Colonia Dignidad: el último enigma
Es un extraño grupo de alemanes dirigido por un ex soldado nazi. Se instalaron en la cordillera en 1961 y, desde entonces, viven secretamente en una ciudadela protegida por alarmas y cercos electrificados. Se manejan con policía y leyes propias; se los acusa de violaciones, evasión fiscal y torturas a presos políticos. Y tienen un arsenal como para resistir cualquier invasión.
Parral
LA ruta nacional 5, que enhebra a Chile de norte a sur, ha quedado atrás en el pueblo de Parral, trescientos veinte kilómetros al sur de Santiago. El camino de ripio que sale a la izquierda da vueltas interminables para sortear los riachos crecidos por los deshielos. A un lado y al otro, casas miserables, ranchos pobres y fundos pequeños sembrados con arrozales. Al frente, semicubiertos por las nubes, los picos altos de la Cordillera del Viento. Tras ellos, del lado argentino, está el límite entre las provincias de Mendoza y Neuquén.
El auto avanza entre una nube de polvo y de un momento para el otro, sin nada que lo anuncie, el paisaje empieza a cambiar. El camino se mete en la precordillera y a los costados se levantan cerros cubiertos de pinos. A izquierda y derecha, de pronto, algo rompe el paisaje: es un cerco de alambre de más de dos metros de alto, sostenido por postes de hormigón. Cabras monteses y ciervos axis, protegidos por el cerco, pastorean entre los pinos.
Cuarenta kilómetros después de haber dejado la ruta 5, el camino hace una amplia curva a la derecha, y literalmente acaba en una escenografía fuera de lugar. Hay una piedra enorme que parece un menhir en la que se han tallado las palabras "Villa Baviera", un inexplicable portón de hierro accionado eléctricamente, una caseta de vigilancia con vidrios espejados que no dejan ver hacia adentro, y dos banderas: una de Chile y la otra negra, inmensa, sin dibujos ni inscripciones. A la izquierda del portón, una carpa gigante, blanca y vacía, con graffiti escritos a mano entre los que destaca uno: "Vigilia del dolor por Dignidad".
¿Qué hay al otro lado de ese portón insólito e infranqueable en medio de la cordillera? Nadie lo sabe con exactitud. Y ahora que Chile ha consolidado su crecimiento económico, que su seleccionado de fútbol se ha clasificado para el Mundial de Francia y que un senil Augusto Pinochet Ugarte ha decidido comenzar a ser senador vitalicio a los ochenta y dos años, tal vez el único enigma que les quede a los chilenos sea el que subsiste detrás de ese alambrado.
Tratando de descifrarlo se les han pasado ya treinta y seis años, y el misterio que sobrevuela Villa Baviera, que hasta no hace mucho se llamó Colonia Dignidad, sigue siendo tan pesado y espeso como un nubarrón de tormenta.
¿Es una secta dirigida por un loco mesiánico degenerado? ¿Un lugar donde científicos desquiciados intentan manipulaciones genéticas? ¿Un gigantesco campo de concentración, con mano de obra esclava? ¿Un refugio de viejos nazis nostálgicos? ¿Una secretísima fábrica de armas? ¿Un centro de torturas que sirvió bien a la última dictadura chilena?
Todo esto, y más, se dice a media voz sobre la Colonia. Para tratarse de una entidad que, como rezan sus estatutos, fue fundada para ayudar a los huérfanos, parecen sospechas excesivas. ¿Y entonces? ¿Qué hay en realidad detrás de ese portón que nadie puede franquear?
La Biblia en el fin del mundo
La Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad (tal su pomposo nombre completo) fue fundada en Chile en los últimos días de 1961 por un grupo de inmigrantes alemanes que obedecían a un hombre taciturno y tuerto, Paul Schafer Schneider, que había nacido en Siegburg, cerca de Bonn, en 1921, y había sido sargento del ejército de su país en los últimos días de la guerra.
Schafer, por entonces, se presentaba como psicólogo y ejercía sobre el grupo un liderazgo indiscutido, basado presuntamente en sus condiciones de predicador. Con una Biblia en la mano y una Walther PPK en la cintura, había conseguido que el gobierno del presidente Jorge Alessandri le otorgara personería jurídica y eximisión de impuestos en septiembre de 1961, y se bahía instalado en un fundo de la VIII Región, al pie de la cordillera, para ayudar desde allí a los huérfanos del terremoto de 1960, que había dejado en Chile 5700 m muertos y tres millones personas sin hogar. De confesión han dirigido por Schäfer acólitos llamaban Doctor") formaba parte de secta religiosa denominada Private Social Mission, que había sido fundada en Alemania en los primeros años de la posguerra. Los alemanes que llegaron a Chile en un avión de Aerolíneas Argentinas en julio de 1961 eran en su mayoría ex combatientes de los ejércitos del Tercer Reich, viudas de soldados y de oficiales muertos durante la guerra, y una veintena de niños de entre seis y doce años.
La prehistoria de Schäfer no había despertado sospechas alas autoridades chilenas, y tal vez fue ése el primer error que se cometió: el predicador había sido expulsado de todas las congregaciones que integró en Alemania, acusado de abuso de menores y sospechado de apropiación ilícita de los hijos de las parejas que formaban sus grupos. Los delitos le habían valido dos pedidos de captura , y cuan do Regó a Chile, Paul Schäfer era un prófugo de la justicia alemana.
Con ese pasado a cuestas, El Tío y sus seguidores se instalaron en el fundo de la cordillera, siguieron leyendo la Biblia rodeados de niños, y comenzaron una tarea que aún no parece haber terminado: convertir el páramo que habitaban en un vergel, y transformar los cerros áridos en bosques de pinos. Sin embargo, la vida en la Colonia no era tan apacible y bucólica como parecía, y las primeras denuncias no tardarían en estallar.
Escape de la Colonia
El primer capítulo de la saga ocurrió en marzo de 1966, cuando un muchacho rubio que apenas hablaba español Regó al Departamento de Extranjería de la Policía de Investigaciones de Santiago y le dijo al prefecto Hugo Villegas Garín: "Soy un fugitivo de la Colonia Dignidad". Contó una historia que, hasta en sus detalles, iba a repetirse hasta hoy.
El muchacho se llamaba Wolfgang Müller, tenía veintiún años, y la que contó fue sobre todo una historia de violaciones y abuso de menores que tenía por protagonista a Paul Schäfer. Pero Müller también dio detalles sobre la vida dentro de la Colonia.
Dijo que allí la gente trabajaba desde las 6 de la mañana hasta las 8 de la noche; que estaban prohibidas las relaciones sexuales, excepto para el jefe, que bañaba personalmente a los niños; que a los más díscolos se los vestía de rojo durante el día y de blanco por las noches, para que fueran fácilmente distinguibles; que estaba prohibido hablar; que se castigaba o premiaba a los colonos reduciéndoles o aumentándoles las raciones de comida, y que los trabajadores no percibían sueldo.
Müller contó igualmente que El Tío Schäfer lo había violado por primera vez a las seis horas de conocerlo, Y que su propia madre había desaparecido en el interior de la Colonia, donde la habían juzgado loca. El había intentado dos tu gas antes de ésa, dijo, pero las dos veces había sido recapturado por brigadas punitivas que salían de Dignidad a rastrear a los internos que se escapaban.
El policía Villegas Garín, ahora de setenta y nueve años y jubilado hace treinta, recuerda así su investigación del caso: -Cuando escuchó el testimonio del muchacho, viajé a la Colonia para interrogar a Schäfer. Me recibió en un salón, con una pistola Walther al cinto y doce guardaespaldas. Negó las acusaciones, me dijo que Müller era sólo un muchacho rebelde que no se ajustaba a la disciplina, y cuando yo le pedí más precisiones me dijo que no entendía el castellano. Era un tipo escurridizo y hábil, y no le pude sacar nada más.
Pese a la buena voluntad del policía, el affaire Müller tuvo un final fantástico: mientras Schäfer fue absuelto, él fue condenado a cinco años de cárcel por robar la mula que usó para huir, y que dejó en una estación de servicio con un cartel que decía "Propiedad de Colonia Dignidad" en el apero.
Había empezado a funcionar una red de protección que dos años más tarde, en 1968, adquiriría estatus judicial: una comisión investigadora, encargada de indagar sobre las fugas de Müller y otras que le siguieron, rechazó todas las acusaciones que se habían hecho contra la Colonia, reprochó severamente a quienes las habían formulado y concluyó que Dignidad "cumple cabalmente sus objetivos benéficos, y su organización de vida y trabajo no vulnera en forma alguna la ley, la moral o las buenas costumbres".
El señor Schäfer Schneider ya había abierto su paraguas, y aun con la paz rota y el paraíso privado hecho añicos, él y los suyos se encerraron en sí mismos y decidieron capear el temporal que se abatía sobre ellos. Tenían a favor una cobertura política que había empezado a dar resultados, y una acción social que, aunque no era intensa, les granjeaba amigos: tres años antes de que estallara el escándalo habían creado un hospital ambulante, una escuela pública, y conectado los primeros teléfonos en la región. Los chilenos pobres de la zona los veían como sus benefactores.
Amigos son los amigos
El aspecto más curioso que presenta hoy la ex Colonia Dignidad es su capacidad para sobrevivir a un estado de sospecha que ya lleva treinta y seis años o, medido en tiempos políticos, cinco presidencias constitucionales y una dictadura militar. Fundada durante la gestión de Jorge Alessandri, se mantuvo a flote durante los mandatos de Eduardo Frei padre, Salvador Allende, Augusto Pinochet, Patricio Aylwin y el actual presidente, Eduardo Frei hijo.
Semejante supervivencia, aunque tuvo épocas más apacibles que otras, parece obedecer a una razón fundamental: la Colonia buscó y obtuvo la protección del partido militar, la única fuerza que en el Chile actual no se investiga, no se discute y hasta tiene representación parlamentaria.
Los primeros contactos de Schäfer, Hermann Schmidt y otros dirigentes de Dignidad con los militares chilenos datan de los últimos meses de 1972. Eran tiempos en que la reforma agraria y el programa socialista de Salvador Allende provocaban escozores, y algunos uniformados y civiles que hubieran querido estarlo soñaban con el derrocamiento.
Uno de esos civiles era Roberto Thieme, del grupo ultraderechista Patria y Libertad. En una entrevista concedida al diario La Segunda en junio último, Thieme recordaba así su primera visita a los alemanes de Parral: "Paul Schäfer estaba con un hombre al que le decían «el doctor». Hicimos un análisis de cuál era el planteamiento de Patria y Libertad, y naturalmente encontramos puntos coincidentes".
El análisis de Thieme sobre las motivaciones de los colonos es un tanto ingenuo: "Ese fundo que era un pedregal lo convirtieron en un vergel. Ya estaban tomados todos los fondos vecinos de la zona. Así fue que estos alemanes, muchos ex combatientes de la guerra que habían perdido todo y llegaron a Parral a construir un mundo propio [ ... ], se sintieron amenazados por el régimen de Allende".
Desde ese primer contacto previo al golpe de septiembre de 1973, hasta la entrega del poder de Augusto Pinochet, en marzo de 1990, la Colonia estuvo virtualmente militarizada y funcionó, según consta a organismos como la Vicaría de Solidaridad del arzobispado chileno y Amnesty Internacional, como un centro clandestino de detención y tortura.
Se dice que cuando el general Manuel Contreras, otrora hombre fuerte de la policía política y hoy detenido, llegaba a la Colonia, la orquesta del campamento tocaba para él la "Marcha triunfal" de Aída. Los testimonios de ex presos políticos coinciden en afirmar que allí torturaban chilenos dirigidos por alemanes, y un ex represor arrepentido confesó en 1977, pocos días antes de ser asesinado, que en aquel momento había en Dignidad ciento doce "desaparecidos" * Cuando Amnesty y la Vicaría de Solidaridad publicaron la denuncia donde aseguraban que "en la Colonia, prisioneros políticos son expuestos a torturas desarrolladas con métodos científicos que incluyen un test psicológico y la aplicación de electricidad cuyo voltaje varía según la zona del cuerpo en que es aplicada", Dignidad se declaró indignada y los demandó por calumnias e injurias ante un tribunal de Bonn. Veinte años más tarde, hace apenas un mes y medio, la fiscalía de esa ciudad rechazó la querella y determinó que en la denuncia no había habido injurias.
Nadie lo sabe todo
Parece mucho pero es muy poco lo que se sabe sobre esta colonia extraña, enclavada en un paraje casi inaccesible a sólo quince kilómetros de la frontera con la Argentina. Lo único cierto, judicialmente cierto, es apenas un puñado de datos escalofriantes: allí adentro funcionó un centro de detención clandestino, y todavía hoy se tortura, se viola a menores, se mantienen esclavos para trabajar los en los campos, se oculta un arsenal cuya sofisticación y magnitud nadie puede precisar, y el predio está rigurosamente vedado a toda persona ajena a la villa, sean curiosos, periodistas, jueces, policías o funcionarios.
Algunos de estos datos se conocieron en marzo de 1985, cuando el matrimonio formado por Lotti y Georg Packmor logró fugar de Dignidad. Lotti había sido la encargada de manejar las instalaciones electrónicas de la Colonia, y su testimonio resultó sorprendente.
Protegida por la embajada alemana en Santiago, contó que en los caminos interiores y de acceso al enclave están instalados sensores de luces y aparatos de escucha que permiten saber quién se acerca a la Colonia o quién se mueve dentro de ella. También habló de túneles construidos en hierro y cemento donde se guardan víveres, armas y municiones, y de unos pilares móviles de concreto que pueden inutilizar en segundos la pista de aterrizaje del predio.
"Hay entrenamientos constantes" dijo su esposo, Georg. "En caso de emergencia Paul Schäfer da la alarma, y cada colono debe dirigirse al lugar que le asignó. Algunos tienen funciones de apoyo y otros funciones militares. Ellos siempre piensan que los van a atacar". El matrimonio dijo que existen áreas minadas dentro de la Colonia, y almacenes donde hay granadas, fusiles y ametralladoras.
Georg Packmor, además, reconoció haber sido el encargado de comprar en Concepción, una ciudad distante doscientos kilómetros de Dignidad, telas para fabricar los uniformes militares con que Schäfer viste a sus hombres.
Lo más curioso que contó la pareja fue que dentro de la Colonia hay zonas de acceso vedado, y que ninguno de los que viven allí, con excepción de los jefes, conoce todo el lugar o traspone todas las puertas. "Hay áreas restringidas rodeadas de trampas", dijeron, "que Schäfer llama «peajes». Si se trasponen ciertos límites, se activan mecanismos de púas que atraviesan las piernas, o barras de hierro que golpean las cabezas."
Las denuncias de los Packmor, hoy refugiados en Canadá, inquietaron definitivamente a las autoridades alemanas, y el gobierno de Bonn decidió tomar cartas formales en el asunto. La red de protección a Colonia Dignidad empezaría a vacilar a comienzos de 1990.
El principio del fin
El 13 de marzo de 1990, dos días después de tomar la banda que le entregaba Augusto Pinochet, el presidente Patricio Aylwin recibió en su despacho de La Moneda al ex mandatario alemán Walter Schell. Aylwin, el primer presidente constitucional después de diecisiete años de dictadura, fue terminante: "Ahora estoy en condiciones de hacer como gobierno lo que no pude como senador. No puede haber en Chile un lugar que no se someta a las leyes chilenas".
Once meses más tarde, el 31 de enero de 1991, el decreto 143 declaraba disuelta la personería jurídica de la Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad, y disponía que sus bienes y patrimonio pasaran a ser administrados por la Corporación Metodista. Comenzaba entonces una batalla legal que aún no ha terminado, y las primeras escaramuzas ocurrirían en los días siguientes.
El doctor Harmut Hopp, en representación de los colonos, fue el primero en mover sus piezas, y presentó en el Ministerio de Justicia un inventario de bienes que resultaba ridículo y que a juicio de Marta Woerner, hoy diputada y entonces representante del Ministerio, " no contenía más que jeringas y pinzas, cosas que no valían más de diez mil pesos (25 dólares) ".
La argucia legal se basaba en que, al momento de la firma del decreto, Dignidad estaba acogida a las franquicias tributarias y aduaneras como entidad de beneficencia, y no llevaba contabilidad técnica, no hacía declaraciones anuales de impuesto a la renta y realizaba importaciones exentas de derechos. Además, a los chilenos que trabajaban para la Colonia no se los consideraba trabajadores sino socios que aportaban su servicio, y por tanto no se les pagaban sueldos ni cargas sociales.
El Servicio de Impuestos Internos (SII) también avanzó sobre Dignidad por no presentar declaración tributaría, usar procedimientos dolosos para evadir impuestos, obtener beneficios tributarios improcedentes y realizar actividades ajenas a los fines estatutarios. Al embate se sumó el Servicio de Salud, que puso término al convenio de financiación del hospital, y una comisión interministerial que determinaría que "los líderes [de Dignidad] ejercen poderes sobre sus miembros hasta el punto de determinar las necesidades del grupo en materia de habitación, alimentación, vestuario, educación, salud y recreación, limitando, en todo sentido, las libertades de los asociados y transgrediendo las leyes, el orden público y las buenas costumbres".
Fue una avanzada severa pero no carente de obstáculos: desde que se había firmado el decreto de cancelación de la personería jurídica, diecisiete senadores de la derecha se habían opuesto a su instrumentación.
Un secreto bajo siete llaves
Aunque un juez ha pedido su captura, para la justicia chilena Paul Schäfer Schneider, el hombre tuerto de setenta y seis años al que llaman Tío Paul, está muerto desde 1985. Así lo asegura, al menos, un certificado de defunción firmado por el doctor Harmut Hopp, el médico de la Colonia.
El juez que busca a este fantasma se llama Hernán González, tiene cuarenta y tres años y ha establecido su despacho en el Juzgado de Letras de Parral, un edificio severo de dos plantas, al lado de la Gendarmería. González viene dos veces por semana desde Santiago en su pequeño auto, y un policía de civil es su única custodia.
Su búsqueda de Schäfer es por las acusaciones de abusos deshonestos que pesan sobre él. Lo curioso es que las acusaciones continuaron después de su presunta muerte, porque Schäfer seguía de lo más vivo. Quienes lo acusaron la última vez fueron Tobías Muller (de veinticuatro años) y Zalo Luna (de dieciocho), fugados de Dignidad el pasado 26 de julio.
Con una orden de detención y asistido por doscientos efectivos que llegaron en camiones, tanquetas y jeeps, el juez González allanó nueve veces Colonia Dignidad pero nunca obtuvo resultados. Las filmaciones de los procedimientos hechas por la televisión chilena tal vez puedan explicar el fracaso: en ellas se ve cómo los policías se cuadraban ante los dirigentes de Dignidad en el portón del predio, y cómo, para estupefacción del juez, pedían permiso para realizar el allanamiento.
La última requisa ocurrió el 1° de noviembre. Ese día, González y sus asistentes recorrieron a pie algunos edificios del interior de la Colonia, se arriesgaron veinte metros por un túnel que acababa en una puerta blindada e infranqueable, escucharon las explicaciones de que Schäfer no estaba allí, y regresaron a Parral con las manos vacías. Antes, tuvieron que soportar que los niños se acostaran en el suelo, impidiendo avanzar a los vehículos policiales, y que colonos adultos, uniformemente vestidos de gris, les gritaran y los insultaran casi en la cara.
Al juez Hernán González, dicen en Parral, le quedó un dejo de frustración después del allanamiento. No pudo verificar lo que sospechaba: que el Tío Paul estaba atrincherado en un bunker bajo un bosque de pinos, protegido por un grupo de custodia altamente entrenado, y que seguía dando órdenes, pistola al cinto y Biblia en la mano, rodeado por sus chicos preferidos.
De regreso en su despacho, encerrado y con la corbata floja, debe de haber sentido que la ausencia de Schäfer era la presencia del misterio, y que el secreto de Colonia Dignidad, sea cual fuere, aún sigue guardado bajo siete llaves.
Negocios
Despojada desde 1991 de sus prerrogativas como presunta sociedad de beneficencia, los dirigentes de Colonia Dignidad no perdieron el tiempo y comenzaron a transferir rápidamente sus capitales y bienes a empresas privadas. Siguiendo un procedimiento idéntico al que habían utilizado los jerarcas nazis en los últimos meses de la guerra, los alemanes de la Colonia fundaron algunas sociedades y engrosaron con capital otras que ya estaban en funcionamiento. Actualmente, a través de una treintena de testaferros alemanes y chilenos, la Colonia participa de ciento cuatro empresas de distintos rubros, que van desde la construcción hasta las megacadenas de supermercados, pasando por minas de uranio y titanio, inmobiliarias y flotas de transporte, constituyéndose así en un grupo financiero capaz de influir en la economía del país.
El Servicio de Impuestos Internos (SII) la tiene en la mira porque sospecha que las transferencias fueron ilegales, e investiga la situación patrimonial de algunos colonos, que a partir de 1991 ha crecido desmesuradamente. Algunas de las empresas de las que participa la Colonia Dignidad actúan en la región de Parral; otras, en Santiago, y otras, en el orden nacional y aun en el exterior.
Algunas de las firmas presididas por miembros de la Colonia que actualmente están siendo investigadas, son: Abratec (gastronomía; presidente, Gerd Seewald; secretario, Hans Jurgens Blanck); Litral (campos y bienes raíces); Agripalma (inmobiliaria; presidente, Manfred Schmidtke); Bardana (inmobiliaria; presidente, Brigitte Kraham); Cinaglosa (inmobiliaria) y Cerro Florido (bienes raíces, cuyo directorio integran Harmut Hopp, Kurt Schnellenkamp, Albert Schrieber, Rudolph Collen, Erika Heimann y Sigfried Hoffmann).