Los clubes tienen una importante tarea para desarrollar
He jugado fútbol y rugby. Reconozco mi predilección por este último. No me parece conducente comparar ambos deportes. Sus orígenes, sus diferencias en el juego, son elocuentes. Sobre todo en cuanto a sus reglas y a la disciplina y el respeto por la autoridad. En el fútbol, la falta de respeto al árbitro es una constante. Lamentablemente, nos hemos acostumbrado a ello. Cada fallo suele terminar en discusiones con la participación de jugadores, técnicos, entrenadores. Es común la agresión a los jueces por parte de los jugadores y el público, dentro y fuera de la cancha. El comportamiento de los rugbiers en la cancha es, salvo excepciones, extremadamente riguroso. La autoridad del árbitro es ejercida sin tapujos. El que se excede es sancionado; se va. Y nadie quiere ser echado ni suspendido mientras dure el partido
Un editorial de LA NACION, luego de explayarse sobre estas cuestiones en el fútbol, rescata: el "rugby ofrece un soplo de esperanza para el deporte en general". Puede ser. Pero una cosa son las reglas de juego y la conducta del jugador en la cancha y otra, las reglas de la vida y el comportamiento de las personas en sociedad. El objetivo sería transportar las conductas valiosas de los deportes a la vida diaria. Algo está fallando, y no creo que sea culpa de un deporte. En muchos casos (sin ser la mayoría), la adhesión a rajatabla de los jugadores a las normas que rigen en el rugby no trasciende fuera de los clubes, y me consta el esfuerzo de entrenadores amateurs que entregan mucho de su tiempo para transmitir a los jóvenes valores primordiales: respeto, honor, honestidad, esfuerzo, perseverancia, amistad. Y están las conquistas sociales alcanzadas con la aparición del Virreyes Rugby Club, los Pampas XV y los Espartanos en los pabellones carcelarios. También hay logros y excelentes entrenadores en las escuelas de fútbol y otros juegos. Son fundamentales el bien y la contención que los clubes y sus entrenadores pueden hacer y dar a los chicos y jóvenes.
La sociedad en que vivimos nos ha superado; su bandera es la violencia, el descontrol, la falta de respeto, la violación de reglas de convivencia, la corrupción, la impunidad, el estigma del alcohol y la droga. Los adultos deberíamos asumir nuestra responsabilidad. Afirmar que los clubes de rugby, que son cientos en el país, preparan a los jóvenes para salir a romper cabezas es poco serio. Mis hijos y los hijos de incontables padres que confían en ellos jamás salieron a destrozar caras en los boliches ni en ningún otro ámbito. Tampoco lo hacen innumerables practicantes apasionados por este juego. El estallido, creo, proviene de otro lado. Dejemos que los especialistas en la materia se ocupen del tema y obtengan conclusiones valiosas.

La violencia de jugadores de rugby que actúan en "manada" produce eventos siniestros desde hace años. Se trata de violentos que practican rugby, no de rugbiers que, por el solo hecho de serlo, se convierten en violentos. El jugador de rugby debe saber que su estado físico y su condición deportiva lo ponen en una situación de superioridad frente al común de los individuos. Por eso, su responsabilidad es mucho mayor. Si ese estado y esa condición no se acompañan con un crecimiento armónico de cualidades que le permitan ejercitar el dominio de sí mismo, mejor que se dedique al ping-pong. Eso sí: deberá asumir con todo rigor las consecuencias de los daños que pudiera ocasionar a otros con su musculatura. Sería excesivo exigirles exclusivamente a los clubes que asuman la responsabilidad del crecimiento armónico del jugador, lo que no significa que no tengan mucho por hacer, ya que ellos mantienen contacto directo con sus socios y jugadores.
¿Hay soluciones para proponer en el ámbito de los clubes? Sí. Nuestros hijos están en peligro. No solo por la amenaza de criminales y violentos que practican rugby; también por la amenaza de miles de jóvenes agresivos que ningún contacto tienen con ese deporte.
Hace años tuve la oportunidad de intervenir como abogado y a pedido de los padres de un joven cuyo rostro fue destrozado en un boliche por casi la mitad de los integrantes de un plantel de primera división. Ese chico no era jugador de rugby. Tuvo que ser operado porque le rompieron todos los huesos de la cara. El club no tomó ninguna decisión al respecto; quienes participaron del hecho siguieron jugando en las fechas siguientes. Hubo varios hechos similares con jugadores de otros clubes. Lo que planteamos fue que, más allá de los mecanismos judiciales, los clubes cuentan con herramientas suficientes para sancionar a sus socios cuando incurren en conductas violentas.
Los clubes son asociaciones civiles, tienen un estatuto y un reglamento de disciplina. Cuentan con un tribunal o comisión directiva con facultades para juzgar y aplicar sanciones a sus socios, desde la más benigna hasta la expulsión. Y si los reglamentos carecen de estas prevenciones, que sean redactadas y contempladas. Los loquitos rugbiers, que muy lejos están de ser la mayoría, así como observan las reglas en la cancha, como socios de un club de rugby, antes de salir a mostrar su poderío físico y romper huesos, sabrán a qué atenerse en cuanto a su futuro en el deporte y en el club de sus amores.
Aplaudo la decisión que tomó la comisión directiva del Club Atlético San Isidro al suspender inmediatamente a uno de sus socios participantes en el hecho de Villa Gesell. La suspensión preventiva del socio es lo primero y fundamental; luego se tomará, mediante los mecanismos estatutarios pertinentes, la decisión final que corresponda.
Se propuso también que cada jugador ya fichado y que comienza a practicar rugby bajo la órbita de la URBA suscriba un acta-compromiso con su club, certificada por escribano público, en la que manifieste su voluntad de cumplir con las normas que rigen las obligaciones del socio dentro y fuera de la institución y de comprometerse a observar una conducta acorde con los principios que el rugby intenta inculcar. Con sustento en este documento, en los supuestos de agresiones, patoterismo, violencia y daños a personas, fuera del ámbito del club o de una contienda en otra institución, el club podrá tomar las sanciones correspondientes sin entrar en la discusión acerca de si tiene o no facultades para sancionar a sus socios por hechos ocurridos fuera de la institución.
Ayudaría también la creación de un registro unificado en la UAR que aunara todas las asociaciones y uniones locales del país con objeto de registrar a las personas ya fichadas en las divisiones superiores que hayan incurrido en conductas inapropiadas. Ante los hechos que nos están devorando, ningún club de rugby puede permanecer ajeno con el argumento de que ocurrieron fuera de sus instalaciones. Mucho menos esperar, para sancionar, a que pase lo de Villa Gesell. Los clubes deben asumir un rol preventivo y participativo. La gran mayoría cumple con estas consignas. Nadie está más cerca del jugador de rugby que su club, sus entrenadores, sus técnicos, sus estrategas. Su obligación es educarlos desde la perspectiva del juego que practican, contenerlos, guiarlos y sancionarlos cuando corresponda.
Se trata de un acto de responsabilidad cuyo primer objetivo es proteger a los miembros de la sociedad. En segundo término, impulsar a los jóvenes a ser mejores deportistas. De rebote aprenderán a ser mejores personas y honrar así cualquier camiseta que pudieran vestir y representar en la cancha y fuera de ella.