El nuevo gorro frigio
"No nos enamoramos de la cuarentena, como dice algún tonto".
(De Alberto Fernández.)
Fue un momento de confusión. Duró minutos, pero pareció una eternidad. Es como si el mundo, ya de por sí lentificado por la impiadosa pandemia, hubiera quedado suspendido sin fecha, clausurado. Alguien dijo en la semana que la Organización Mundial de la Salud había finalmente decretado que los tapabocas no servían en la lucha contra el Covid-19. Corrió hielo por la espalda de los entrepeneurs del pañuelo de la abuela, asido con banditas elásticas a las orejas. Temblaron los emprendedores de la venta online de barbijos de jean, satén, arpillera entretejida con hilos de seda china y de neoprene ciento por ciento lavables y sanforizados. Sucumbió la influencer que empezaba a juntar plata por usar los siete modelos de máscaras promocionadas por la firma de la lavandina en gel reconvertida en tienda. Hasta que llegó la aclaración. La OMS nunca habló de la inutilidad de los tapabocas. Fue un error de interpretación. Hurras al barbijo. Acá no pasó nada.
Sí, pasó. Tener que desterrar los barbijos en todos sus modelos habría sido un golpe a nuestra autoestima, a nuestras necesidades de certezas y, por qué no, al bolsillo. El tapabocas, junto con el alcohol en gel, son hoy el verdadero motor de nuestra industria nacional. Representa lo que la pipa a Nike o el caballo rampante a Ferrari. No estamos enamorados de la cuarentena, dijo Alberto. Del tapabocas no habló.
Quienes permanecemos en casa abducidos por la computadora ya nos hemos despedido de los paraguas y de las agendas, instrumentos inútiles si los hay bajo techo y respirando online. Hemos pasado por el réquiem al llavero, la SUBE y el auto; homenajeado aquellas veces en que salíamos a caminar por la plaza sin más necesidad que el celular y los auriculares; hemos comprobado lo inservibles que resultan en cuarentena el dinero en efectivo, las bufandas, los zapatos de taco alto, las botas, la planchita del pelo, la base de maquillaje, los delineadores y los pintalabios.
No estamos para más desprendimientos. El barbijo es nuestro protector y nuestro pasaporte a la libertad condicional y condicionada hasta que el maldito virus sea derrotado y hasta que nuestras autoridades dejen de pelearse y encuentren cómo derrotarlo sin hacerlo subir al ring de la política.
Ya que el Congreso se ha desperezado, proponemos desde aquí honrar al tapabocas equiparándolo con toda justicia al gorro frigio: emblema de la libertad.