Antes de entrar, dejen salir
Quizá se equivocó José Ignacio García Hamilton cuando quiso presentar su biografía novelada de Simón Bolívar en La Habana, en lugar de hacerlo en Caracas. ¡Para Bolívar, yo!, habrá dicho Fidel Castro, que lleva 47 años en el poder. Pensar que el pobre Libertador sólo fue presidente 11 años y la mayor parte de ellos estuvo tan ocupado en guerras, campañas y enfermedades que se le pasaron en un suspiro.
Fidel Castro tuvo tiempo para enterarse de lo peligrosas que pueden ser las visitas de escritores. Ya en vida de Lenin, la URSS invitaba a escritores de todo el mundo para que, con los gastos pagos, descubrieran el paraíso de los trabajadores. Les mostraban los progresos del país y después esperaban escritos laudatorios. Pero algunos escritores, con tal de juntar dos adjetivos brillantes, son capaces de todo y entre ellos no falta quien muerde la mano que le dio de desayunar. Andre Gide por ejemplo: lo invitaron a Rusia en 1936 y cuando volvió a París se descolgó con su Retour a l’URSS, un libro que pintaba con crudeza el terror soviético.
Con los escritores nunca se sabe. Francisco Franco, por ejemplo, nunca le abrió la frontera a aquel grupo de parisienses de gauche: Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Yves Montand, etc. Por si las moscas, pensaba el cazurro gallego, aunque no creo que hubiera leído a Sartre. ¿Habrá leido Fidel Castro, un hijo de gallegos-, la vida de Bolívar que José Ignacio García Hamilton pretendía presentar en La Habana?
Así pues, García Hamilton, no puede entrar y la doctora Hilda Molina, esa cubana con nietos argentinos, no puede salir. Quizá sea mejor así, porque si alguien se va sin permiso puede contar cosas que vio, y si entra sin que lo llamen, puede mirar lo que no debe. Por ejemplo, cierto lugar llamado Guantánamo, una provincia del sudeste de Cuba en la que los Estados Unidos tienen una base militar y el Estado cubano una cárcel en la cual están encerrados algunos de los disidentes. Para los Estados Unidos, "sus" presos son peligrosos terroristas y para el Estado cubano, "sus" presos son delincuentes que han atentado contra el orden legal. Según denuncias de la prensa norteamericana, en la base militar de los Estados Unidos, en Guantánamo, se tortura. ¿Y en la cárcel cubana de Guantánamo? No lo sabemos porque en Cuba la prensa no habla de esto, y la Comisión de Derechos Humanos de la ONU no puede entrar a mirar. Ahora, José Ignacio García Hamilton, que quería entrar, deberá mirar Cuba de afuera, como los funcionarios de la ONU.
En Guantánamo hay dos prisiones, una está adentro de la base militar y otra en Cuba misma; no es la única cosa que comparten Cuba y Estados Unidos. También son los únicos países de América en los que rige la pena de muerte. En EE.UU. sucede en numerosos estados, en especial en el Texas de George Bush, aunque a veces algún médico se niega a pinchar al reo, alegando que la inyección letal, además de matar, tortura. En Cuba se la aplicó por última vez a tres cubanos que, como no tenían permiso para salir, asaltaron un catamarán allá por abril de 2003.
A los Estados Unidos quieren entrar miles de mexicanos que se sumergen en el río Bravo dispuestos a mojarse no ya las espaldas sino hasta el alma. De Cuba salen cuando pueden los balseros que prefieren las dentelladas de los tiburones a las brisas dulces del Malecón. Pero a los Estados Unidos no se puede entrar así como así. Por lo que recuerdo, la última vez que pedí una visa en el consulado de los Estados Unidos de América, tuve que contestar un interrogatorio sobre hechos íntimos de mi pasado, como por ejemplo si alguna vez profesé ideas subversivas. Así pues, para entrar a Cuba y para entrar a los Estados Unidos hay que pedir permiso.
Ahora también hay que pedir permiso para entrar en la Argentina por los puentes que cruzan el río Uruguay. Y para salir. Díganlo los camioneros argentinos, chilenos y uruguayos que están varados en las cabeceras de los puentes. Acababa de escribir esto cuando leí en un matutino de Buenos Aires que los motivos por los cuales Cuba no dejó entrar a José Ignacio García Hamilton no serían los celos, en relación al culto bolivariano. Al autor de Vida de un ausente le tocaron la chicharra porque sospecharon que Estados Unidos le pagó el pasaje.
Se trata de una de las tantas aplicaciones de ese pensamiento binario que nos legaron las religiones monoteístas y que campea hoy en todas partes, a pesar de que Kant desmontó su lógica hace dos siglos. Se lo puede traducir en esta frase tan de actualidad: el que no está conmigo, está contra mí.
El mundo cada vez marcha más rápido, pero sigue siendo tan complicado como siempre ¿O más? Por eso hay que ir aclarando todo, una y otra vez. He aquí algunos pequeños ejemplos de esa peste maniquea: si te gustó Secreto en la montaña sos gay; si Secreto en la montaña te pareció un bodrio, sos homófobo; si estás en contra de la contaminación de los ríos, tenés que estar a favor de la clausura de los puentes; si te parece que Aníbal Ibarra cometió mal (¡pésimo!) desempeño de sus funciones al tolerar actos de corrupción gravísimos que costaron 200 vidas y pusieron en riesgo a todos los habitantes de la ciudad, sos golpista (ni siquiera macrista).
Esta manera de pensar es muy vieja. Hace medio siglo, la persona de izquierda que se manifestaba contra el stalinismo era acusada de cómplice objetivo del imperialismo.
La resistencia a todo agente contaminante es justa, pero el Estado argentino, a lo largo de estos años, consintió que se vertieran todo tipo de miasmas en el río Paraná –para no hablar del Riachuelo de Buenos Aires–. Permitir a un grupo, a cualquier grupo, por atinadas que sean sus razones, que clausure fronteras, es dimitir de una facultad que la sociedad delegó intransferiblemente en el Estado. ¿Cuál es el siguiente paso? ¿La justicia privada?
Si tenemos como sociedad el derecho de resistir a quien contamina, también tenemos el de defender el Mercosur, que no es una idea circunstancial sino el primer paso hacia la auténtica utopía bolivariana.
El Mercosur, como avance de la unidad continental, no es el retórico vocerío chavista sino una construcción tenaz y de largo aliento. También creo que Tabaré Vázquez (Frente Amplio) encabeza, como Michele BachelIet (Partido Socialista de Chile), y como Lula (Partido de los Trabajadores), maduros proyectos políticos que han llegado a gobernar sus países tras larga marcha: treinta y cinco años en el Uruguay, casi un siglo en Chile, veintiséis años en Brasil.
Se opine lo que se opine de ellos, no hay improvisaciones en sus dirigentes. Por lo tanto, que la Argentina torpedee el corazón del Frente Amplio, y lo haga en función de paranoias personales y especulaciones políticas –"que sea él el primero que pida…"– es peor que un horror, es un error. ¿O acaso no es hacer el juego a la derecha, como acusa el gobierno a ciertos contradictores? ¿Eso es bolivarismo?
Antes de entrar, dejen salir, tituló a una de sus piezas Oscar Viale. Una idea que expresa, con el poder de síntesis del recordado autor, un principio elemental de la vida en sociedad que sirve tanto para viajar en subte como para presidir un país.
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