Argentina, ahorro e inversión: ¿todo bien o algo mal?
A partir de 1991, y con la excepción de 1995, la participación de la inversión en el PBI se ha incrementado constantemente, hasta alcanzar, en 1997, un nivel superior al 25% a precios constantes. Teniendo en cuenta la evolución de los precios relativos en estos años y el hecho de que cerca de la mitad de la inversión se realiza en bienes comerciables internacionalmente, no sorprende que, medida a precios corrientes, la inversión represente, en cambio, apenas el 21% del PBI.
Si bien para analizar la evolución de la inversión es correcto considerarla a precios constantes, para una comparación internacional parece más adecuado utilizar los valores a precios corrientes. El motivo es que a mediados de los años 80 (los valores constantes se refieren a 1986) los precios de los bienes de capital en la Argentina eran seguramente superiores a los vigentes en la mayoría de los países, en especial aquellos más abiertos al movimiento de bienes. De esta forma, aun después del significativo crecimiento de la inversión en la década del 90, el nivel alcanzado es todavía relativamente bajo desde la perspectiva internacional.
Paralelamente, se produjo en los últimos años un importante cambio en la composición de la inversión. En primer término, hubo una reducción de la participación de la inversión en construcciones y, consecuentemente, un aumento de la inversión en maquinaria y equipo. Esta relación era 2/3 para construcciones y 1/3 para maquinaria en la década del 80, en tanto que, actualmente, ambas participaciones son similares. En la medida en que es razonable esperar, con la notable excepción de una eficiente infraestructura económica, un mayor impacto de la inversión en maquinaria sobre la capacidad productiva, este cambio debe evaluarse de manera positiva, dado que implica una reducción del esfuerzo necesario para crecer, en términos de los recursos que deben distraerse del consumo para financiar la inversión. A su vez, este aumento de la participación de la inversión en maquinaria fue capturado totalmente por aquella de origen importado, la que pasó de representar menos del 10% de la inversión total a un 30% en la actualidad.
De esta forma, puede argumentarse que el efecto positivo del aumento de la tasa de inversión ha sido potenciado por los cambios verificados en su composición. Algo similar puede decirse del aumento de la participación de la inversión privada, en particular la asociada a la prestación de servicios, aunque en este caso, dependiendo del sector, esta mayor eficiencia no siempre se ha trasladado a los usuarios, transformándose muchas veces, en cambio, en una mayor renta de los prestadores de dichos servicios.
Impacto externo
Obviamente, este aumento de la inversión de origen importado ha repercutido en las cuentas externas. En este sentido, desde el Gobierno se insiste en que el fortísimo aumento que experimentaron las importaciones y el déficit comercial no deben ser motivo de preocupación, dado que ambos están generados por un aumento de la importación de bienes de capital o sus partes y piezas; ello generaría automáticamente su capacidad de repago al incrementar la capacidad productiva.
Aunque este argumento tiene elementos correctos, cabe realizar al respecto algunos comentarios. En primer lugar, el aumento de importaciones es bastante más general que el relacionado con los bienes de capital. En segundo término, el incremento en la importación de bienes de capital no ha significado un aumento proporcional en la capacidad de la economía para producir más bienes, ya que parte de ese flujo era cubierto antes con maquinaria de origen nacional.
Por otro lado, no toda la maquinaria que se importa se aplica a la producción de bienes, ni todos los bienes que se producen son comerciables internacionalmente. Esto implica que, en el corto plazo, el aumento de la capacidad productiva no es equivalente al aumento de la capacidad de generar divisas por medio de las exportaciones. Desde este punto de vista, no es lo mismo que la importación de maquinaria se dirija a sectores productores de bienes transables a que se destine a la producción de bienes que se comercian en el mercado local o a la producción de servicios. Aunque en el largo plazo las ganancias de eficiencia se derraman a toda la economía, independientemente del sector donde se hayan generado, el tiempo requerido para que esto ocurra no tiene por qué coincidir con el que demande el cierre de las cuentas externas.
En este punto, conviene detenernos a analizar la composición de las importaciones de bienes de capital y sus partes y piezas. En la actualidad, ambos rubros representan en conjunto más del 40% de las importaciones totales, pero alrededor de una quinta parte de estas importaciones (8,2% de las importaciones totales) corresponde a partes y piezas para la industria automotriz y, por lo tanto, constituye -en su mayor parte- una importación de insumos para dicha industria, fundamentalmente productora de bienes de consumo.
Por otro lado, la imputación de algunos de los bienes importados a la categoría de bienes de capital es una cuestión bastante discutible. A modo de ejemplo puede señalarse, entre otros, el caso de los videograbadores, los teléfonos, las computadoras personales, los motores eléctricos de baja potencia o el caso de los "recipientes para líquidos de menos de 300 litros de capacidad", que comprenden a pequeños envases (botellas) para la industria productora de bebidas.
Más allá de los errores de asignación señalados precedentemente, queda pendiente la cuestión, que comentáramos anteriormente, acerca del destino de la maquinaria importada. Aunque no es nuestra intención realizar aquí un análisis pormenorizado, es evidente que una parte significativa de la misma corresponde a equipamiento propio de la producción de servicios. Si tomamos la clasificación que realiza el Ministerio de Economía sobre el destino de los bienes de capital, vemos que en 1997 apenas algo más del 35% de los bienes importados se destinó al agro, la minería o la industria.
Si bien es muy beneficioso para la economía que haya inversión en servicios, debe tenerse en cuenta que el tiempo para que esta inversión se transforme en las divisas necesarias para cubrir la deuda en que se incurrió para realizarlas no tiene por qué coincidir con los tiempos que requiera la situación del balance de pagos. Por otra parte, se requieren marcos regulatorios adecuados y/o mercados suficientemente competitivos que garanticen que los aumentos de eficiencia se trasladen a los usuarios.
Finalmente, la cuestión planteada en esta nota acerca de la asignación de la inversión y sus consecuencias sobre el balance de pagos es de la mayor importancia, si tenemos en cuenta que apenas alrededor de un tercio de los recursos necesarios para financiar el aumento de la inversión de estos años provino del ahorro nacional, mientras que los dos tercios restantes provinieron del ahorro externo. Esta situación aumenta la vulnerabilidad de nuestra economía a los shocks externos y genera zozobra cada vez que se endurecen las condiciones en los mercados internacionales de capitales.