Dos “cucos” que hacen perder mucho el tiempo
Tres figuras mundiales, y una de entrecasa, se han referido últimamente a sendos extremos del espectro político de manera poco cordial. “Ojalá rompamos la orientación a populismos de izquierda”, dijo el premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, en su reciente paso por un simposio, en Punta del Este. “Me preocupa el avance de la ultraderecha”, advirtió desde el Vaticano el papa Francisco. “Los demócratas de la izquierda radical han criminalizado el uso del sistema de justicia”, se quejó Donald Trump por los 34 delitos que se le imputan.
“A la derecha mundial le duele el peronismo”, se sobregira Gabriela Cerruti, la inefable vocera del gobierno más regresivo de la historia argentina contemporánea.
En nombre de la izquierda y de la derecha -a las que se evoca todo el tiempo como un “cuco” desde el extremo opuesto- ha perdido la vida en este planeta mucha gente en guerras formales e informales. “Todos los populistas, de izquierda y de derecha, coinciden en una cosa: creen que los ciudadanos son idiotas”, sentencia la diputada española Cayetana Álvarez de Toledo.
Pero una derecha y una izquierda racionales también parecen ser indispensables en un sistema democrático saludable ya que preservan su equilibrio, así como le sucede al cuerpo humano con la armoniosa convivencia de ambas extremidades superiores e inferiores, ojos y oídos, todos órganos por partida doble, muy útiles y complementarios entre sí. En cambio, izquierdas y derechas políticas, en vez de potenciarse en una tolerante convivencia, prefieren repelerse.
Si en sus manifestaciones más radicalizadas -el nazismo y el stalinismo, por mencionar a dos enemigos acérrimos que, sin embargo, supieron aliarse durante un breve lapso cuando les convino- liquidaron vidas de a millones en la Segunda Guerra Mundial y de a miles en los enfrentamientos y represiones más solapados de sangrientas guerrillas y crueles terrorismos de Estado, en sus versiones verborrágicas actuales solo sirven para brulotes cruzados entre “fachos” y “zurdos”, que no conducen a nada, empobrecen el debate público, confunden y –fundamentalmente– hacen perder muchísimo tiempo.
Expertos exclusivamente en hacer humo postergan la implementación de medidas concretas por desidia, ignorancia o porque para sus fines “cuánto peor, mejor”. Se echan la culpa mutuamente y todo queda igual.
Desde el Presidente para abajo, en este gobierno hay una fijación repetitiva y facilista al acusar de todos los males que sufrimos genéricamente a “la derecha”. Dice Alberto Fernández: “Mi enemigo es el macrismo, la derecha recalcitrante”.
¿Qué tipo de “derecha” representará entonces para el Presidente Javier Milei y sus libertarios? A no ser que no perciba, como Fernando “Chino” Navarro (que aseguró rogar para que el líder de La Libertad Avanza saque muchos votos), que el candidato anarcocapitalista ya no solo se engulle parte del electorado de Juntos por el Cambio, sino que ha comenzado a roer también a los votantes del Frente de Todos.
Si la derecha representa valores más tradicionalistas, que van de lo conservador y liberal al nacionalismo más rancio en lo político, y de libre mercado, en lo económico; la izquierda prefiere agitar la lucha de clases y es más rupturista en materia de valores y costumbres, tanto como desde lo económico propugna un intervencionismo del Estado parcial o hasta total. La implementación de ambas vertientes en distintos lugares y tiempos producen infinidad de variantes que mejoran y empeoran sensiblemente esas plataformas que, llevadas a sus extremos, se tornan dictatoriales.
El célebre “Estado de bienestar”, que durante el siglo pasado permitió a buena parte del mundo desarrollado garantizar la expansión de una robusta clase media, tal vez fue producto de la mejor interacción entre ambas líneas. Hoy Europa, como reacción al malestar social, mira hacia la derecha hasta en lugares inesperados como Finlandia, donde el Partido Socialdemócrata quedó tercero en las elecciones legislativas del domingo pasado, detrás de la conservadora Coalición Nacional, escoltada por el Partido de los Finlandeses, de extrema derecha.
En su libro Derecha e izquierda, el gran pensador italiano Norberto Bobbio, afirma que la distinción entre ambas posiciones “que durante casi dos siglos –desde la Revolución Francesa en adelante– sirvió para dividir el universo político en dos partes opuestas ya no tiene ninguna razón de seguir siendo utilizada”.
Bobbio, que murió en 2004, plantea un lugar más interesante para las ideologías de “centro” que las prejuiciosas caracterizaciones sorprendentemente coincidentes –“tibio”, “ambiguo”, “no se juega”– le imputan desde ambas puntas enfrentadas. “No está en medio de la derecha y de la izquierda, sino que pretende ir más allá de la una y de la otra”, apunta Bobbio, aun cuando ambos extremos tienden a ver al centro como a su antagónico camuflado.
Cuando Cristina Kirchner baja, cuándo no, a la referencia personal al aludir al colectivero asesinado en Virrey del Pino –”Yo tuve la suerte que no tuvo Barrientos; la bala no salió”, puso en primer plano el atentado fallido en su contra–, ¿encarna una postura de izquierda o de derecha? ¿Cómo rotular a Axel Kicillof que pasa de denunciar un complot a requisar a los pasajeros de colectivos?
“Argentinos, a las cosas”, nos aconsejaba el filósofo José Ortega y Gasset. Cuánta razón tenía.