqueadas, con paja por fuera y de la misma altura que un edificio de tres pisos, estas cabañas con forma de montículo se parecen a ballenas varadas. Los yawalapitis pasan la mayor parte del tiempo en las cabañas o cerca, siempre que no estén pescando o recogiendo mandioca.
En la década del 40, la llegada de los hermanos Villas Boas, los más famosos indigenistas de Brasil, inició el renacimiento de la tribu yawalapiti. El principal logro de los Villas Boas, que significó una nominación al premio Nobel, fue la creación, a principios de la década del 60, del Parque Indígena Xingu, que dio a 17 tribus el derecho a ocupar sus tierras ancestrales. El parque, con una extensión de más de 2 millones de hectáreas, es apenas más pequeño que Bélgica.
En este oasis de bosques tropicales, interrumpidos por árboles típicos de la sabana, pasturas, ríos, lagos y pantanos, viven los yawalapitis junto con otras tribus, cuya población se estima en 4000 personas. En el parque merodean los jaguares, los peces se apiñan en los ríos y los guacamayos revolotean cerca de las chozas.
Aritana dice que los Villas Boas llegaron por el río y encontraron primero a los kalapalos, otra tribu del Xingu.
“No sé cómo Orlando Villas Boas supo de los yawalapitis, pero creo que el nombre estaba en el libro del hombre blanco”, dice Aritana.
La noticia de la llegada de los Villas Boas llegó hasta otra tribu del Xingu, los kuikurus, con los que vivía en ese momento Kanato, el padre de Aritana. Los Villas Boas finalmente encontraron a Kanato y se dispusieron a reconstruir su tribu, que había abandonado la aldea y se había dispersado para sobrevivir con otras tribus.
Uno de los ancianos de la tribu recordaba que la aldea yawalapiti se alzaba en un claro cerca del río Tuatuari. “Y después, cuando el resto de los yawalapitis supo que mi padre estaba aquí con el hombre blanco, empezaron a aparecer uno a uno –prosigue Aritana–. Empezaron a construir la aldea y a plantar mandioca.” En esa época nació Aritana. En una entrevista, Orlando Villas Boas, el hermano que sobrevive y tiene hoy cerca de 90 años, recuerda que Aritana “nació con aspecto de jefe. Es un indio formidable”.
Aritana necesitó todas sus cualidades cuando su tribu en crecimiento debió enfrentar grandes desafíos, cuando el hombre blanco abrió la frontera central de Brasil, trayendo granjas, incendios forestales, talas ilegales y enfermedades que los indios no padecían anteriormente. Esa proximidad definió la lucha de Aritana desde que fue designado jefe en 1986.
“Visité a muchos parientes de otras tribus, fuera del Xingu, y he visto que allí ya no conservan sus culturas –dice Aritana, que tiene dos esposas y nueve hijos, y recibió una educación rígidamente tradicional destinada a prepararlo para la jefatura–. El hombre blanco dominó todo, acabó con esas culturas. Mi lucha es para que no olvidemos nuestra historia."
Cinco años atrás, las otras tribus del Xingu acordaron unánimemente designarlo jefe, algo sin precedente en la política indígena. Al principio, los yawalapitis se casaron con mujeres de otras aldeas, que traían con ellas diferentes influencias. Hoy se hablan en la aldea más de diez lenguas.
La educación de Aritana incluyó un período de cinco años de aislamiento, en el que los jóvenes (varones y mujeres) no pueden abandonar la semipenumbra de sus chozas. En el caso de los hombres, esta etapa incluye una dieta especial: deben ingerir ciertas raíces para fortificar sus músculos, una mezcla que, según se sabe hoy, puede resultar letal.
“Antes había mucha disciplina. Hoy nadie está asilado, todo el mundo es libre", dice el jefe.
Pero la visión de Aritana rindió frutos: de no ser por alguna bicicleta ocasional, las visitas sanitarias y los botes pesqueros con motor fuera de borda, el estilo de vida de los yawalapitis no ha cambiado en mil años. Los yawalapitis se levantan antes del amanecer, se bañan en el río como lo han hecho siempre y las mujeres llevan a la aldea cántaros de agua sobre la cabeza. Después, los jóvenes van a pescar y las mujeres preparan el pan de mandioca que acompaña todas las comidas. El pescado se hierve o se asa al aire libre y se come con la mano. Las familias multigeneracionales comparten las chozas, donde todos duermen en hamacas. Los yawalapitis festejan con entusiasmo sus fiestas y tradiciones, incluyendo la pintura ritual antes del festival más importante, el Kuarup.
La ceremonia conmemora la muerte de un miembro de la familia del jefe y se realiza al final del duelo, cuando el espíritu asciende a los cielos. Ahora, el Kuarup será por Kanato, padre de Aritana, muerto el año último.
Desnudos salvo por el tocado de plumas, pintados desde el cuello hasta el tobillo y con un cinturón con borlas cubriendo los genitales, hombres y mujeres de la tribu practican la danza del Kuarup.
Aunque el padre de Aritana le traspasó el poder mucho antes de morir, siempre estuvo allí para guiarlo. “Me siento solo sin mi padre. Su muerte dejó sobre mi espalda todo el peso del poder.”





