“Si queremos ganar, no se la demos más a los de amarillo”
La Argentina padece una eterna crisis derivada de una gran disociación entre la política y la economía. Pasan los años y la demagogia política se impone sobre la lógica económica. El diagnóstico es indiscutido globalmente, incluso la mayoría de los países han resuelto los problemas actuales. Sin embargo, los argentinos somos rehenes de la falta de políticos aptos y valientes que asuman la responsabilidad necesaria para invocar un verdadero cambio.
La enfermedad argentina tiene nombre y apellido: déficit fiscal. Todos los ‘ismos’ que ocuparon el poder en las últimas décadas han agravado el cuadro. El kirchnerismo, apalancado en un histórico valor de los commodities, logró seis años de superávit -único periodo desde 1960-; pero solo para luego consolidar la “década ganada” malgastando los fondos estatales y destinando a la Argentina a permanecer en la crisis. Los gobiernos anteriores y posteriores no tuvieron mejor suerte. Por esto es que la famosa grieta política no es más que humo para la tribuna. En términos económicos todos los gobiernos han entregado resultados similares: más inflación, más devaluación y más pobreza.
Trasladando la economía a un hogar, el déficit fiscal es simplemente gastar más de lo que ingresa. El cuadro agravado del país es que es un hogar que agotó sus ahorros, tiene deudas impagas, y persiste en gastar más de la cuenta. Un hogar no podría subsistir. Un hogar así no tiene futuro. Pero un Estado tiene el poder de fabricar dinero. Y aquí reside el gran mal de la argentina, pagar el déficit fiscal imprimiendo plata, la tentación es muy grande. El resultado siempre es el esperado, el dinero pierde valor. Hay una gran obviedad en estos conceptos; sin embargo, no hemos contado con políticos valientes para ajustar el gasto y ordenar las cuentas del Estado.
Érase una vez Italia ‘90 y el escenario era el histórico Argentina-Brasil de octavos de final. Luego de un entretiempo en silencio, Carlos Salvador Bilardo acompañó a sus jugadores hacia los finales 45 minutos con una simple indicación: “Si queremos ganar, no se la demos más a los de amarillo”. Esperar que una dupla Maradona-Caniggia resuelva nuestros problemas sería pecar de ingenuo, pero para encarar el futuro podríamos aprender mucho de las palabras del doctor. Comencemos por dejar de hacer lo mismo.