
Diciembre
Hay meses que pasan como en puntas de pie, discretos, tímidos, austeros y hasta silenciosos. Y está diciembre, que no se caracteriza por nada de eso. Diciembre irrumpe, cruza la puerta del año, como alguien que regresa de un largo viaje, con diferentes cargas para cada uno de nosotros, simples mortales. Diciembre encierra el misterioso fenómeno de algo que se cierra y la ansiedad de lo que se está por iniciar; es agotador, con solo sumarle los meses anteriores; es festivo, melancólico y triste, tanto como reflexivo y ruidoso. Se suman balances y proyectos que se mezclan con el aguinaldo y las vacaciones. Extraña y frutante ecuación.
Su nombre viene del latín, decem, que significa diez, porque por esos caprichos de la historia fue el décimo mes del calendario romano original. Más tarde, cuando se agregaron enero y febrero al calendario solar, diciembre quedó desplazado a la posición doce, pero retuvo orgulloso su nombre, como quien conserva el apellido familiar y no está dispuesto a cederlo ni cambiarlo. En la antigua Roma, diciembre era el mes de los Saturnales, una fiesta donde todo se invertía: los esclavos eran servidos, se intercambiaban regalos; las libaciones y excesos se esperaban con ansiedad y buena predisposición. Diciembre tiene grabadas en su historia fechas icónicas de la condición humana.
El 25 de diciembre es el nacimiento de Jesús, eje de la vida de los cristianos; el 10 de diciembre de 1948 se aprueba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, columna vertebral contemporánea de una nueva valoración de derechos y obligaciones del hombre. Los argentinos le agregamos a la festividad del 8, Día de la Inmaculada Concepción, la tradición de tomar la primera comunión, y se honra a la Virgen María. Yendo a la política argentina, el 10 de diciembre es el Día de la Restauración de la Democracia, fecha en que asumen presidentes y miembros del Poder Legislativo. Día de promesas y alegrías, frustraciones y fracasos.
También asoman las preocupaciones propias de las entrañables fiestas navideñas: qué llevar, la compra de los regalos para los más chicos, que con tanta ansiedad esperan el fugaz paso de Papá Noel. Y los adultos también tienen sus fantasiosas esperanzas, aunque las refrenen o disimulen. Y cómo omitir las tradicionales cajas de pan dulce, espumantes y los tradicionales turrones de Alicante, que otrora se repartían en fábricas y negocios a los empleados. Diciembre es un mes que nos hace ordenar ideas, proyectos; nos obliga a los balances. Nos abruma con tristezas pasadas o melancolías presentes. También es bueno para tratar de reconciliarse con aquellos familiares o amigos que se alejaron o que dejamos de frecuentar. Es también de reencuentros, perdones y olvidos.
Diciembre nos hace brindar por lo que viene y también por aquellas cosas que deseamos que no regresen jamás, y nos hace creer, aunque sea por un instante, que todo será mejor. En todo caso, diciembre se reserva la última palabra, casi el acto teatral de irse para siempre. Pero nos deja un regalo invalorable, casi un obsequio inesperado, pleno de sorpresas, intrigas y novedades cuando decimos “¡feliz año nuevo!” y la vida vuelve a empezar.







