
Caso Ghisoni: el falso feminismo como arma de la venganza
Andrea Vázquez, la médica y psicóloga que denunció falsamente a su exmarido por abuso sexual se recorta como una Medea moderna: la ceguera de la venganza, en su propia “guerra de los Roses”, la fue empujando a llevarse puestos, incluso, a sus propios hijos. Tomás Ghisoni, uno de los hijos del matrimonio, que esta semana quebró el silencio y decidió grabar un video público admitiendo que había sido manipulado por su propia madre fue, según la abogada de familia Fátima Silva, inmediatamente bloqueado del WhatsApp por la médica. Que lo mismo hizo con sus padres, los abuelos maternos de los Ghisoni, con quienes hoy vive Tomás.
Todo lo que no encaje con la narrativa mental de Vázquez, devenida feminista ultra-K, debe ser desterrado, a caballo de un falso feminismo –el feminismo apropiado por el kirchnerismo– que se radicalizó y devino verdugo. Un verdugo que está generando tanto daño como el sistema patriarcal real que expone.
La falsa denuncia por abuso sexual contra el médico Pablo Ghisoni, quien fue absuelto de forma unánime, promete ser un caso bisagra. Un leading case en el territorio de las falsas denuncias por abuso sexual, usadas como armas arrojadizas hacia las exparejas, en el marco de un sistema judicial que, en sintonía con ese péndulo que es la Argentina, pasó de invisibilizar la palabra de las mujeres a convertirla en ley. Lo que dice una mujer es así. Lo que dice un niño es así. En el terreno de la violencia de género o el abuso sexual, el varón denunciado es culpable hasta que se demuestre lo contrario.
Esos son los escritos que firma la médica Andrea Vázquez, quien se fue radicalizando tanto en su lucha ciega contra el padre de sus hijos que terminó recalando, como funcionaria, en el feudo de un procesado –este, sí– por abuso sexual: Fernando Espinoza, un machirulo de manual, acaso con más víctimas, además de Melody Rakauskas, que no se animan a hablar por el poder que detenta. Vázquez es, actualmente, subdirectora de Acceso a la Justicia en el municipio de La Matanza. Parafraseando al diputado Fernando Iglesias: la locura es total.
En 2023, con Alberto Fernández en el poder, el dirigente opositor Lalo Creuss fue testigo de uno de los hechos más bizarros ocurridos en el Concejo Deliberante matancero. Entonces era concejal y se había organizado una sesión para institucionalizar el lenguaje inclusivo en el municipio. En esa sesión estaba presente una protagonista importante de la trama Ghisoni: Liliana Hendel, actual jefa de Vázquez, al frente de la Secretaría de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidades de La Matanza. Ante la contradicción, Creus, en plena sesión, empezó a leer la denuncia de Melody Rakauskas por abuso sexual contra el amo del feudo. Lo echaron a patadas del recinto.
Así se fue configurando un sistema perverso, en el que los psicólogos y peritos que intervienen en el proceso judicial solo toman en cuenta el punto de vista de la denunciante, que es quien les paga. Nunca llaman al denunciado o denunciada (porque, aunque son minoría, también hay mujeres falsamente denunciadas). Luego, esos mismos profesionales firman el escrito sesgado que toma en cuenta la Justicia para decidir.
Aunque carezcan de pruebas para apresarlos, como pasó con el caso del médico Ghisoni, los jueces admiten off the record estar condicionados por el miedo, cuando les toca absolver a un acusado por abuso sexual. ¿Miedo a qué? Al escrache de los colectivos feministas K, que se dedicaron a intoxicar una de las causas más nobles y justas: los derechos de las mujeres y los niños. No falla: todo lo que toca el kirchnerismo lo envenena.
Estamos ante un asunto delicado, vale remarcar. Una deformación que contamina los dramas verdaderos que viven miles de niños y adultos abusados que, en gran parte de los casos, aún hoy, ni siquiera se atreven a poner en palabras las reales agresiones sexuales que padecen o padecieron: el 5% de los falsos testimonios podría ahora opacar al 95% de los verdaderos.
La bandera fue tomada por la senadora radical Carolina Losada ya en 2022. Losada empezó a organizar jornadas en el Senado para abordar esta polémica. A partir de entonces, fue blanco de los más violentos escraches kirchneristas, fogoneados por la socióloga Dora Barrancos, la “maestra” de feminismo de Alberto Fernández. Nada menos. En la jornada que organizó este año, la senadora lo llevó al mayor de los chicos Ghisoni, Francisco, el único de los tres hijos del matrimonio que se negó a quedar atrapado en las mentiras de la madre. Tomás, su hermano, que había “militado” por diez años la causa del abuso, lo escuchó y algo se recolocó dentro de él. Supo que todo había sido mentira. Fue entonces cuando se decidió a grabar el video, que se viralizó, admitiendo la falsedad de la historia.
En el universo del fanatismo K es curioso lo que sucede cuando los hechos desmienten la ideología. O, en otras palabras, cuando los hechos no encajan con la realidad construida. Hace unas horas, Hendel, una periodista y psicóloga feminista que se enamoró del universo K, destrozó a los medios que publicaron el testimonio de Tomás Ghisoni. En X escribió: “Velocidad la de Clarín para difundir el testimonio destructor de sus propios dichos de un joven”.
La misma respuesta recibió Losada del colectivo radicalizado cuando, a las jornadas en el Senado, llevó el año pasado el testimonio de Jazmín Carro, quien, cuando tenía 14 años, denunció falsamente a su papá copiando el caso verdadero de una compañera de colegio.
Jazmín, como tantos adolescentes, se enfrentaba a los límites de su padre, que la enojaban. En su curso había una chica que había sido, efectivamente, abusada por su padre. La chica copió el caso y decidió vengarse denunciando falsamente a su papá. Cayó en un juzgado atravesado por el feminismo K (obviamente, no todos lo están, ni mucho menos). A su denuncia le agregaron elementos que ella no había dicho. Resultado: el padre de Jazmín aún hoy sigue preso, a pesar de la retractación de Jazmín. A Losada la acusaron, poco menos, que de haberle arrancado la retractación bajo tortura, como en la dictadura militar.
¿Puede un niño mentir? ¿Cómo se llega a manipular a un hijo hasta el punto de que, en su mente, se formen hechos que nunca sucedieron?
La psicóloga Patricia Faur, especializada en dependencias afectivas y terapeuta experimentada en estos casos, admite que las falsas denuncias por abuso o violencia de género vienen creciendo en el país de manera alarmante. Idéntica percepción tiene Fátima Silva, quien desde que se hizo público el caso de los chicos Ghisoni viene recibiendo, desde todo el país, testimonios de presuntas víctimas que confiesan haber mentido por venganza.
“Usar a un hijo en la guerra con el ex es una forma de maltrato infantil –apunta Faur–, en el que la madre va confundiendo al chico, le impide el contacto con el otro padre, le habla mal de él, le repite que es malo, le cuenta secretos sexuales. Se pone a los hijos en un conflicto de lealtades”. Faur explica lo que se conoce, técnicamente, como gaslighting, que es hacer dudar a un hijo de su propia percepción.
Y, sí, un niño puede mentir, según los especialistas. Hace 30 años probablemente no, pero hoy con las redes sociales, los chicos pueden copiar relatos de TikTok o de la red que fuere. Las vidas privadas, incluso los relatos sexuales, están expuestas como nunca antes.
Fogoneado por Losada, el proyecto de ley que agrava las penas para las falsas denuncias por cuestiones de género o abuso sexual que involucren a menores de edad ya tiene su dictamen en la Comisión de Justicia y Asuntos Penales. El kirchnerismo nunca bajó a tratarlo.






