Deportes y deportistas ejemplares
Durante el fin de semana último, el deporte argentino vivió dos satisfacciones de notable magnitud: las victorias de los seleccionados femenino de hockey sobre césped y masculino de basquetbol en el Champions Trophy y la copa de las Américas, respectivamente. Ambos éxitos, que han venido a sumarse a otros desempeños sobresalientes también próximos -fútbol juvenil, voleibol, remo, canotaje, natación, etc.-, ostentan, entre otros méritos, el de haber sido obtenidos incluso a pesar de que esa clase de actividades no está al margen de la crítica situación del país.
En materia deportiva, la posibilidad de disponer de abundante cantidad de recursos no es garantía, por supuesto, de una inalterable y prolongada vinculación con los triunfos. Pero contribuye en grado sumo a acrecentar las probabilidades de tutearse frecuentemente con ellos.
Salvo los casos particulares de las actividades caracterizadas por disponer del sustento de sólidas estructuras profesionales, la mayor parte de los deportistas locales está acostumbrada a la necesidad de tener que superar múltiples inconvenientes. El desarrollo y el perfeccionamiento de sus aptitudes deben salvar, una y otra vez, los obstáculos provocados por diversos factores adversos, tales como la falta de tiempo para entrenarse y hasta competir -simultáneamente, muchos de ellos estudian y trabajan- y la carencia de medios y equipos apropiados para llevar a cabo esa ineludible preparación.
Muchas de esas dificultades han sido superadas a fuerza de buena voluntad, convicción, trabajo empeñoso y hasta se diría sobrehumana dedicación. Por otra parte, según acaba de señalar el propio secretario de Deportes de la Nación, Marcelo Garraffo -conocedor en carne propia de tan proverbiales vicisitudes-, dichas restricciones probablemente han incentivado el ingenio y han promovido el más adecuado aprovechamiento de los recursos disponibles.
Sea como fuere y al margen de esas consideraciones eminentemente prácticas, sería menester que esa bienvenida prosperidad deportiva no cayese en saco roto.
Los seleccionados de hockey sobre césped -en damas y también en caballeros, no hay que olvidarlo- han brindado sendas demostraciones de tesonera capacidad de superación, de solidario espíritu de equipo y, sobremanera, de corrección y razonable disciplina dentro de los campos de juego y fuera de ellos. Los basquetbolistas, a su turno, acaban de demostrar que, aun al margen de las destrezas individuales y colectivas -las poseen, por supuesto-, no hay imposibles llegado el momento en que un puñado de voluntades desprovisto de negativos egoísmos resuelve mancomunarse en pos de un objetivo que se vislumbra como difícil de ser conquistado.
Ninguna duda cabe acerca de que todos esos méritos fueron, son y serán debidamente ponderados dentro del ámbito de lo meramente deportivo. Pero si la actitud ejemplar que de ellos emana quedase restringida a tan sólo ese aspecto, serían desperdiciadas otras de sus contribuciones a la sociedad, no menos valiosas que las conquistas en sí mismas.
En efecto, los desempeños relevantes dentro de los selectos círculos de la alta competición deben ser aprovechados para que siembren vocaciones deportivas y ansias de emulación entre los numerosos sectores juveniles que, por lo visto, siguen sin encontrarle metas positivas a sus vidas. El deporte, por ejemplo, es tenaz enemigo de las adicciones e inflexible oponente de las tentaciones delictivas. Si así fueren interpretados los éxitos aquí comentados y cuantos pudieren sobrevenir desde ahora en adelante, todos ellos se harán acreedores a recompensas intangibles, aunque infinitamente más valiosas, por supuesto, que los trofeos y los aplausos.