Armas químicas y biológicas
Por Fernando Petrella Para LA NACION
En septiembre se cumplieron diez años de la Declaración de Mendoza, sobre prohibición completa de armas químicas y biológicas. Dicha declaración fue concebida por la Argentina y consensuada mediante una rápida negociación con Brasil y Chile. Fue suscripta en la ciudad argentina de Mendoza el 5 de septiembre de 1991 por el entonces canciller Guido Di Tella, y sus contrapartes de Brasil, Francisco Rezek, y Chile, Enrique Silva Cimma. Adhirieron después Bolivia, Ecuador, Paraguay y Uruguay.
En virtud de la declaración, dichos países se comprometieron a no desarrollar, producir, almacenar, transferir o utilizar armas químicas o biológicas. Además, se obligaron a formar parte de la Convención de las Naciones Unidas sobre Armas Químicas. Ecuador y la Argentina fueron los primeros que ratificaron la citada convención.
Proceso de consulta
La Declaración de Mendoza fue un éxito diplomático que, con la perspectiva de hoy, evidenció una notable anticipación sobre los acontecimientos. Fortaleció la tendencia a la transparencia y la no proliferación en momentos en que esos criterios no eran generalmente aceptados. Implicó contactos con los laboratorios farmacéuticos y un intenso proceso de consulta con países vecinos. Ese proceso se vio fuertemente apuntalado por la confianza, la amistad y el prestigio de las cancillerías.
En estos días, y dada la utilización de armas biológicas por parte de grupos terroristas, resulta útil tener presente la histórica posición de los países del Cono Sur hace diez años. Por entonces el estado de la economía argentina no era cómodo, pero la política exterior -con amplio respaldo bipartidario- se convirtió en un verdadero motor que brindó sentido de dirección al país. El diario LA NACION destacó las públicas felicitaciones de Javier Pérez de Cuéllar, de Jo‹o Clemente Baena Soares, de Bernard Aronson y del presidente de los Estados Unidos, George Bush, a la Argentina. Era embajador en Washington Carlos Ortiz de Rozas.
El interés argentino en esta delicada materia no decayó. Durante la década del 90, la cuestión de las armas químicas y biológicas adquirió angustiosa actualidad en razón del fallido proceso de verificación de las Naciones Unidas en Irak. (En seis meses Irak podía producir armas biológicas y químicas, así como utilizarlas.) Este tema fue motivo de conversaciones oficiosas a varios niveles entre la Argentina e Irak para restablecer el papel de las Naciones Unidas en ese país y respaldar las gestiones de Kofi Annan. Lamentablemente, esos esfuerzos fueron insuficientes. El bombardeo aéreo no sirvió tampoco para hacer viable ese objetivo.
Un ejemplo entre muchos
Pero lo importante es subrayar cómo países de dimensión intermedia pueden contribuir provechosamente a la agenda internacional. La Declaración de Mendoza es uno entre muchos ejemplos que registra nuestra diplomacia actual y pasada. El 5 de septiembre de 1991 es una fecha para recordar. También hay que recordar que la Declaración de Mendoza fue negociada por el entonces vicecanciller, Juan Carlos Olima, con economía de medios y mucha convicción. En similar orden de ideas, Juan Archibaldo Lanús destaca en Aquel apogeo (Emecé, 2001) la repercusión lograda por la Argentina al suscribirse el Pacto Antibélico de Carlos Saavedra Lamas, en 1933. Aquella iniciativa, como otras posteriores de claro y oportuno sentido, dieron densidad a nuestra política exterior y, consecuentemente, la interlocución necesaria para que la Argentina persiguiera exitosamente sus intereses más directos, en particular los comerciales y financieros. En las cancillerías se sabe que sin buenas políticas no se hacen buenos negocios.