
14, 26, 27: dos hipótesis y una conclusión preliminar
Entre las muchas cosas que el Gobierno debe revisar, la comunicación es crucial; fue un mérito haber reinstalado al país en la agenda económica internacional, pero nada es para siempre y la realidad, mucho más enrevesada
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“Lo que ocurra a partir del 27 es tan importante o más que el resultado del 26, aunque buena parte del futuro puede quedar definido el 14”. Entre lacónico y esperanzado, este experimentado inversor europeo considera también que los activos argentinos fueron demasiado castigados y que predomina cierto fatalismo respecto del país. “Incluso en la prensa especializada del exterior”, agrega. Entre las múltiples cosas que el Gobierno está obligado a revisar, la comunicación tiene un lugar privilegiado. “Nadie defiende a tu país en esta ciudad… muchas figuras del Partido Demócrata utilizan el renovado apoyo a la Argentina para castigar a Trump en medio de la polémica por los recortes presupuestarios y por el cierre del gobierno, sin que nadie recuerde favores muy generosos de gobiernos previos y hasta las excelentes relaciones que Milei entabló con la administración Biden”, afirma un conocido diplomático ya retirado, una de las voces más escuchadas en los círculos de poder de la capital norteamericana, donde esta semana estuvo trabajando el equipo económico, liderado por Luis “Toto” Caputo para concretar el nuevo paquete de ayuda cuyos detalles se conocerán el próximo martes.
Fue un mérito no menor haber rápidamente reinstalado al país en la agenda económica internacional, en parte gracias a las excentricidades típicas de la campaña libertaria, como la ya famosa motosierra. Pero nada es para siempre y esos símbolos quedaron desplazados por una realidad mucho más enrevesada e inasible de lo que algunos imaginaban. “Implementar correcta y coherentemente los planes de estabilización, más aún los programas de reformas estructurales, es siempre más difícil que anunciarlos o dar los primeros pasos”, afirmaban hace casi cuatro décadas Stephen Haggard y Robert Kaufman, dos de los principales estudiosos de estos procesos.
De eso podrá dar fe el gobierno libertario, que parece haber perdido la brújula en términos comunicacionales. Existe un consenso: el acto de comienzos de semana en el Movistar Arena fue concebido a partir de una hipótesis diferente respecto del curso de los acontecimientos, a punto tal que el nuevo libro del presidente se titula La construcción del milagro. Por algo hay un dicho que dice “no cantar victoria antes de tiempo”… De todas maneras, Agustín Laje, el más pulido de los intelectuales orgánicos libertarios, reconoció que la base dura de ese espacio necesitaba un mensaje claro para volver a entusiasmarse luego de una sucesión casi infinita de errores no forzados y escándalos agrandados por una inusual combinación de impericia e inexperiencia.
En muy poco tiempo, el oficialismo perdió la capacidad de dominar la conversación pública. Tampoco es capaz de enfatizar logros muy significativos que hasta hace poco mostraba con orgullo y que son responsabilidad de la sociedad en su conjunto, como la reversión del desastre fiscal. ¿Será que el súbito estancamiento (tal vez se trata a esta altura de una atenuada recesión, pues hay evidencia preliminar que apunta a que llevamos dos trimestres continuos de crecimiento negativo) que sufrimos desplazó la sensación de alivio que había generado el proceso de desinflación hasta mediados de este año? La Argentina ya sufrió una licuación del acuerdo proestabilidad macroeconómica hacia finales de la década de 1990, como consecuencia de una larga recesión que precipitó el fin de un régimen de convertibilidad, valorado por un enorme segmento de la ciudadanía. Pero el aumento del desempleo, la falta de perspectivas y una crisis política que rápidamente se convirtió en vacío de poder crearon el clima ideal para que se disparara la enorme crisis de finales de 2001, cuyas costosísimas consecuencias aún procesamos. Una preocupación similar se extiende en esta coyuntura. ¿Continúa un apoyo mayoritario a la estabilidad macroeconómica, al margen del sacrificio que implica, o como consecuencia de la fatiga que esto hizo acumular, más la dura coyuntura actual y el desgaste y los escándalos del oficialismo, se modificaron las preferencias subyacentes de los argentinos? Las urnas tendrán la respuesta el próximo domingo 26.
Al margen de estas consideraciones, la campaña electoral es mucho más improvisada, anodina e insustancial que de costumbre, lo que no es poco decir. Esto debilita el intercambio de ideas respecto de las principales demandas de la sociedad y profundiza la amplia brecha respecto del conjunto del sistema político. Estudios recientes sobre la atención o el interés de los ciudadanos durante las campañas electorales sugieren que las últimas dos semanas y en especial los días previos a los comicios son cruciales para orientar o fidelizar el voto de una masa importante de electores (¿podría en este caso llegar al 25%?), sobre todo aquellos que tienen preferencias lábiles o son indecisos. Si este fuera el caso, la elección estaría aún por definirse y lo que ocurra en la próxima quincena podría ser determinante.
Al respecto, predominan dos hipótesis. Por un lado, están quienes argumentan que “la suerte está echada”: LLA sufrió una merma irremontable en términos de intención de voto, consistente con la caída de confianza en el Gobierno (recordar los valores del ICG de la UTDT en los últimos dos meses) y las expectativas económicas, que se deterioraron muchísimo. El Gobierno lograría imponerse solo en cuatro distritos (CABA, Chaco, Entre Ríos y Mendoza), gracias a sus acuerdos con los gobiernos locales, pero perdería tanto en términos de votos como de asientos en ambas cámaras con Fuerza Patria (que tiene la ventaja de renovar los diputados que ingresaron en 2021, cuando el por entonces Frente de Todos hizo una mala elección). Los libertarios no llegarían al deseado tercio propio de votos, aun cuando se constituyan en la segunda minoría en ese cuerpo.
En contraste, una visión mucho más optimista se basa en que, si bien es cierto que LLA ganaría pocas provincias, haría muy buenas elecciones tanto en Córdoba como en Santa Fe e, incluso, acotaría la distancia respecto del peronismo en relación con la dura derrota del 7 de septiembre pasado en territorio bonaerense. ¿Las razones? La boleta única de papel, el peso de los intendentes (que ya resolvieron los equilibrios de poder en sus concejos deliberantes) y la posibilidad de recuperar parte del voto moderado con un candidato más “blando” y conocido por el exvotante de JxC como Diego Santilli. Asimismo, el eventual anuncio del paquete de ayuda por parte de los Estados Unidos le daría al Gobierno el empuje y la energía necesaria para galvanizar la elección y quitar peso a las terceras fuerzas moderadas contra las que compite. Considerando el resultado de la segunda vuelta de 2023, el oficialismo pierde apoyo dado el atractivo de candidatos como Ricardo López Murphy, Martín Lousteau/Graciela Ocaña o Sergio Abrevaya/Facundo Manes en CABA, María Eugenia Talerico o Florencio Randazzo en provincia de Buenos Aires, Juan Schiaretti en Córdoba y Gisela Scaglia en Santa Fe, pero esto podría acotarse si se instala una “ola de optimismo” sobre el final de esta gris campaña.
Al margen del resultado de los comicios, la clave está en cómo sean interpretados por el mercado y en la capacidad del Gobierno de reinventarse y demostrar que, con flexibilidad, pragmatismo y sentido común, puede lograr los consensos políticos y sociales para avanzar con un plan de estabilización mejor diseñado y, al menos, con las reformas tributaria y laboral. Puede haber victorias pírricas, como la de Macri en 2017. O derrotas como las de Clinton en 1994 u Obama en 2010, que derivaron en cambios de agenda, estilos y equipos que facilitaron sus respectivas reelecciones. Milei ya pagó un precio demasiado caro por aferrarse al hiperpresidencialismo y, por querer ir por todo, estuvo a punto de poner en riesgo la gobernabilidad. Ojalá haya aprendido la lección.




