Contra el separatismo
Un sábado de sol y rebajas de temporada en pleno invierno boreal lanza a las calles de Barcelona un hormiguero de nativos y guiris abrasados por la fiebre feliz del consumo. Hermanados en una profusión de bolsas de Zara y El Corte Inglés, los catalanes parecen olvidar -al menos durante un rato- la dura disputa política que en estos días les amarga la vida pública. Sin embargo, los símbolos de la discordia están allí, a la vista de todos: los lazos amarillos de protesta, las banderas de España y de Cataluña, que se enfrentan, mudas, desde los balcones, recordatorios de que el drama secesionista sigue abierto.
Sobre ese drama (especialmente sobre sus aspectos farsescos) publicó Fernando Savater -profesor de filosofía y vasco- un librito indignado: Contra el separatismo. Lo llamó "panfleto" porque, afirma, su escrito responde a la segunda acepción del término: "Opúsculo de carácter agresivo". ¿Cuáles son los blancos de esa agresión? En líneas generales, la mala fe y la superficialidad.
Tres cuestiones irritan particularmente a Savater en torno al problema de Cataluña. Por un lado, que muchos intelectuales eludan el núcleo del asunto y solo traten el conflicto en busca de lucimiento personal ("la cuestión del separatismo no es un tema para escribir una tesis o mostrar que estamos al tanto de la última bibliografía, sino una flecha envenenada que ha hecho diana en el centro mismo de nuestra convivencia nacional. [?] Quizás tuviese razón -como casi siempre- Oscar Wilde cuando dijo que ?la ignorancia de los catedráticos es fruto de sus largos años de estudio'").
Por otro lado, la insistencia -no descarta que bien intencionada- de quienes afirman que "hay que dialogar" con los separatistas ("suelen contraponerse el diálogo y la ley sin advertir que la ley consiste en aplicar lo previamente dialogado y acordado"). También, que los partidarios del separatismo catalán pretendan decidir ellos solos sobre lo que atañe a todos los españoles ("desde el punto de vista político no hay varones, negros, catalanes, mahometanos, aficionados al billar o dotados de buena voz: solo ciudadanos libres e iguales que comparten una ley común, a partir de la cual eligen su trayectoria en libertad. Si en nombre de una determinación particular una fracción de la ciudadanía pretende segregarse políticamente de y contra los demás, abandonamos la democracia moderna y volvemos al feudalismo medieval o algo peor").
Savater distingue entre separatismo y nacionalismo, sentimiento "narcisista" al que, en dosis moderadas, le reconoce algunas virtudes ("Freud creía que un cierto grado de narcisismo es indispensable en ese cóctel inestable que llamamos cordura"). Pero con el exceso separatista es intransigente; lo considera un mal a combatir sin atenuantes en sus ocho pecados capitales: es antidemocrático, retrógrado, antisocial, dañino para la economía, desestabilizador, fuente de amargura, frustración y peligrosos precedentes.
Hace casi tres años Fernando Savater sufrió acaso el golpe más doloroso: la muerte de su esposa, Sara Trejos, compañera en la vida y en el trabajo, interlocutora permanente y fundamental. Pensó que no volvería a escribir, que no podría. Que así como los días habían perdido el sabor y el color, las palabras habían perdido el peso de su sentido.
Contra el separatismo lo publicó también en memoria de Sara. Ella, que había nacido en las islas Canarias, había vivido en San Sebastián y se sentía española, en los momentos postreros de su enfermedad, con un hilo de voz en la cama de hospital, eligió como pequeña patria del afecto la ciudad catalana de Hospitalet, en uno de cuyos barrios humildes había pasado la adolescencia. "Nadie la echará nunca de allí -explica Savater en el prólogo de su libro-, ni a ella ni a los que son como ella, mientras yo pueda seguir luchando".