De “civilización y barbarie” a Trapalanda
Dos libros clásicos resumen la historia argentina en su etapa ascendente y en su posterior retroceso, aún en curso: Facundo y Radiografía de la pampa. Esos libros se resumen a su mínima expresión en dos lemas emblemáticos: civilización y barbarie, en la etapa de progreso, y Trapalanda, en la decadente.
En su Facundo, Sarmiento describe la pampa sin haberla conocido y proclama el lema que simbolizó el progreso del país durante siete décadas. Civilización y barbarie es el grito de batalla que corta con un formidable mandoble de espada la historia argentina en dos épocas. El dilema sarmientino expresa la máxima apuesta que se ha hecho en la historia argentina para sumarse a la senda de prosperidad y grandeza de las naciones occidentales.
Sin embargo, la crisis mundial de 1930 puso a prueba las ideas de progreso que construyeron la Argentina moderna. Pero en lugar de ser renovadas a la luz de las nuevas circunstancias, se cayó en una crítica destructiva y pesimista y se perdió la perspectiva de un futuro mejor. Un representante mayor de esta visión desencantada fue Ezequiel Martínez Estrada. Su obra constituye un retroceso en la consolidación de un pensamiento argentino a la altura de los ideales de Mayo. Dicho sin eufemismos, la perspectiva intelectual que nace en Radiografía de la pampa, su primera obra en prosa, es la radiografía minuciosa y precisa de la Argentina de 1933: una dura y estéril crítica a la realidad que lo rodea exenta de una propuesta de superación de cara al futuro. Su autocomplacencia en denostar las ideas-fuerza del Facundo le impide aceptar que Sarmiento escribió su libro con el fin deliberado de erradicar la barbarie e inaugurar la civilización. Esa visión sin futuro todavía continúa en nuestros días.
Radiografía de la pampa se inicia con la descripción de Trapalanda, una tierra mítica que obsesionó a los conquistadores españoles, quienes esperaban encontrar allí las riquezas que la vasta llanura pampeana, el desierto según la denominación que le dieron, les negaba. De ese modo, la búsqueda de Trapalanda fue un espejismo que movilizó sus energías hasta que la "llanura destructora de ilusiones" fagocitó en su seno sus esperanzas de rápida riqueza. Para Martínez Estrada, a mediados del 30, Trapalanda una vez más imponía el agrio poder de sus fueros para acabar con la ilusión sarmientina de una civilización próspera. El "granero del mundo" devenía nuevamente Trapalanda.
Martínez Estrada creía que su misión era enmendar el intento utópico de Sarmiento de reemplazar la realidad ilusoria de Trapalanda por una no menos ilusoria anclada en el futuro. Para él, el gran error de los hombres de la Generación del 37 había sido atreverse a luchar a brazo partido contra el desierto y la barbarie, oponerse a las fuerzas primitivas del llano, de Trapalanda, cuyo poder, sostenía, derribará toda obra de civilización que el hombre intente construir. Sobre este punto, Martínez Estrada no anduvo con ambigüedades. Su radiografía del alma argentina finaliza con el capítulo clave dedicado a las "seudoestructuras", estructuras sociales y políticas con la apariencia de una estructura concreta, pero que son "huecas y carentes de sentido" y "funcionan con cierta anomalía y se mantienen en un equilibrio precario". Su disección de las seudoestructuras cadavéricas que cree tener a la vista concluye con el apartado "civilización y barbarie", donde la confrontación con Sarmiento es explícita: "Se tapaba con estiércol el almácigo de la barbarie, sin advertir que los pueblos no pueden vivir de utopías y que la civilización es una excoriación natural, o no es nada". Un defensor del culturalismo aplaudiría. Y es que el sentido profundo de Radiografía de la pampa es un canto a la imposibilidad de modificar la vida de los pueblos más allá de sus condicionantes culturales. Donde la singularidad geográfica pampeana es fuente potencial de riqueza, cultura y desarrollo humano sin par –con el prerrequisito de hacer las cosas necesarias para que esa trayectoria posible se transforme en real– Martínez Estrada solo descubre el valor negativo de las promesas incumplidas. La trayectoria histórica posible que devino real por obra del pensamiento revolucionario de Echeverría, Sarmiento y Alberdi es declarada falsa, cuya falsedad Martínez Estrada encuentra probada en la realidad de 1933. Según su personal interpretación de la circularidad de la historia, la sociedad argentina de los años 30 desmiente la iniciativa transformadora de Sarmiento. La "llanura destructora de ilusiones" triunfaba de nuevo.
Esta terca obstinación de Martínez Estrada en negar la civilización adosada a la gran llanura yerma que espantaba a los conquistadores, esta peligrosa asunción de que los problemas argentinos no tienen solución, es un ejemplo sin fisuras del pensamiento crítico que invadió el espíritu de los intelectuales de su generación. Son los quilates intelectuales de quien es uno de los mejores ensayistas argentinos del siglo XX los que confieren un carácter tan dramático a su error de concepto fundamental sobre la naturaleza profunda de la nación argentina. Cuando escribe "el más perjudicial de esos soñadores, el constructor de imágenes, fue Sarmiento. Su ferrocarril conducía a Trapalanda y su telégrafo daba un salto de cien años en el vacío", queda en evidencia la gravedad de la acusación que plantea su diatriba al sentido de la obra sarmientina: no es capaz de reconocer los logros alcanzados por haberse convencido y ser consecuente con un lema rectificativo del original, "civilización y barbarie eran la misma cosa".
La obra y la vida de Sarmiento habían sido capaces de modificar la realidad profunda. Por angostamiento mental o por apatía espiritual, Martínez Estrada y los hombres de su generación no supieron imitar su corazón facúndico y su vocación de hacedor de pueblos
La obra y la vida de Sarmiento habían sido capaces de modificar la realidad profunda. Por angostamiento mental o por apatía espiritual, Martínez Estrada y los hombres de su generación no supieron imitar su corazón facúndico y su vocación de hacedor de pueblos.
Luego de aquel magno debate, hoy las opciones son las mismas. La decadencia sufrida en las últimas décadas acabó con la ilusión sobre un futuro de progreso para el país. Entonces, o declaramos que el sueño se acabó y el optimismo reinante que predominaba antes del 30 se esfumó, o retomamos el espíritu de Sarmiento. Sin la esperanza de un amanecer mejor, el temple vital de los argentinos olvidó el ejemplo de Sarmiento y se amoldó al fatalismo de Martínez Estrada, su oráculo fallido, su marchito alter ego, tragado por las fuerzas del llano que vanamente quiso exorcizar. Sarmiento no renunció a nada y conquistó una civilización para la barbarie argentina. Al amparo de su voluntad de hierro y cobijados por su clarividencia profética, los argentinos avanzaron sin vacilaciones hacia la tierra prometida. Que dejó de ser Trapalanda y fue tierra promisoria para millones de inmigrantes.
En el siglo XXI, a la intemperie de su magisterio, huérfanos de su osadía, una fatídica pérdida de expectativas positivas es la única explicación convincente para nuestra desmoralización nacional y la empinada cuesta abajo que transitamos.