Brasil: cerca y lejos de Irán
A días de la visita del mandatario brasileño, Lula da Silva, a su par iraní, Mahmoud Ahmadinejad, vale la pena resaltar varios aspectos sobre las peculiaridades de la diplomacia brasileña, que en la actualidad se muestra empecinada en la defensa de la política nuclear de Irán con fines pacíficos.
El paso de Lula por Irán ocurre en momentos en que la política exterior brasileña recibe duros cuestionamientos por medios de comunicación locales e internacionales tras la última visita presidencial a Cuba y las inoportunas declaraciones del mandatario brasileño sobre la muerte del disidente Orlando Tamayo, a quien equiparó con un criminal común.
Su viaje también se da en un contexto signado por las marcadas diferencias entre Brasil y Estados Unidos; países que protagonizan fuertes disputas comerciales en el seno de la Organización Mundial de Comercio y discrepancias políticas en la región, siendo los casos más recientes marcados por el acuerdo militar entre Colombia y EE.UU. y la cuestión hondureña, donde Brasil, a diferencia del gobierno norteamericano, aún no reconoció el gobierno de Porfirio Lobo.
En la actualidad, el punto de mayor discrepancia entre ambos países gira en torno al programa nuclear de Irán, donde el gobierno de Lula mantiene una posición dialoguista, mientras que el de Obama ya agotó su paciencia y busca imponer nuevas sanciones al régimen de Teherán.
Sin embargo, un hecho extremadamente relevante ocurrió en las relaciones bilaterales de ambos gobiernos en el marco de la Cumbre Nuclear que tuvo lugar en Washington a mediados del mes pasado. Aún defendiendo la política nuclear de Irán, el gobierno brasileño firmó un importante acuerdo de cooperación militar con EE.UU. que comprende una amplia gama de aspectos que van desde la realización de ejercicios militares conjuntos hasta la adquisición de productos y servicios de defensa.
A ello se le debe agregar las recientes declaraciones del canciller brasileño, Celso Amorim, en la última Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear, donde manifestó que "si se aprueban sanciones de las Naciones Unidas [a Irán], Brasil va a respetarlas como siempre las respetó", mostrando los límites de la política exterior brasileña hacia el gobierno de Ahmadinejad.
Este fuerte gesto político de Brasil a EE.UU. en vísperas del viaje de Lula a Irán deja entrever una serie de aspectos que merecen destacarse: en un plano regional, muestra que Brasil, aún con posturas diametralmente opuestas a las estadounidenses en varios asuntos, está lejos del eje político-ideológico Caracas-Teherán, cuya alianza incondicional es motivada por un antinorteamericanismo radical.
A su vez, en un marco global, dicha óptica permite enmarcar la relación entre Brasil e Irán dentro de la característica política exterior de Lula consistente en ampliar su protagonismo mundial tejiendo relaciones diplomáticas con países aislados del sistema internacional -como Corea del Norte, donde recientemente abrió su embajada- o buscando mediar en asuntos extra-regionales, como el conflicto árabe-israelí, donde el presidente brasileño realizó una gira a comienzos de año con tal objetivo.
Una motivación particular que puede añadirse a la mediación brasileña con Irán puede encontrarse en su manifiesta búsqueda de cobrar un mayor protagonismo en el ámbito nuclear, donde a la reciente adquisición de submarinos nucleares franceses, Brasil, la sexta reserva de uranio mundial, tiene interés en exportar uranio enriquecido hacia el 2014, tal como lo manifestó su ministro de Asuntos Estratégicos, Samuel Pinheiro Guimaraes.
Ubicada en este contexto, la política de Brasil con Irán probablemente constituya la apuesta más arriesgada de la política exterior de Lula en la búsqueda de avanzar en sus objetivos políticos, con un resultado aún incierto. No obstante, algo es seguro: la alianza de Brasil con Irán tiene un componente más pragmático que ideológico.
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