Claroscuros de una victoria pírrica
Una foto en sepia. Sonrisas de una victoria pírrica. Discursos que atrasan. Muy probablemente esa sea la percepción de los historiadores del futuro al repasar los argumentos de los senadores que, en la madrugada del jueves, tumbaron la legalización del aborto (en su mayoría, varones arriba de los 50 años). Tan fuera de época como ahora nos resultan los discursos de aquellos que, en 1947, se oponían al voto femenino. Quienes hoy integran la Cámara alta podrán tener ojos en la nuca, pero las sociedades, no. Como bien captó Miguel Ángel Pichetto, un político conservador, inesperadamente convertido al feminismo (la Argentina es un país raro): "El futuro no está en esta noche gris", disparó. Efectivamente, en la histórica sesión del miércoles 8, el futuro parecía estar más fuera que dentro del Congreso, entre aquellos miles de jóvenes que se fueron cantando, en plena la madrugada, sabiendo que asistían a una derrota circunstancial.
Pero ¿adónde irá toda esa energía política, a favor y en contra, que permanecía encerrada en esta caja de Pandora? ¿Acaso fue un error político haber habilitado un debate taponado por décadas? No lo parece, teniendo en cuenta el salto de conciencia que produjo y las pasiones que logró instalar en la vida cotidiana. Basta con mirar un mapa del mundo para darse cuenta de hacia dónde va la historia: mientras el hemisferio norte desarrollado apostó a la legalización, el sur del subdesarrollo optó por la clandestinidad y la criminalización, con la excepción ejemplar de Uruguay. El fracaso de anoche podría entrañar una paradoja política. Así como la derrota de Hillary Clinton engendró un nuevo feminismo en EE.UU., la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo -y su conversión en política pública- podría convertirse en una bandera central en las presidenciales de 2019.
La discusión en el Senado dejó cabos sueltos y varias preguntas. Por ejemplo, el Gobierno planea contener las demandas del colectivo verde con el nuevo Código Penal, que, en los hechos, significaría una despenalización. Sin embargo, ese fue el plan B del Senado, que no logró consenso, ¿por qué lo tendría, entonces, a fines de este mes, cuando la propia vicepresidenta rechaza la legalización, aun en casos de violación? Algunos senadores que se oponen a la ley admiten que, a lo sumo, apoyarían una probation, pero no una absolución.
La otra: el jefe de los senadores peronistas -hombre vinculado a la Justicia si los hay- dejó picando un hipotético "fallo integral" de la Corte Suprema y elogió la figura del cortesano Carlos Rosenkrantz, al que definió como un liberal de izquierda. El enigmático comentario adquiere sentido en el principal argumento de los celestes: la Constitución garantiza la vida desde el momento de la concepción, por lo que varios sectores sugieren un planteo ante el máximo tribunal para que se pronuncie. Desechada la consulta popular por el propio Ejecutivo, el camino de la Corte no sería descabellado.
La Argentina es, definitivamente, un país raro: las dos líderes más importantes de Cambiemos -la gobernadora bonaerense y la vicepresidenta- no solo se niegan a cambiar, sino que, en una discusión crucial para la agenda de género, terminaron confluyendo con el pensamiento de Adolfo Rodríguez Saá, dueño de uno de los feudos más retrógrados de la Argentina. Todo esto, mientras Cristina Kirchner, mimetizada ahora con el colectivo verde, nos alertaba sobre los costos de enfrentar el statu quo: el mismo que ella lideró durante ocho años y que fue invulnerable a cualquier proyecto que rozara el tema. Un festival de la hipocresía al que se sumó alegremente el exministro de Salud, Ginés González García, a quien aparentemente nunca se le ocurrió sugerirle a su jefa la inclusión de este debate.
Un párrafo aparte merece la catamarqueña Inés Blas, titular de la Banca de la Mujer -nada menos-, quien rechazó el proyecto ante el temor de que un aborto legal pudiera "limpiar el honor" de un violador. Siguiendo esta lógica peculiar podríamos deducir que el colectivo celeste necesita de la existencia de un bebé -aunque sea fruto de una violación-, no como el resultado de un deseo amoroso, sino como la prueba viviente de una potencial condena.
El debate en el Senado desnudó más sombras que luces. La senadora que protagonizó el sincericidio de admitir que no había leído el proyecto, pero que igual se oponía -una confesión por la que no recibirá ninguna sanción, más allá de la moral- no hizo más que poner negro sobre blanco un modus operandi más común de lo que se supone entre nuestros representantes.
Hubo otros sincericidios menos explícitos. Una de Las Sororas, el grupo de diputadas que impulsó la media sanción en la Cámara baja, lo resumía así: "Los senadores identificados con los celestes te blanquean, en la intimidad, que votan en contra porque no quieren ser cómplices de un asesinato. Pero ¿y las mujeres que mueren por abortos ilegales?, los confrontamos. Entonces, se encogen de hombros, como diciendo: ?Que se embromen por abortar, ¡lo hubieran tenido!'". La transversalidad de Las Sororas, que nacieron a partir de un grupo de WhatsApp y en el que logran convivir en armonía la camporista Mayra Mendoza y la macrista Silvia Lopennato, también fue el producto político de la apertura de una conversación que hasta hace muy poco era tabú. Al grupo de legisladoras se integró, sin prejuicios, el diputado Daniel Lipovetzky.
Examinar a la luz un asunto de la intimidad habilitó procesos individuales y colectivos de reflexión política. Una muestra de esta transformación es el camino que hizo Gladys González, quien, durante la campaña de 2017, se pronunció contra el aborto. Entonces, y a la luz de sus creencias -válidas, por cierto-, se preguntaba dónde iba el alma del feto, en el caso de un aborto. Sus dudas la llevaron a desafiar sus propias ideas y decidió confrontarlas con otros paradigmas. El resultado de esa metamorfosis quedó expuesto en el conmovedor discurso que brindó en el Senado, incluso desmarcándose de su jefa, Vidal. Luis Naidenoff fue otro de los que conmovieron: fue su primera intervención política después de la enorme tragedia personal que le tocó vivir. El miércoles 8 era, además, un día especial: el cumpleaños de su ahora única hija.
El debate en el Senado también desnudó otros asuntos. Por ejemplo, hasta qué punto se ha metido la política en el cuerpo de las mujeres y en su sexualidad. Una politización que atraviesa, de hecho, la vida cotidiana. Que las mujeres limpien la casa, se ocupen de los trámites engorrosos (esos que los varones no quieren hacer) o laven los platos no es fruto del azar ni de la mala suerte en el reparto. Esa injusticia doméstica, a menudo naturalizada, también es producto de una relación de poder. Los "ganadores" del modelo humano, por decirlo de algún modo, han impuesto esas reglas no escritas. Unas reglas que se han naturalizado, y que el feminismo, ahora con nuevo impulso global, busca discutir. Es por eso que, en nuestro debate, participaron celebrities mundiales como Susan Sarandon, Margaret Atwood o Anjelica Huston.
Ese "feminista" de última hora en el que se convirtió Pichetto lo dijo -o lo parafraseó, mejor dicho- con claridad: vencerán, pero no convencerán.