Danza con lobos
Hace unos días, al hablar de su última novela, Edgardo Cozarinsky confesaba la voluntad de escribir solo "sobre individuos oscuros, gente cuyo nombre nadie recuerda". Es la misma senda por la que elige transcurrir Denis Johnson en Sueños de trenes, una nouvelle cuyo origen se remonta a unos quince años atrás, pero que recién acaba de ser publicada en la Argentina. El individuo oscuro que nadie recuerda lleva en Sueños de trenes el nombre de Robert Grainier, y es un jornalero (durante un tiempo hachero, en otro transportista) cuya vida va de 1893 a 1968, biografía imaginaria que Johnson aprovecha para narrar algunos aspectos centrales de la cultura y la historia de los Estados Unidos.
¿Pero quién es Denis Johnson, al que la mayoría de los lectores locales aún no conoce? Nació en Munich, Alemania, en 1949, pero vivió toda su vida en los Estados Unidos. De poco trato con la prensa, se sabe que escribe poesía, teatro, relatos y novelas, que obtuvo la Beca Guggenheim en 1986, y que recién en 2007 recibió la atención de un público mayoritario cuando ganó el National Book Award por Árboles de humo, libro sobre la Guerra de Vietnam. Había publicado antes los relatos de Hijo de Jesús, adaptados al cine, se había casado y divorciado dos veces, y siempre eligió vivir lejos de California y Nueva York, capitales editoriales de su país. Sueños de trenes es su séptima novela, género al que no vuelve desde 2009.
La obra de Johnson tiene algunos rasgos en común (vidas individuales que se vuelven modélicas al ser retratadas con cierta épica, que se desarrollan en ambientes alejados de los grandes centros urbanos) con las de otros pesos pesados de la literatura estadounidense contemporánea como John Irving y Cormac McCarthy. Para contar los pequeños dramas del trashumante Grainier, Johnson evita digresiones y opta por una prosa ajustada y en movimiento, que traza piruetas cronológicas aunque guiada por una férrea economía de recursos. Es tal vez por eso que cuando Johnson decide soltar la mano el efecto expansivo, por contraste, termina dotando al texto de rasgos casi epifánicos. Por ejemplo cuando describe el incendio de un valle, que tendrá funestas consecuencias para la vida de Grainier, a través de la pulverización de su casa, objeto por objeto: "El musgo de las tejas de su casa se arrugó y empezó a humear un poco. Los troncos de las paredes se tensaron y crepitaron como cartuchos de calibre grande al dispararse. En la mesa de la cocina una revista se arrugó, se oscureció, se prendió fuego, se elevó trazando una espiral y se alejó volando página a página, ardiendo y describiendo círculos. La única ventana de cristal de la cabaña se hizo añicos, las cortinas empezaron a ennegrecerse por las costuras y se derritió la cera de los frascos de tomates, de alubias y de cerezas del Canadá que había en el estante de encima del fregadero humeante de la cocina. De pronto todas las lámparas de la cabaña se encendieron. En la mesa estalló un salero de tapa metálica y finalmente la estructura entera se inflamó como si fuera el fósforo de una cerilla".
Hay, por lo menos, dos maneras de contar cualquier historia. La biografía de Grainier, con toda su carga de pequeños dramas, puede ser resumida en pocas líneas. Johnson lo hace en la página 133 de un libro de apenas 137: "Grainier vivió más de ochenta años, hasta bien entrada la década de 1960. Durante su vida viajó en dirección oeste hasta quedarse a siete kilómetros del Pacífico, aunque jamás llegó a ver el océano, y en dirección este hasta la población de Libby, que ya estaba a sesenta kilómetros dentro de Montana. Tuvo una única amante, su mujer Gladys, fue propietario de media hectárea de tierra, dos yeguas y un carromato. Jamás se emborrachó. Jamás adquirió un arma de fuego ni habló por teléfono. Viajó habitualmente en tren, muchas veces en automóvil y una vez en avioneta. Durante la última década de su vida vio televisión siempre que iba por el pueblo. Jamás averiguó quiénes eran sus padres y no dejó ningún heredero".
A pesar de lo ajustado del párrafo, cualquier escritor de talento podría llegar a la concentración de elementos contenida en estas líneas. Mucho más difícil es dotar de interés a un hombre vulgar como Grainier, mostrar su trabajo desmontando bosques a golpes de hacha, el duelo silencioso y casi monástico por la pérdida de sus seres queridos, describir la manera en que reconstruye su cabaña luego del incendio, ponerlo a aullar todas las noches en respuesta a las manadas de lobos que acechan en los valles cercanos, manifestar los efectos que siente en el cuerpo y en su imaginación durante el único vuelo que hará en toda su vida. Para eso hay que ser capaz de escribir una novela como Sueños de trenes. Y no es algo que se vea todos los días.