Caricias censuradas
Fuimos creados para ser acariciados emocionalmente. Las caricias físicas producen un placer fisiológico (nos gusta ser tocados y tocar) y son naturales y saludables en todos los seres humanos. Está estudiado que las personas acariciadas viven más y son más felices. Las caricias traen bienestar emocional y psicológico, acrecientan la alegría, demoran el envejecimiento, fortalecen la autoestima. “La falta de expresión de afecto es un problema”, no duda en comentar el licenciado en Psicología y Sexólogo Bernardo Stamateas al conversar sobre las bondades de ese roce milagroso. “Nos curamos hablando, estando juntos. Siempre es bueno ser un sembrador de caricias emocionales, dar todo lo que podamos y permitirnos aceptar también”, dice.
Si acordamos en este derecho humano esencial, ¿por qué sobreviene la censura frente a la caricia de una pareja sentada a la mesa de un bar en Recoleta? Una respuesta posible sería que la sociedad inhibe las expresiones de amor. Pero esa es sólo una parte del asunto. La incomodidad ajena se vuelve intolerancia (miran, marcan, echan, gritan) cuando las que se acarician son dos personas del mismo sexo. ¿Raro que esto aún ocurra hoy en una ciudad gay friendly, como Buenos Aires, a más de cinco años de vigencia de la ley de matrimonio igualitario en la Argentina? O no tan raro: el último episodio así ocurrió hace pocos días con dos jóvenes en el bar porteño La Biela.
“Que Buenos Aires sea una ciudad friendly para la comunidad gltb, sobre todo porque en Argentina el avance de los derechos sexuales y de género ha sido descomunal a comienzos de esta década, no implica que una porción de su población no haya conservado su homofobia intacta y al acecho, siempre dispuesta a mostrar sus garras”, dice la escritora y militante feminista Paula Jiménez España. “Echar a una lesbiana de un bar sin ninguna explicación es apenas una demostración más de una constelación de prácticas sociales que incluyen, por ejemplo, la persecución a las personas trans, su discriminación cotidiana y a nivel político el desmantelamiento de los planes de salud integral, entre otras cosas. Ese poder que en sombras, y no tan en sombras, sigue imponiendo su idea de lo inclusivo y lo excluyente, está en sintonía con el pensamiento conservador de una época en la cual la excesiva moralización redunda en un gran temor y estigmatización de los modos de vida disidentes”.
No es un dato menor que las chicas echadas de este bar porteño tengan menos de 30 años. Los jóvenes se apropian de las leyes, de sus derechos y se hacen cargo de que les toca salir, resistir a esas violencias públicas en un bar, una plaza, donde sea, desobedecer la mirada ajena, amar sin culpa. Los besos ya no se esconden, parecen decir. Esa es la militancia desde el amor (el amor a secas, sin etiquetas).
Esto a los mayores de 40 no les pasa: forman parte de generaciones reprimidas, avergonzadas, escondidas. Muchos no sienten ni siquiera el derecho a reconocerse homosexuales. No cometerían la “locura” de mostrarse en un bar acariciando a su pareja, mucho menos, besándola.
Un amigo nacido en el 76 se sincera: “No me siento con la libertad de besarme con mi pareja en un bar. Sí un gesto de ternura, pero creo que nunca llegaríamos a un beso. Y no es algo pensado. Supongo que todo funciona en medio de lo sabido, de lo que es no consciente. Y todos estamos reglados, normados, aún en la apertura gay”.
Una cosa es saber que puede casarse, pero ese aval legal es muy diferente a destrabar las barreras individuales, que constituyen a una persona. “Es fuerte, porque es una barrera interna, algo que ni me planteo, algo que "sé" que ahí "no va". Apenas puedo permitirme alguna caricia disimulada. Y uno "sabe" que está jugando en un límite (el límite de la mirada censora, que es la del otro pero que empieza en uno mismo)”.
Los más jóvenes, los que no se autocensuran -fue el caso de estas chicas del bar en Recoleta-, sí reciben la represión externa, lo punible. Dice Jiménez España: “La diferencia respecto de épocas pasadas, es que ser excluidas o echadas de los lugares públicos hoy no nos convierte en víctimas: en estos años se ha afirmado una conciencia poderosa para los grupos de lesbianas feministas salgan a socorrer a las compañeras afectadas por situaciones como la de La Biela o el año pasado en Kentucky. Esa conciencia, que es mucho más que un slogan, dice: si tocan a una, nos tocan a todas”.
Se suele hablar mucho de la libertad de expresión. Acariciarse es la más esencial de las expresiones. Como sociedad es saludable defenderla.
Amor sin etiquetas, Santa Mónica, California