
Cuidarnos entre todos en la vida cotidiana
Desde hace un tiempo hasta la fecha, varias tragedias individuales y colectivas dejan al descubierto cuán vulnerables somos incluso en espacios públicos y/o privados que deberían ser seguros para nosotros y para nuestras familias, por ser compartidos en nuestra vida cotidiana.
Podemos mencionar algunos casos, con la ola polar que atravesó nuestro país, que muestran un aumento en los accidentes domésticos que ocasionan incluso muertes en viviendas por calefones que dejan de funcionar o calefactores que no tenían mantenimiento y provocan decesos por asfixia, como los ocurridos recientemente en una familia en Villa Devoto y otra que fue asistida en Villa Lugano. Esto nos demuestra que estos accidentes no distinguen clase social ni zonas geográficas donde se viva. A ello se suman otras noticias que muestran estructuras de edificios que han colapsado de forma repentina, con consecuencias fatales; alumbrado público destruido luego de accidentes viales, pozos en veredas y calles que ocasionan accidentes, entre otros.
Más allá de cuándo o dónde ocurrió, lo que verdaderamente importa es lo que nos obliga a reflexionar: ¿cuánto de lo que pasó podría haberse evitado si como sociedad actuáramos de forma más preventiva y comprometida con el cuidado mutuo? Esto nos interpela a todos, no solo a las autoridades.
Entonces se vuelve necesario preguntarnos cuánto hay de fatalidad, pero también de negligencia por no exigir, como sociedad o comunidad, que todo sea más seguro: veredas, calles, obras en construcción, edificios, viviendas y sus sistemas de calefacción. No son solo las autoridades las responsables de garantizarnos una convivencia social ordenada y segura; también nosotros, como ciudadanos y vecinos, debemos asumir comportamientos urbanos más responsables e involucrarnos activamente para cuidarnos entre todos.
Cuando vemos a una persona herida o en situación de calle en el espacio público –son varias las que han fallecido por hipotermia-, o cuando sentimos olor a gas o vemos fuego; observamos cartelería peligrosa, cables expuestos, veredas rotas o basurales a cielo abierto, no deberíamos mirar hacia otro lado, sino denunciar y comunicarnos con los organismos públicos y privados, como las organizaciones sociales que pueden brindarnos una solución y ayuda rápida. El cumplimiento de las leyes y las normativas es fundamental, pero si no internalizamos conductas y prácticas de compromiso social no sirve de nada. La participación ciudadana implica solidaridad, bienestar para todos y la construcción de ciudades más empáticas con el otro, es decir, comunidades reales y no solo sociedades que conviven sin vínculos.
Mirar hacia otro lado es renunciar a aquello que sí podemos mejorar. Es urgente promover que las nuevas generaciones se involucren más a través de la participación social, la solidaridad, el ejercicio activo de la ciudadanía y comportamientos urbanos responsables. Como diría Benjamin Franklin: “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”. Solo involucrándonos de verdad podremos construir sociedades inclusivas e integradas, donde el espacio público y privado no sea un lugar de riesgo, y donde ningún ciudadano pierda la vida de forma trágica por fallas que como comunidad podríamos haber prevenido.ß
Doctora en sociología, politóloga, profesora de la materia de Sociología de la Fac. de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral






