
Acoso sexual: cuando el arrepentimiento tiene sabor a insulto
¿Qué motiva a las víctimas de acoso sexual relatar lo que les ocurrió en el pasado? ¿Qué las lleva a exponerse de tal forma? ¿Por qué lo hacen y qué necesidad tienen de hacerlo?
Estas preguntas no son inocentes, menos aún las posibles respuestas.
Del lado de quienes no comprenden o no quieren comprender la magnitud del daño que generan los delitos contra la integridad sexual y sus consecuencias en la trayectoria de vida de las personas, pueden llegar a pensar que las “supuestas” víctimas decidieron “complotarse” en contra de una persona con la esperanza de obtener un rédito económico, profesional o social a cambio. Ya sea por venganza, interés, son ellas las culpables.
Quienes están más sensibilizados con el arrasamiento que implica haber sufrido este tipo de violencias, saben que según ONU Mujeres una de cada tres adultas en el mundo fueron víctimas de acoso o abuso sexual en su vida. También saben que las victimas hablan cuando pueden, no cuando quieren y que no mienten cuando hablan de acoso sexual.
Los que están sensibilizados también saben que exponerse públicamente es el último recurso frente a la impunidad que genera el silencio y que está garantizada por leyes que al no implementarse son escudos de papel y que una justicia que llega tarde, no protege y ni repara.
Las víctimas que se animan a romper el silencio lo hacen con la misma dosis de temor y coraje, con la esperanza de obtener algún tipo de reparación, empezando por tratar de lograr que el agresor que ellas padecieron no se cobre más víctimas. Romper el silencio no es fácil: en toda situación de abuso hay una asimetría de poder que el agresor hace valer, especialmente cuando sucede en el ámbito laboral y la víctima necesita poder sostener su reputación, trayectoria y fuente de ingreso.
¿Cómo sigue la historia que estamos acostumbrados a leer? En la mayoría de los casos, sabemos que el agresor invierte el relato y se presenta como víctima de loa/s denunciantes; que son lo/as fabuladore/as, despechado/as, resentido/as que inventaron una falsa denuncia. Cuando eso no alcanza o no es posible desmentir a la víctima, se las responsabiliza del hecho…y hasta se les pregunta qué estaban haciendo para merecerlo y por qué no lo evitaron…
La historia es conocida y si bien las mujeres tienen cinco veces más probabilidades de ser víctimas, el abuso no distingue géneros: hay tantas Thelma Fardin como Lucas Benvenuto como estemos dispuestos a escuchar. El acoso sexual laboral es moneda frecuente e invisibilizada. Hasta ahí lo que es de manual.
Ahora, ¿qué pasa cuando el agresor reconoce que es verdad lo denunciado? Channn.
¿Entonces no están locas? ¿No son mentirosas? No se confabularon? ¿Es verdad lo que dicen? ¡Parece entonces que estamos frente a una rara avis: un agresor asume públicamente la culpa y su responsabilidad! En un país como el nuestro, lo inédito está a la orden del día, así que, ¿por qué no creerle?
Entonces cuando estamos por alegrarnos…escuchamos con atención lo que nos está diciendo… ¡Es verdad lo que dicen de mí!, ¡pero ojo que el culpable es mi yo del pasado, no mi yo del presente! Hasta tal punto me “rescaté”, que me solidarizo con mis víctimas y mi yo del futuro será un “cruzado” en la lucha contra mis “otros yo del pasado”…
Si me hubieran denunciado ayer, era culpable, pero hoy no sólo lo reconozco, sino que soy su aliado... ¿Quién no quisiera creer que hay gente que de verdad se arrepiente? ¿Que de verdad son capaces de sentir culpa, remordimiento y tener conciencia del daño generado y que genuinamente quieren hacerse cargo de sus actos y repararlos?
Las estadísticas dicen que estos casos, son gratas excepciones de realidad. Pero lo que nos dicen los datos y la experiencia es que los que de verdad se arrepienten, empiezan por hacerse cargo del hecho desde el primer momento, piden disculpas inmediatamente y se ponen a disposición de la justicia, se hacen cargo de los daños y perjuicios generados. No empiezan por tratar de desacreditar a las víctimas y cuando eso no funciona “tuitean” una disculpa.
Esta “epifanía” es difícil de creer cuando hasta la semana pasada negaba los hechos denunciados y culpabilizaba a las mismas víctimas a las que hoy quiere ayudar… Se ve que su yo del pasado no es tan lejano en el tiempo como parece…
Las formas tampoco son inocentes. ¿Convocó a una conferencia de prensa para dar la cara frente a sus pares como lo hicieron sus víctimas? ¿O solo se limitó a leer un mensaje de un minuto y medio en las redes? ¿La “epifanía” fue tan abrumadora que ni siquiera valió el esfuerzo de aprenderse de memoria las disculpas?
Ojalá este caso nos sirva para que seamos cada vez más los que decimos basta a la violencia sexual en todos los ámbitos. Ojalá entendamos el enorme poder de transformación social que reside en cada uno de nosotros. Sólo con nuestra reacción individual tenemos el poder de modificar las normas y valores sociales que invisibilizan, minimizan y por ende la permiten la violencia… o no.
Apuesto a las conciencias del presente de los lectores, para que entre todos construyamos una sociedad que no permita este tipo de violaciones a los derechos humanos. Y si no alcanza, apelo a sus conciencias de sus yo del futuro…
Pero espero que a ninguno nos tome desprevenidos, ni ahora ni nunca, los discursos de “arrepentimiento” con sabor a insulto. Ese tipo de actos constituyen la otra cara de la misma moneda que silencia, minimiza e invisibiliza el acoso sexual.
Directora Red por la Infancia
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