Cuidado con Australia, que se volvió populista
El sábado pasado dije que necesitábamos más goles que dólares, y el seleccionado nos regaló goles. Agrandado por el éxito de mi gestión, para hoy vuelvo a pedir lo mismo. No es mucho pedir: jugamos contra Australia, un país donde el fútbol es pasión de multitudes; de multitudes de canguros. Aprendieron a jugar con los colonizadores ingleses, que habían llevado más pelotas ovaladas que redondas. Un país enorme (más del doble de superficie que la Argentina), pero con un fuerte problema de identidad: no saben si viven en la isla más grande del planeta o en el continente más chico. Además, con amplias zonas vacías: son apenas 26 millones de habitantes; se ve que no están aprendiendo a reproducirse. Su suelo es amarrete, seco de vientre, nada fértil: sembrás algo y con suerte lo cosechan tus nietos. Tienen otras riquezas, como la minería (si no, no hubiesen ido mis ancestros ingleses), y muchas bellezas naturales. Me dicen que son buena gente; no sé: les cuento después del partido.
Aunque las diferencias hay que demostrarlas en la cancha, sobre todo en un Mundial tan salvajemente sorpresivo, convengamos que, desde nuestro humilde subdesarrollo, hay cuestiones en las que a esa potencia, una de las 15 mayores economías del mundo, le sacamos ventaja. Ellos reconocen como su rey a Carlos III, que no está en condiciones de sostener ni 10 minutos de conversación con Cristina. Su Constitución es una de las más antiguas, lo cual habla de incapacidad para hacerle chapa y pintura. La división de los tres poderes resulta muy nítida, seguramente producto de profundas grietas. ¿La capital es Sídney, es Melbourne? No, Canberra: la pifiaron mal. Otro error: apostaron a la economía de mercado y tienen una renta per cápita superior a Alemania, el Reino Unido y Francia, bonanza que los priva de contar con conurbanos profundos donde nacen estrellas como Messi, Enzo Fernández, Julián Álvarez... Si sos potencia económica, resignate a pasarla mal en los mundiales y a que el pueblo viva frustrado. Si hoy nos ganan será por imperio de la organización más capitalista que haya concebido la humanidad: la FIFA.
La irrupción de Japón, que venció a España y a Alemania, y a este lo dejó fuera de Qatar, viene a ratificar lo que estoy diciendo: los potreros de la empobrecida Tokio son un semillero de cracks que pusieron a parir a dos campeones del mundo. Se sabe que Japón dejó de lado hace años su modelo de sociedad abierta y rige un sistema de neto corte bolivariano.
Quizá debería preocuparnos que el actual premier australiano sea Anthony Albanese, un laborista que en mayo desplazó a Scott Morrison, del Partido Liberal. Son dos cambios muy profundos: de un anglo-celta a un latino, y de un neoliberal a un populista. Alguna mano debe haber metido este progre, alguna promesa de prebendas les debe haber tirado a sus jugadores, porque los llamados Socceroos (lo que vendría a significar “los canguros del fútbol”) solo una vez habían logrado llegar a octavos de final de una Copa del Mundo. Australia lleva acumulada una inflación de 7,3% en los últimos 12 meses, y la cifra viene subiendo sistemáticamente desde la llegada del laborismo al poder. Un triunfo argentino podría derivar en una nueva estampida en las góndolas y en el fin de la cortina de humo que supone Qatar para el Plan Aguantar de Albanese.
Nuestro equipo debería jugar esta tarde con el cuchillo entre los dientes. Ojalá haya circulado en la concentración el video de las trifulcas de anteayer en Diputados. Así hay que salir a la cancha: con el desprejuicio del bloque kirchnerista, dispuesto a imponerse a cualquier precio, y con la sangre caliente con que el opositor Cristian Ritondo usó los dedos para hacerle el célebre LTA a Cecilia Moreau, presidenta de la Cámara. En medio del escandalete, hicieron una sorpresiva aparición en el recinto Massita y su mujer, Malena; se sentaron cerca de Moreau, en señal de apoyo a la presidenta. Obviamente ninguno de los dos tenía nada que hacer ahí, pero vale el gesto y el ejemplo: si nos está yendo mal con los Socceroos, que entren a cabecear centros Scaloni y Pablito Aimar.
Futbolero como soy, no dejo de admitir que el único resultado que realmente importa en estos momentos es el del martes, cuando se conozca el fallo en la causa Vialidad. Pesimistona, Cristina dice que ya perdió, que tiene el árbitro en contra, que el VAR lo manejan personeros del lawfare y que no enfrenta a un rival, sino a un pelotón de fusilamiento. ¡Arriba ese ánimo, señora! Los partidos hay que jugarlos. De hecho, ayer circuló la versión de que sería encontrada culpable, pero del delito de fraude y no de asociación ilícita, que prevé penas mucho más graves. A estas alturas, una condena por fraude equivaldría, casi, a salvarse de la tarjeta roja y ligar solo una amarilla.
¿Una amarilla por un afano de 1000 millones de dólares? Si así fuera, yo que Cris me pondría a gritar: “¡La hora, referí!”.