Cuarenta años de fanatismos
La única verdad es la realidad." Una burda utilización política actual se olvida de adjudicar este concepto a su verdadero creador, uno de los tantos sabios de la Grecia antigua. Así lo aclara la historia. Pero esta transgresión trivial no alcanza a empalidecer la contundencia del clásico concepto. Sí, señores: "La única verdad es la realidad". Y la realidad de hoy vuelve a mostrarnos la evidencia de esta pequeña historia nuestra, enlodada, como casi siempre, por ciegos y muchas veces interesados fanatismos que nublan la mirada y no dejan ver la cara de la verdad.
Nuestra pequeña historia se repite. Muchos estudiosos comienzan recordando la aparente enemistad entre Mariano Moreno y Cornelio Saavedra, continúan sus recuerdos observando a lo largo de la patria las interminables luchas intestinas, los apasionados enfrentamientos de la época de Rosas, las duras oposiciones entre radicales y conservadores, y últimamente entre defensores de una democracia populista y una democracia republicana. Y así llegamos hasta hoy, tanto tiempo después, olvidando, debido a fanatismos partidarios, el elemental principio que rige la convivencia humana: el equilibrio.
El cuerpo humano es sabio. Cuando necesita avanzar hacia el futuro mueve sólo una pierna hacia adelante y antes de perder el equilibrio mueve la otra. Así vamos recorriendo el camino: puede ir primero adelante la pierna izquierda, ya que así se inician casi todos los bailes, y luego la derecha. La izquierda, la derecha; la izquierda, la derecha. Y así caminamos, manteniendo el equilibrio. Es por alguna razón que "equi" significa igualdad.
El camino de hoy no es parecido al de hace siglos ni lo será al de los siglos futuros. Pero podemos suponer que la necesidad de mantener el equilibrio no se modificará. El camino de hoy, si convenimos con Zygmunt Bauman, es un camino líquido, de curso rápido, con -y aquí agregamos nosotros- salpicaduras del río de Heráclito. Pero creo que en estos momentos asistimos a un cambio realmente profundo. El camino de hoy se está modificando, convirtiéndose con velocidad aún mayor que la liquidez de Bauman, en un camino pegajoso. Y se está haciendo difícil caminar en un camino así, sobre todo cuando la tozudez de algunos hombres se empecina con fanatismo en utilizar sólo una de sus piernas.
Hace alrededor de cuarenta años, en plena vigencia de la dictadura, cuando nuestros hombres de armas se empecinaban en hacernos caminar con una sola pierna, (la derecha), varios dramaturgos, actores y directores de teatro iniciamos una temporada de teatro conceptual que no fue, por supuesto, del agrado del gobierno de facto. Y esta atrevida temporada, ensayada en 1966 y llevada a escena en pleno 1977 en el teatro Lasalle, fue entorpecida constantemente hasta que las autoridades, utilizando diversos medios, lograron ponerle fin. Pero el equilibrio es imprescindible no sólo para mantener el paso del hombre, sino también el de la sociedad y el de su desarrollo. Dos o tres años después, en parte por inspiración de aquella temporada trunca, los mismos integrantes creamos, gracias a la imaginación sin barreras de Osvaldo Dragún, lo que denominamos Teatro Abierto.
La bomba que una semana después del estreno incendió la sala del Teatro del Picadero no logró aniquilar el movimiento. Al contrario. Pocos días después Teatro Abierto, apoyado por toda la familia artística y por la sociedad porteña libre en su conjunto, reanudó su temporada en el teatro Tabarís. Allí estuvimos durante todo el año festejando algo más que un hecho artístico. Porque Teatro Abierto ya era más que un hecho teatral. Era un hecho social, un hecho político. Todos, en el escenario y en las plateas, demostramos nuestro alegre caminar utilizando las dos piernas. En equilibrio.
Cuando el equipo del teatro La Máscara decidió hace dos años reponerLos hermanos queridos, me solicitó unas líneas para el programa de mano. Mis líneas fueron éstas: "Escribí y estrené esta obra en 1977, entre bombas y prohibiciones, dolido por la irreparable distancia que separaba a estos dos hermanos. Hoy, 37 años después, los actores son otros y las razones de aquella separación son aparentemente otras. Pero aquella distancia no sólo subsiste, sino que se ha profundizado. Siempre preocupado por la terca permanencia de esta absurda situación, el dramaturgo quiere compartir hoy sus propias emociones con estos nuevos hermanos. Ellos han vuelto a elegir el escenario para revelar sus inaceptables diferencias, sus fraternos dolores.
Carlos Gorostiza