Un placer
Verónica Zuberbuhler, 44 locales y una marca para los sentidos, VZ
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El de Verónica Zuberbuhler (de 45 años) es de esos casos que vale la pena contar. No estudió y siempre trabajó. Y le fue tan bien que se convirtió en una de las grandes empresarias del mercado de la belleza argentina: VZ. Hoy tiene 44 locales y exporta a Chile, Guatemala y Panamá. Todo un recorrido que empezó en los años 80, casi por casualidad, cuando tenía una agencia de modelos y se le ocurrió, junto a unos clientes de su agencia, hacer una mousse de manzana para el pelo con manzana: Lipstick.
"Hicimos diez mil unidades para probar y las vendimos en un trimestre. Eramos dos creativos, duramos diez años juntos, pero ninguno era numerólogo ... ¡No sé cómo hicimos para ganar guita! Nos agarró el tequila y nos mató...", dice, sincera, mientras toma un café y cuenta toda su historia.
-Pero ahora te va muy bien...
-¡Es que ahora tengo un marido numerólogo! Yo soy creativa, pero muy volada. Sólo estudié diseño gráfico por este laburo: las agencias gráficas me estafaban. Después me enamoré de Rodolfo, mi marido actual... Y cerré un año. La gente me preguntaba: "¿A qué te dedicás?" Y nada, no hacía nada, era muy insegura. Hasta que mi prima me llamó de Estados Unidos y me dijo: "¡Vos tenés que sacar tu marca. Todas las empresas americanas está sacando sus líneas de cosmética!"
-¿Y qué pasó?
-Fui a ver de qué se trataba. Las apuestas de Gap y de Banana Republic eran increíbles, pero yo no tenía plata para hacerlas... Busqué las empresas argentinas que tenían una gran cantidad de locales para ofrecerles un desarrollo. Y elegí Vitamina, y arrancamos con la línea de belleza.
-¿Cuándo abriste el primer local VZ?
-Hace como ocho años. Empecé con el local del Patio Bullrich, después de que cerró Vitamina. Estos tres últimos años fueron un disparate en crecimiento. Tenemos un promedio de cuatro pedidos de franquicias por día.
-¿Cuál la fórmula secreta?
-Es un mix. Es un buen producto, con un muy buen packaging, a un precio increíble: la combinación cierra por todos lados. No vendo productos que prometan algo. No hago antiarrugas ni cosas complicadas. Lo mío es la suma de varias cosas que dan placer: el olor es rico; el pack es lindo; la textura es suave. Es un mimo. Es placer para los sentidos. Yo creo en eso. Uno está bien cuando está bien consigo mismo. ¡No hay producto que te pongas que te pueda cambiar! Creo que todo depende de uno.
-¿Qué es lo que más se vende?
-Las cremas. La gente tiene una obsesión por estar hidratada. Es un momento en el que la ropa es cara y comprarte un suéter o un pantalón, para algunos más y para otros menos, es un esfuerzo. Pero comprarte un producto lindo y por 10 pesos... Es un placer a buen precio.
-¿Qué peso tiene el packaging?
-Un montón. Antes la gente compraba más para regalar, pero esa tendencia se revirtió: el 70% de la gente que compra lo hace para consumo propio.
-¿Cómo es tu público?
-Muy variado. Está la mujer de 30, que compra la línea blanca. Las más grandes compran la línea rosa, jazmín y gardenia. Y otras que buscan productos para chicos...
-Vos elegís las fragancias...
-Hago de todo: viajo por el mundo, a China, Hong Kong, Tailandia... centros de tendencia de aceites esenciales, aceites para masajes, máscaras para la cara... De Londres sacamos el concepto de productos gourmet. Y después se puso de moda. Hay una tendencia de cookies , caramelos, champagne...
-¿Y a la gente le gusta tener olor a champagne, a galletita?
-Le encanta. Es raro. Yo no hacía productos con olor a vainilla; la odiaba. Y los tuve que hacer: es la segunda línea entre las más vendidas. La primera es water melon . Ahora sacamos la línea de coco. También hay chocolate...
-¿Y vas cambiando?
-Hay líneas que son básicas, que están siempre, y otras que tienen que ver con la tendencia. Las que son realmente exitosas se convierten en líneas estables, como el caso de la de vainilla. La clienta me facilita mucho qué hacer. Recibo tantos e-mails diciéndome Esto está bien, esto está mal, hacé esto... Ellas deciden.
-¿Tenés competencia en la Argentina?
-En un momento sí. Hoy, no.
-¿Trabajás para otras marcas?
-Ya no. Sólo laburo para Mimo &Co., porque me quedé muy encariñada con la marca. Hay muchas firmas que nos llaman, pero tendría que armar un departamento especial. Hago un lanzamiento cada 25 días, con un mínimo de seis a ocho productos, y hoy no me da el equipo para ocuparme de otras marcas.
-¿Qué te gustaría hacer?
-Soy ciclotímica. Estoy en plena crisis de los 40. Trabajo desde los 16 años, tengo ganas de disfrutar la vida. Y otras veces me agarra la adrenalina y me sobran ideas, pero me falta capacidad para concretarlas...
-¿Es fácil tener una empresa en la Argentina?
-Es complicado. Ya los shoppings son difíciles. Un local a la calle es peligroso... Hay que poner seguridad.
-¿Exportar es buen negocio?
-Sí. Te pagan en dólares. La responsabilidad no es tuya. Es más fácil registrar los productos. Pero en Perú es muy difícil. Acá, Salud Pública testea todo. Nosotros los chequeamos con las clientas antes de sacarlos. Se complica cuando hay que registrar productos que prometen algo. Esos son más difíciles: anticelulíticos, antiarrugas...
-Es que es difícil sacar las arrugas. ..
-Sí, muy difícil. Para que una arruga se mejore un poco (no creo que se vayan), los mejores productos son los que te da el dermatólogo o la cosmetóloga. Tienen un porcentaje de activos más alto.
-¿Qué te gustaría lanzar?
-Una línea erótica... pero las clientas no quieren. Y mi marido tampoco. Esto es un negocio, tengo que aceptar que me tengo que regir por el mercado.
-¿Lo último?
-Una línea de tres fragancias para distintos tipos de hombre. Nos agobiaron el año pasado. Quieren algo exclusivamente para ellos. Está creciendo la demanda (hoy representan un 20%). Piden antiarrugas, exfoliantes... productos más sofisticados que un after-shave y una colonia. Se cuidan un montón los chichis.
-¿Cómo te definirías?
-Soy una creativa con mucha suerte. No, no soy empresaria. No me gusta echar a la gente, me encariño mucho. Cuando empezás a crecer, deja de ser copado. En el nivel creativo, te empiezan a cortar las alas, porque algo no es comercial. En el nivel humano, hay tanta gente que se me va de las manos y ya no conozco todos los nombres... Es difícil, pero se pueden hacer cosas en la Argentina. Yo soy un buen ejemplo.

