Bloqueos sindicales y distopía
Cansados de regulaciones descabelladas, impuestos confiscatorios y una ideología que los consideraba explotadores y enemigos del pueblo, lenta y misteriosamente, los empresarios, emprendedores e innovadores van desapareciendo, abandonando sus fábricas, sus negocios y dejando tras de sí una sociedad empobrecida y oscura, a cargo de burócratas, sindicalistas y políticos, que no tarda en colapsar. Este es el argumento central de La rebelión de Atlas, la reconocida novela de Ayn Rand.
En nuestro país, tristemente, la realidad parece imitar la distopía. Es notorio y alarmante el éxodo de recursos humanos de gran valor competitivo, así como la emigración de empresas y empresarios que -a pesar del gobierno- creaban valor y generaban riqueza y empleo genuino.
Sería injusto juzgar a los empresarios que, finalmente, dicen sanseacabó a un país que no ha hecho otra cosa que exprimirlos como un limón y maltratarlos discursivamente desde un Estado que ha perdido casi todo el siglo XXI alargando ideas ridículas y perimidas, como la teoría de la explotación, la justicia social y el combate al capital.
Pero, afortunadamente, todavía quedan muchas empresas, sobre todo pymes, que siguen trabajando, produciendo, empleando gente y hasta animándose a soñar un futuro mejor a pesar de vivir hoy entre caníbales fiscales, buitres de la industria del juicio y no pocos funcionarios públicos a quienes la “cultura del trabajo” les resulta tan extraña como le resulta a un planero cualquiera. Asfixiados por un gobierno que considera a la respiración como un hecho imponible; obligados a pagar casi dos sueldos por la productividad de una sola persona a causa de leyes irracionales; impedidos de conseguir insumos a partir del cierre de importaciones; permanentemente amenazados por el colapso que pueden significar un par de juicios laborales; y puntualmente perseguidos por los organismos recaudadores, los entes más presentes del “Estado presente”. Tal es el contexto de las pymes en la Argentina. Y cabe agregar que estamos dejando afuera el tremendo puñetazo económico que significó la pandemia -y la reacción desproporcionada a ella-, así como los costos asociados a los pésimos servicios públicos, la falta de seguridad, la infraestructura deficiente, y otros varios males.
Que en tamaña adversidad todavía exista un sector privado tirando del carro resulta casi milagroso. En este sentido, resulta intolerable y escandaloso que además de tener que soportar todo lo dicho, los empresarios deban enfrentar también a los llamados “bloqueos sindicales”. No obstante, esto es, ni más ni menos, lo que les viene sucediendo a decenas de empresas. El angustiante caso de Lácteos Vidal, bloqueada por el gremio Atilra, es sólo uno de los hechos más reciente de una serie que se repite en todo el país.
El modus operandi de las mafias sindicales es bien conocido gracias a la lamentable proliferación de casos. Un grupo de patoteros bloquea el acceso a las empresas si no se cumplen determinadas demandas. Impiden entrar y salir mercadería, vehículos y trabajadores. Bloquean, literalmente, la actividad empresarial y laboral, con todos los costos que esto conlleva. Y, además, intimidan, amenazan, golpean y hasta apelan al uso de armas de fuego. Por ejemplo, tres balas en el frontispicio de su local fueron la advertencia a Verónica Razzini -titular de Razzini Materiales SRL- para que cese en su búsqueda de condenar a la horda sindical que bloqueó su empresa.
Razzini es también presidenta del Movimiento Empresarial Anti Bloqueos, un grupo que ha emergido para plantar cara a la mafia sindical que presiona al sector privado. Formado por hombres y mujeres de empresas de todo el país, el MEAB resulta una iniciativa de enorme valor. El grupo se viene poniendo al hombro la batalla contra la ilegalidad sindical y ya tiene como saldo positivo más de 10 dirigentes gremiales detenidos, 51 imputados y más de veinte que serán juzgados por protestas extorsivas en todo el país. Enhorabuena. Se trata de un logro inédito en un país que está acostumbrado a que los malhechores sean quienes ganen.
La receta para que construyamos un sistema que genere relativo progreso, orden y bienestar no es nueva ni demasiado compleja. Como apuntaba David Hume, el orden social se alcanza con algunas reglas básicas: respetar al prójimo, asegurar la posesión pacífica de los bienes, garantizar su transmisión por consentimiento, impedir el fraude, la violencia, y exigir el cumplimiento de la palabra empeñada. Los argentinos debemos abocarnos de una vez a desarmar el paradigma corporativista, mafioso, cortoplacista y redistribuidor de una tortita cada vez más insignificante.
En una sociedad cada vez más pobre y desesperada por puestos de trabajo genuinos, se debería estar cuidando a las empresas como si fueran hospitales durante una epidemia o arsenales durante una guerra. Nada es más estratégico para el país que dejar de fastidiar a quienes dan empleo. Ninguna tarea del Estado resulta tan prioritaria como brindar un marco de seguridad y racionalidad a las fuerzas productivas del país.
Pero las bandas mafiosas que han logrado rédito político y económico gracias a esta Argentina al margen de la ley tienen fuertes incentivos para pelear por mantener el status quo. Van a seguir dando batalla y cada palmo de reforma orientada hacia mayores grados de libertad y legalidad tendrá que vencer mucha resistencia. Por esto, iniciativas como la que llevan adelante los integrantes del Movimiento Empresarial Anti Bloqueos sirven de inspiración y ejemplo de que se puede ganar batallas a las mafias enraizadas.
La Argentina cambiará si asume que no alcanza tomar un par de medidas mágicas y ordenadoras o generar la ilusión de un consenso armónico donde todos tiren para el mismo lado. Hace falta trastocar muchas aristas del orden establecido, pisando los pies de intereses creados que darán la batalla de sus vidas por defender lo ganado. Sólo así, acaso podamos evitar que nuestro futuro se parezca a una distopía y que Ezeiza sea la única salida visible.
Director de Fundación Libertad